Cuando Navarra sí agasajó a las tropas de Adolf Hitler

Fotografía Archivo Municipal de Pamplona 07·06·15

La entonces presidenta del Gobierno foral, Yolanda Barcina, afirmó el pasado 27 de mayo que el resultado electoral del 24 de mayo podría derivar en la “Alemania previa a Hitler”. Quizá se le olvidó recordar que, no mucho tiempo atrás, en 1940, las autoridades franquistas que le precedieron en el cargo recibieron en Pamplona, con todos los honores, a un grupo de soldados de Hitler y al mismísimo Himmler en Alsasua.

El jefe militar del destacamento alemán que visitó Pamplona por San Fermín, con el torero Curro Caro.

Desafortunadamente la estancia de los soldados de Hitler en Pamplona no tiene nada de imaginario, aunque sea una historia que ha pasado desapercibida, o que directamente da mucho palo recordar -y con razón-.

Al parecer, según lo que atestiguan los periódicos locales Diario de Navarra y Arriba España, dicha indeseable visita -al menos desde nuestra perspectiva contemporánea, porque desde la suya, como veremos, no se les pudo hacer más la pelota- se produjo el día 7 de julio de 1940, que aquel año cayó en domingo. Como los lunes sólo se publicaba la Hoja del Lunes, las noticias hay que buscarlas en las portadas del martes, 9 de julio.

En el Diario de Navarra se publica una foto del “jefe militar de los alemanes que nos han visitado”, saludando al torero Curro Caro, que le brindó un toro en la corrida del día 7. En esa misma portada, se publica también una foto de Galle de un montón que se produjo en el callejón de la Plaza de Toros en el encierro del día 7. El pie de foto no puede ser más chocante en un contexto de guerra total como estaba sufriendo Europa: “He aquí el segundo más impresionante y tremendo de los tres minutos de nuestros encierros. Galle ha sabido recogerlo con un acierto realista que, en verdad, es para hacer buena la frase de los alemanes: ‘¡Esto es más difícil que coger tanques!”.

Sin embargo para saber qué más hicieron los teutones en nuestra ciudad, hay que consultar la portada de ese mismo día 9 de julio del periódico falangista Arriba España, que se publicaba en la calle Zapatería, en los talleres confiscados en 1936 al periódico nacionalista La Voz de Navarra. Es difícil escoger, entre tanta chaladura como destila ese artículo, la más amajaronada, así que lo mejor es reproducirlo entero, no sin cierto escalofrío ante semejante muestra de ceguera política:

Soldados alemanes en San Fermín

A media mañana de este San Fermín de lloviznas, soldados alemanes empezaron a surcar la “olada”. Eran los mismos -altos, silenciosos, rubios- que los noticiarios y las fotografías nos han situado en Praga, en Varsovia, en La Haya, en Bruselas, en París, en Hendaya. Para trescientos de ellos esa marcha triunfal se ha interrumpido antes del ímpetu definitivo, con un insospechado paréntesis: las fiestas de San Fermín. Aquellas ciudades de una Europa verde los veían pasar por derecho de conquista, Pamplona, entre el oro de las mieses segadas, los acogía por derecho de hermandad. La ciudad les había invitado a participar en su fiesta, porque en su dolor, en los aciagos días de la guerra, los legionarios alemanes pusieron su esfuerzo para que esas fiestas fuesen algún día posibles. Para que fuese posible una gran fiesta de triunfo en Europa.

Otra vez Pamplona oía en sus calles el paso de los soldados alemanes, desde los días imperiales cuando pasaban los tercios de Carlos de Gante, los cortejos de Neoburgo, los regimientos de Reales Guardias. Y otra vez se sentía en el aire fresco y transparente de viejo grabado, que volvían los días de una empresa común de unidad, de conquista y de destino. Hace pocos años hubiera parecido imposible que en su mañana festiva la imagen morena, plata y malva de San Fermín bendijera a grupos de soldados verde gris, venidos desde aquel Amiens que él condujo al seno de la Cristiandad.

La ciudad les había llamado en el día más grande y alegre de su calendario familiar. Quería honrar a los héroes de la tierra amiga con la sencillez entrañable y cordial de los que hace tres años empezaron la salvación de Europa para los que ahora la están felizmente coronando. Mientras el Ayuntamiento obsequiaba a los jefes con un vino de honor, a los soldados les rodeaba en la calle la más viva y exaltada simpatía. Sobre los autos grises, avezados a la guerra, racimos de mozos ofrecían a los alemanes, sonrientes y llenos de estupor, el vino caliente y bravo de nuestra tierra. Más allá, al son de las gaitas, mozos con el gorro militar alemán y soldados alemanes con las boinas, los sombreros de paja y los rojos pañuelos al cuello, bailaban la jota más frenética y bulliciosa. Durante un día, sajones, prusianos, bávaros y turingios fueron pamploneses de corazón. El cariño es capaz de estos imposibles.

Donde culminó el homenaje fue en la plaza. Mientras Curro Caro les brindaba su mejor toro, todos los espectadores, en pie, les ovacionaron largo rato. Sonaban el himno nacional y el Deutschland Über Alles, y todo se puso a tono: el sol y la lidia, los corazones y el entusiasmo.

El pie de la foto que acompaña al artículo dice: “Jefes alemanes presenciando la procesión de San Fermín, acompañados de autoridades y personalidades”.

¿Puede haber algo más surrealista que imaginarse ahora a toda la Plaza de Toros de Iruña puesta en pie cantando brazo en alto el himno español y el alemán? Y, sin embargo, el ABC de ese mismo día 9 confirma la versión del periodista pamplonés. Y luego tendrán la jeta de decir que los Sanfermines de ahora están politizados…

Por cierto: quien quiera averiguar cómo se llamaba ese comandante de la Wermacht que se cuadra ante el torero Curro Caro en la foto de Diario de Navarra, puede ahorrarse el esfuerzo de acudir al Archivo Municipal. No se conserva allí ninguna prueba de esa visita, ni la más que probable firma en el libro de honor de la ciudad (teniendo en cuenta sobre todo que se obsequió a los jefes con un vino de honor en la Casa Consistorial). Algún espabilao debió decidir (en algún momento posterior a 1945, cuando ya se sabía que los nazis no volverían a bailar nunca más la jota frenética), expurgar cualquier testimonio de tan incómodos -entonces, con la guerra ya perdida- amigos de juerga.

Lo único que el mentado espabilao (fuese quien fuese) no hizo desaparecer fueron los periódicos del día 9 de julio de 1940, que conforman la colección hemerográfica municipal. Y eso es lo único que nos permite también hoy en día sonrojarnos hasta las orejas con esta lamentable muestra de lameculismo, que desgraciadamente no termina aquí…

Y digo que no se acaba aquí porque unos meses más tarde, el sábado 19 de octubre, Heinrich Himmler -al que los periódicos denominan asépticamente “Jefe de la Policía alemana”, cruzó la frontera de Irun de camino a Madrid. Y en ese camino paró en Alsasua, donde según el Diario de Navarra del día siguiente, le estaba esperando el entonces Gobernador Civil, don Francisco Jordán de Urriés, que aprovechó para presentarle al resto de autoridades que también se habían acercado a la villa ferroviaria con intención de agasajarle. Según el periodista, “el señor Himmler departió amablemente con todos, almorzó en Alsasua con el señor Gobernador Civil, y siguió su viaje hacia Madrid. El diputado foral señor Sanz Orrio acudió a Alsasua a cumplimentar, en nombre de la Corporación, al excelentísimo señor Himmler, jefe de la Policía del Reich”. El martes 22 de octubre, el Diario de Navarra publica la foto de la vergüenza.

Vergüenza que alcanza límites insospechados cuando uno descubre que el principal lugarteniente de Himmler en este viaje fue Karl Gebhardt, doctor y cirujano consultor de las SS con el grado de Brigadeführer y Teniente General de las Waffen SS, que fue además su médico personal y promotor poco más tarde de aberrantes experimentos médicos con prisioneros de los campos de concentración de Ravensbrück y Auschwitz, donde “compartió experiencias” con el Ángel de la muerte: el siniestro doctor Josef Mengele. Por esos crímenes contra la humanidad fue juzgado y condenado en los Juicios de Nuremberg, siendo ahorcado en junio de 1948.

A tiparracos como este cumplimentaron las “autoridades navarras” aquel lamentable 19 de octubre en Alsasua, o invitaron a un “vino de honor” el 7 de julio de 1940 en Pamplona. No, no es nada extraño por tanto que los implicados quisieran hacer desaparecer las pruebas de semejante y bochornoso servilismo. Y ahora que una presidenta derrotada y completamente pasada de rosca quiere hacernos creer que estamos a las puertas de la Alemania hitleriana, es cuando más necesario resulta recordar gracias a quiénes precisamente Navarra sí que estuvo realmente no a las puertas, sino metida hasta el cuello en aquella locura…

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