El profesor Francis Fukuyama, uno de los intelectuales más escuchados por las élites mundiales, me ha sorprendido con un artículo que publica en el último número de Foreign Affairs (1), la prestigiosa revista del ‘Council on Foreign Relations’ desde 1922. El texto es, según indica la publicación, una especie de adelanto de su nuevo libro y cabe decir que contiene una evolución muy interesante a partir de las ideas incluidas en su anterior volumen, ‘Identity’.
En aquel texto Fukuyama se acercaba curioso a la fuerza mostrada por las identidades, por el propio nacionalismo, siempre desde su consistente posición liberal –no lo reduzcan a lo que no es: liberal en el sentido intelectual, amplio y americano del término. Y en éste parece que da un paso más. Porque, a la vista de la guerra de Ucrania, Fukuyama no sólo reconoce abiertamente el valor que tiene el nacionalismo, sino que avisa de forma muy rotunda de que el mundo liberal, es decir, el mundo democrático que cree en la tolerancia hacia la diferencia, el respeto a los derechos humanos y el imperio de la ley, no puede «ceder la nación a sus oponentes».
A primeros de 2020 entrevisté a Francis Fukuyama en su despacho de Stanford, bajo la atenta mirada del profesor Resina, precisamente a partir de la publicación de su libro ‘Identity’. La conversación fue extremadamente agradable y educada, pero a mí se me hizo muy evidente, y él lo reconoció, que estaba claramente incómodo a la hora de hablar sobre el hecho catalán, incluso a la hora de hablar con un periodista catalán, pueden releerla aquí para comprobarlo (2).
En aquel libro Fukuyama, pese a la aproximación que ya empezaba a manifestar, todavía advertía unas cuantas veces que las “políticas de identidad” son una amenaza para las democracias liberales. Lo hacía matizada y trabajadamente, como lo hace todo. Pero ahora, leyendo el artículo de ‘Foreign Affairs’, lo cierto es que se me hace muy difícil no resaltar lo que veo como un cambio de tono, como una evolución, de su discurso: no sólo en términos generales, pero en cuanto al nacionalismo, al poder movilizador y constructor que tiene, al rol cohesionador de las sociedades, sino incluso en lo que respecta a Cataluña.
Fukuyama escribe en este artículo: “Cataluña, Quebec y Escocia son regiones con tradiciones culturales e históricas propias donde hay nacionalistas partidarios de separarse completamente del país al que ahora están vinculados. Y no cabe duda de que estas regiones seguirían siendo sociedades liberales que respetarían los derechos humanos si lograran separarse de ellos…”. Que no es decir poco viniendo de dónde viene y publicándose dónde se publica.
Y todavía, inmediatamente después, escribe: “Las identidades nacionales representan un peligro obvio, pero son también una oportunidad. Son una construcción social y pueden servir para apoyar los valores liberales, y no para socavarlos”.
Fukuyama justifica esta generalización favorable a algunos modelos de nacionalismo diciendo que el universalismo de las ideas liberales no es incompatible con el concepto de nación, pero al mismo tiempo reconociendo que la «naturaleza agnóstica» del pensamiento liberal crea un «vacío espiritual» que muchos ciudadanos llenan de identidad. De ahí, concluye: “El liberalismo tendrá problemas si la gente lo ve tan sólo como un mecanismo para manejar de forma pacífica la diversidad, sin un sentido más amplio de propósito nacional”.
La crítica, por eso, esta vez se vuelve hacia lo que podría entenderse como obsesión por el universalismo vacío que ha caracterizado al mundo liberal y hacia las consecuencias de este hecho. Y lo vuelve a remachar hablando de Cataluña cuando escribe: “No existe, por ejemplo, una clara teoría liberal sobre cómo redibujar las fronteras nacionales, un déficit que ya ha conducido a conflictos intraliberales sobre el separatismo en regiones como Cataluña, Quebec o Escocia”.
Es evidente la inexistencia, por ahora, de un formato democrático mundialmente aceptado que se pueda utilizar para redibujar las fronteras. Pero también está claro que cada día hay más voces que, o bien la reclaman –de alguna manera, Fukuyama lo hace–, o bien ponen manos a la obra para intentar construirla, como ha hecho, por ejemplo, Timothy William Waters –lean aquí una entrevista con él de Andreu Barnils (3).
Y, atención, que el hecho de que este debate se vaya abriendo paso de una forma tan clara entre la intelectualidad global más influyente es algo que, particularmente, los catalanes deberíamos apreciar y tener muy en cuenta. Sobre todo en un momento como el actual, cuando el debate intelectual en el soberanismo catalán es de un perfil lamentablemente infantil y cuando el españolismo más provinciano e iliberal pretende hacernos creer que los raros somos nosotros –que precisamente somos quienes centramos la atención global– y no ellos.
(1) https://www.foreignaffairs.com/articles/ukraine/2022-04-01/francis-fukuyama-liberalism-country
(2) https://nabarralde.eus/es/francis-fukuyama-sin-sentimiento-nacional-no-puede-haber-democracia-2/
(3) https://www.vilaweb.cat/noticies/timothy-william-waters-independencia-solucio-no-problema/
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