Daban de comulgar al muerto

No son pocos los que se quedan sorprendidos, todavía, ante la respuesta española a las reivindicaciones de Cataluña. Es mucha la gente que no acaba de entender cómo, ante la decisión creciente de Cataluña de imaginar su futuro fuera de la dependencia de España, las reacciones que nos llegan adopten expresiones formales tan absolutamente desgraciadas. Es alucinante la manera tan torpe cómo la parte española afronta este tema, en vez de procurar buscar soluciones racionales, civilizadas, inteligentes.

Día tras día, la manipulación informativa de la práctica totalidad de medios españoles, las mentiras, las medias verdades, los rumores, la intoxicación deliberada y consciente se ha ido adueñando del espacio público, incluso arrastrando el montón de tópicos, prejuicios y lugares comunes de la catalanofobia más rancia y, al mismo tiempo, ancestral. Y hay alguno de los nuestros que siguen diciendo, santa inocencia, que hacen todo ésto y actúan así porque no nos entienden, no nos comprenden, y lo que hay que hacer es más pedagogía. Quizás ya es hora de que nos demos cuenta de que no es que no nos comprendan, sino que, simplemente, están en contra. Si todos los recursos, energías y tiempo que hemos dedicado a hacer pedagogía en España, los hubiéramos dedicado a hacerla dentro de nuestro país, no dudo que ya hace años que seríamos independientes. Como ven hacia dónde avanzamos, han perdido los estribos y en las tertulias gritan, insultan, faltos como están de argumentos sólidos para contrastar la opinión catalana.

Algunos han comenzado a pasar ya de la amenaza a la violencia. En las Cortes y en ámbitos más formales, la estridencia es sustituida por una arrogancia despectiva con el adversario que, en el fondo, encubre determinados complejos.

Les pierden las formas, sí. El nacionalismo español es así y lo ha sido siempre. Porque en relación con nosotros no piensan con la cabeza, sino con el estómago, sustituyen el cerebro por el intestino y actúan como siempre: en lugar de utilizar la inteligencia, emplean la fuerza. Es lo que siempre han hecho a lo largo de la historia, desde la derecha y desde la izquierda, cuando se ha tratado de Cataluña. Si hace unos años hubieran actuado más con la cabeza que con las vísceras, más de uno y más de dos, de los nuestros, habría picado el anzuelo: un poco de reducción del déficit fiscal, un trocito de eje mediterráneo, matrículas en los vehículos, selecciones deportivas en las que no juega España, un ratito de catalán en las Cortes, de vez en cuando y sin pasarse de la raya, etc. Sorprende entender que nos puedan soportar tan poco, si tan detestables somos, si tanta angustia les produce nuestra lengua, ¿por qué narices nos quieren en España, si no es para seguir pagando?. ¿Cómo esperan que reaccionamos ante sus embestidas de rechazo, negación y menosprecio permanente? Ellos, mientras vamos pagando, continúan invirtiendo en infraestructuras en lugares imposibles.

Desde Madrid, en medio de la burbuja de afirmación nacionalista y del silencio de aquella España culta, liberal y abierta que debe de haberse pasado a la clandestinidad, hacen ver que no se dan cuenta de lo que pasa. Aquí, los catalanes que siguen defendiendo la continuidad de la dependencia española de Cataluña (Navarro, Duran, Sánchez), se esfuerzan por medio emborronar futuros menos bestias, en la pizarra pública, que al instante son borrados por los maestrillos de turno. Queda claro que, de poniente, no vendrá nada bueno, porque allí se niegan y nunca han imaginado, para nosotros, un futuro diferente del pasado y el presente de siempre. Ahora, a toda prisa, hablan de una manera distinta de encajar (?) en España, de un federalismo que ahora va de verdad y de un sistema de financiación no lesivo para Cataluña. Pero ahora, ya llegan tarde. No sólo porque aquí no se lo cree nadie, sino porque, allí, tampoco. Como el dicho popular, cuando estaba muerto, le daban de comulgar.

EL PUNT – AVUI