En la próxima sesión de otoño de la Asamblea General de Naciones Unidas, Serbia cursará una petición formal para que el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) se pronuncie sobre la legalidad o la ilegalidad de la independencia de Kosovo, cuya separación de la República Serbia se efectuó unilateralmente en febrero pasado. Contra lo que algunos han afirmado, Kosovo nunca fue una república autónoma de Yugoslavia, sino una provincia de Serbia, con distintos grados de autonomía en función de la política seguida en cada momento por el Gobierno de Belgrado. Así pues, la recién creada República de Kosovo, todavía no reconocida por muchos países (entre ellos, España), es el ejemplo más reciente de una nación sin Estado, que se dota de él gracias a la intervención extranjera y a la acción de las armas propias y ajenas. Entre estas últimas destacan las de la OTAN, que en 1999 bombardeó Serbia sin muchas contemplaciones.
Conviene insistir en la variabilidad de las decisiones tomadas por Belgrado a lo largo de la historia y su influencia en la conformación del nuevo Estado. Durante el régimen dictatorial de Tito, Kosovo fue primero una región autónoma y luego una provincia autónoma dentro de Serbia, que a su vez era una de las repúblicas constitutivas de Yugoslavia. Los habitantes de Kosovo tuvieron muy poco que opinar al respecto en ninguna de esas transformaciones.
No muy distintas vicisitudes han afectado a los osetios. Aquí fueron los caprichos del georgiano Stalin los que convirtieron a Osetia del Sur en una región autónoma de la entonces República Socialista Soviética de Georgia, retrazando arbitrariamente las fronteras que la delimitaban, sin demasiada preocupación por los pueblos afectados por tales decisiones y dividiendo a los osetios en dos territorios situados uno al norte y otro al sur del Cáucaso.
Por otra parte, el mismo Stalin fue quien en 1945, para castigar a la nación tártara de Crimea, a la que acusó de colaborar con el invasor alemán, convirtió lo que hasta entonces había sido la República Autónoma de Crimea, parte de la URSS, en una simple provincia (oblast) autónoma, que luego fue entregada a la República Socialista Soviética de Ucrania, mientras los tártaros eran brutalmente desterrados al Asia Central. Cuando Ucrania se independizó, tras descomponerse la URSS, Crimea se convirtió en una república autónoma dentro de una Ucrania independiente, pero las semillas del conflicto estaban ya sembradas.
No es de extrañar que el principal resultado de esas transformaciones, que afectaron a muy distintos grupos étnicos, sea la creación de un océano de conflictos de muy difícil navegación. Lejos de ser conflictos «congelados», como se les denominaba durante la Guerra Fría, están hoy vivos y prestos a estallar. Si encima de todo, como acaba de hacer el presidente georgiano, se recurre irreflexivamente a las armas, en un vano intento de arreglo, su agravamiento es inevitable.
¿Qué ocurrirá ahora? Si el TIJ dictamina que los dos millones de kosovares pueden declararse independientes contra la voluntad de Serbia, se sentará un claro precedente en el que fácilmente se apoyará la voluntad secesionista de osetios y abjasios. Otros pueblos y territorios marcharán por el mismo camino, como los kurdos o los serbo-bosnios. La lista de posibles reivindicaciones no termina ahí y puede acabar afectando a muchos Estados.
Por otra parte, si el citado tribunal estableciese la ilegalidad de la independencia kosovar, nadie duda de que ésta es ya irreversible: habiendo reconocido al nuevo Estado países como EEUU, Alemania, Francia, el Reino Unido y la gran mayoría de los miembros de la OTAN, la sentencia sería un simple papel mojado. Al fin y al cabo es lo mismo que ocurrió cuando el TIJ exigió a EEUU en 1984 que cesase su ayuda a la «contra» nicaragüense, declarando ilegal la intervención estadounidense. También el pueblo saharaui lleva 33 años esperando ejercitar su derecho a la autodeterminación, avalado por el TIJ, frente a la negativa de Marruecos, que ocupa el territorio y está apoyado por la mayoría de los países occidentales.
Esto es así porque, en definitiva, por encima de los dictámenes de la Justicia Internacional lo que importa en el sórdido mundo de la realpolitik es tener los amigos adecuados en los momentos convenientes. Por amigos adecuados se entiende países aliados, bien armados y capaces de intervenir militarmente, con intereses compatibles y dispuestos a cobrarse su apoyo con ventajas en otros terrenos. Y los momentos convenientes son aquellos en los que están en juego valores importantes como la soberanía, el acceso a recursos necesarios o la conservación del poder por las oligarquías locales. Ésta es la fórmula aplicada en Kosovo y que hoy se refleja en Osetia y Abjasia, para irritación y desconcierto de quienes sólo dividen el mundo en buenos y malos, permitiéndoselo todo a aquéllos y negándoselo siempre a éstos.
Si Kosovo encontró en la OTAN y en EEUU el amigo necesario para sus propósitos, Osetia y Abjasia lo tienen hoy en Rusia. De ahí la templanza de la Unión Europea, que rehúsa iniciar una absurda carrera de sanciones contra Moscú, para la que dudosamente tendría la razón de la fuerza, pero carecería totalmente de la fuerza de la razón.
* Alberto Piris. General de Artillería en la Reserva.