QUIERO comenzar este artículo presentando mis excusas por un error cometido en otro anterior, titulado La despedida de Francisco de Xavier, publicado recientemente en DIARIO DE NOTICIAS, que tan generosamente acoge mis escritos. En el octavo párrafo, hablando de que le birlaron a Xavier la canonjía a la que optaba en la Diócesis de Pamplona-Iruñea, digo «según el investigador Idoate…», donde hubiera querido decir Esarte. Efectivamente, es Pedro Esarte Muniáin, a quien le envío desde aquí mi aplauso y ánimo por su magnífica labor de investigación histórica, el que hace y prueba esa hipótesis en su reciente libro Francisco de Jasso y Xavier y la época del sometimiento español de Navarra. Y sin más inicio el tema del presente artículo.
La precavida diplomacia vaticana no suele equivocarse casi nunca. Tiene tanta retranca que acierta a veces casi sin pretenderlo. Le sale sin más. Pero en algunos casos falla estrepitosamente, como en el caso que voy a comentar.
El Papa en persona no viene a los fastos de Xavier. Y me parece normal. Nos basta con nuestro propio santo. Pero manda un cardenal como legado suyo. Hubiese sido lo normal que hubiese venido un cardenal de curia, alejado de las trapisondas de aquí, y perfectamente desconocido.
Pero no. Esta vez manda a un cardenal de España, con intereses concretos aquí, por cierto perfectamente bastardos, y bien conocidos, aunque venga de Madrid, o precisamente por ello. Lo conocemos tanto que lo hemos visto en una infausta manifestación política y hasta tocada su cabeza con una visera para no coger una insolación.
Pero es que en este caso la cogimos muchos de los que, ni por pienso, estuvimos en Madrid. Pero los obispos que se manifestaron con el PP, y que más tarde lo repitieron en igualdad de condiciones, no debieron verlo así. Pero puedo asegurar, y aseguro, que en esas ocasiones no fueron precisamente infalibles. Es más, metieron la pata hasta el hondón e hicieron entre nosotros, lo aseguro, un daño inmenso.
Rouco Varela es el menos indicado para venir a Navarra como legado del Papa. Yo creo que hasta San Franciscote Xavier sufrirá un extraño cosquilleo en su brazo incorrupto.
A Rouco no lo queremos aquí como legado del Papa en éstas nuestras fiestas. Se nos revuelven las tripas de sólo pensarlo, y cuando lo veamos aquí mezclado con la reliquia de nuestro santo y vestido de púrpura nos dará un síncope. No es para menos.
Rouco representa lo más rancio del Episcopado español, que ya es decir. Su persona le da a la venida un aire de cruzada españolista, repetida, además, que nos da mil patadas. Viene a la casa solariega de los Jasso y Azpilkueta, que otro cardenal destruyó con saña -y Xavier lo vio, y no lo habría olvidado, viendo a su ama llorar-. Dicen por aquí, confieso que no sé si es cierto, pero si lo fuera sería sumamente grave, que el Episcopado español está preparando afanoso un documento político, que no religioso, sobre la unidad de España como un gran bien moral. ¿Gran bien moral para quién? ¿Y en qué consiste ese supuesto bien moral? Supongo que nos lo descubrirán minuciosamente y nos lo probarán fehacientemente. Supongo que debiera ser para nosotros un tesoro, como concernidos directamente por él. ¿Otra cruzada de los obispos, otra ocupación y otro expolio de Navarra, esta vez, como la otra, de lo que más queremos, Francisco de Xavier, Jasso y Apilicueta? Y quien sostuviera que ese proclamado bien no es tal para nosotros, estaría desautorizado, desde la fe y la moral cristiana, a sostenerlo. Quien propusiera la restitución del estado que Navarra tenía cuando Xavier nació y que su padre con tanto tesón defendió, como no podía ser de otra manera, ¿cometería un acto inmoral?
Pero no, para nosotros es un mal. Y un mal muy grave. Nos quieren robar nuestra identidad, nuestra historia, nuestra lengua, dejándola sucumbir en una deplorable diglosia. Quieren borrar o desfigurar nuestra memoria histórica, a nuestro santo patrón, San Francisco Xavier Jasso y Azpilkueta. Porque aspiramos a recuperar nuestro hogar, el hogar de Xavier, nuestra independencia, para preservar nuestra identidad, nuestra lengua en inmenso peligro de desaparición por el españolismo sobre nosotros de la España imperial guiada por un renacido Cisneros. No hemos olvidado nuestra primera y perdurable ocupación cruenta por Castilla, ni a nuestros miles y miles de muertos, como Juan de Jasso, padre de Xavier, ni el despojo constante que sufrimos de nosotros mismos a lo largo de los siglos. No admitimos un Reino de Navarra que se reduzca grotescamente al nombre de un campo de fútbol. No hemos olvidado ni el sufrimiento de Xavier, ni la humillación y pobreza de su familia, la angustia de su madre la triste María . Tampoco olvidamos las reticencias que hubo aquí para nombrar al Patrono Universal de las Misiones, patrón de Navarra.
¿Qué viene a celebrar Rouco Varela vestido de oro en Xavier, nuestro dolor, la promesa de nuestra total libertad, de nuestra independencia?
Francisco de Xavier debe hacer reverdecer aquí, en la celebración de sus fastos, nuestra fe tan tergiversada y en tan profunda crisis, nuestra identidad tan diluida, nuestra libertad tan mermada. Rouco no puede ser en manera alguna mediador de todo eso. Es símbolo de todo lo contrario. ¿Y Roma no sabe todo eso?
La sublimidad de nuestro santo no puede ocultar ni hacer olvidar todo eso. Si así fuera, su santidad no serías más que un álibi al que recurren algunos para retrotraernos a las peores cosas para nosotros. Pero San Francisco Xavier no es para Navarra un álibi cualquiera. De ninguna manera puede serlo. Es un santo de carne y hueso, de nuestra misma estirpe, de nuestra trágica historia. Por eso le tenemos tanta devoción, le queremos tanto y le queremos honrar como se merece. Queremos cantar con él el cántico nuevo en nuestra propia tierra y suya, en su propia lengua y nuestra, aunque muchos la hayamos perdido, un cántico nuevo al Señor, porque no es posible cantar al Señor un cántico nuevo en tierra extraña, extrañada más bien, hollada, pisoteada, reducida, expoliada. Expoliado Xavier en ésta su casa, de sus bienes de familia. En suma pobreza en París, y en su divina riqueza en Oriente, desde cuando escogió en Montmârtre el seguimiento total de Cristo y le consumió el afán de dar a conocer al mundo entero a su amado Jesús de Nazaret, el que fue por siempre Francisco de Xavier, pues así se firmaba muchas veces.
Loor a nuestro santo universal, menos de aquéllos que quieren vestirse con sus ropas de gloria para los malas empresas de vaciar a Navarra de sí misma, como vaciaron su castillo de Xavier de su grandeza, de su belleza, de su fortaleza. Cualquier cardenal Cisneros viejo o nuevo lo quiere diluir. No lo consentiremos. Desde su concreta radical Navarra, es el santo más universal que existe, nuestra gloria para siempre.