Sin abandonar la Cerdanya puedes pasar de Puigcerdà a Bourg-Madame, cambiando así de Estado. No quiero decir que pasemos de sólido a líquido (calor, allá arriba no es tan intensa), sino que abandonemos la demarcación administrativa española, para pasar a la francesa. Y eso, aunque no nos gusta, no son sólo líneas trazadas sobre un mapa, sino que acaba afectando a los usos, los hábitos, y sospecho que incluso a las capacidades de la gente.
En la terraza de un bar de La Guingueta, que no debe quedar a más de 2 km de la raya del término de Puigcerdà, unos amigos míos pidieron un té. Aunque en francés, la palabra suena bastante igual, la camarera no parecía capaz de entenderles, en primera instancia. Una pausa, una sonrisa educada y el gesto de llevarse una taza a los labios obraron el milagro, y la joven incompetente les llevó la infusión que deseaban.
Poco después acompañé a mis hijas al baño. Mientras la pequeña utilizaba uno, el otro -de cinco años- esperaba en la puerta del baño, que estaba ocupado. Cuando -finalizada la operación- nos volvíamos hacia la terraza. Mi hija mayor me dijo: «Una señora me preguntó si quería entrar en el inodoro… pero me lo ha dicho de otra manera, y yo le he contestado que sí con la cabeza, para que me entendiera». Obviamente, «de otra manera» quería decir en francés, una lengua que no forma parte de las que ellas escuchan cotidianamente.
Es decir, que una joven adulta, presuntamente francesa y en posesión de sus facultades intelectuales (cualquiera que sea la cuantía en que las atesora) es incapaz de entender una palabra que -pequeños matices de pronunciación aparte- es idéntica la que designa a la misma bebida en su lengua. Por otro lado, una niña valenciana, que no tiene ningún contacto habitual con el francés, es perfectamente capaz de entender una comunicación contextualizada (en la puerta de un inodoro es poco probable que una persona desconocida te pregunte -por ejemplo- tu opinión sobre la arquitectura minimalista), y de responder de una manera que facilita la comunicación, en lugar de dificultarla.
Si tenemos en cuenta que mi hija no tenía nada que ganar, mientras que la camarera se gana la vida vendiendo bebidas, quizás tendremos que concluir que la prepotencia lingüística, esa actitud que mantienen muy hablantes de lenguas poderosas, que les lleva a considerar que todo el mundo les hablará en su idioma, perjudica severamente las capacidades intelectuales. Quizás convendría acuñar una nueva denominación para designar este fenómeno. Yo propondría Daño Lingüístico Grave, un síndrome que podría definirse como un déficit comunicativo de amplio alcance, asociado a la prepotencia lingüística, que puede perjudicar ampliamente la habilidad lingüística de las personas afectadas, limitando así -severamente- su capacidad de comunicarse efectivamente con otros seres humanos.