El 10 de junio de 1944, tras el desembarco de Normandia, la SS División «Das Reich» dejó apresuradamente Iparralde para, tras atravesar gran parte del estado francés ocupado, llegar a un punto de convergencia con otros contingentes e intentar frenar la ofensiva aliada. En su retirada hacia el norte según fuentes oficiales alemanas sufrieron un «atentado terrorista» (utilizando la terminología políticamente correcta actual) en el entorno de Limoges, al norte de Burdeos, en el que fueron «asesinados cobardemente» dos miembros de dicha División pertenecientes al regimiento «Der Führer». La «organización terrorista» autodenominada maquis estaba sin duda tras los hechos, pero el comandante de la División, el general Lammerding, tenía prisa por avanzar. Permitió a la 3ª compañía del regimiento atacado «retrasarse un poco» y arrasar como represalia al ataque, la pequeña población, cercana a Limoges, de Oradour-sur-glane. Aplicaban la represalia procedente recogida en la legislación vigente por actos contra la fuerza de ocupación. El major Dickmann, el capitán Kahn y el teniente Barth dirigieron el progromo. Toda la población del pueblo fue «ejecutada», 642 personas (los hombres fusilados y las mujeres y niños quemados vivos en la iglesia), evidentemente «todos eran terroristas» y el pueblo fue arrasado. Anteriormente el 10 de junio de 1942 hicieron lo mismo en Lídice, Checoslovaquia (476 víctimas); el mismo día 10 de junio de 1944 en Distomon en Grecia (239 víctimas) se dieron sucesos similares. En agosto del mismo año en Maillé, 124 personas fueron «ejecutadas» y entre septiembre y octubre del mismo año en Marzabotto, Italia mataron a 1836 personas. Podríamos seguir, pero recorrer el este europeo con el listado de progromos sería demasiado largo para este espacio, aunque no podemos olvidar que antes de la guerra, en 1937, habían arrasado Gernika desde el aire con el mismo resultado dantesco. Tras la guerra una constante se institucionalizó, nadie pagó por ello. Los SS responsables vivieron una plácida vida hasta la vejez, y eso hace que aún hoy recordar sucesos como estos de la II Guerra Mundial indigne y encienda la rabia ante la impunidad genocida de entonces, hoy más vigente que nunca en los conflictos contemporáneos que sufren millones de personas en 2007.
Hoy Oradour es un Memorial (el pueblo está como quedó) y dudo mucho que actualmente permitieran organizar actos de homenaje y apoyo a las SS, u otro tipo de actos filonazis en el lugar. No solo por sentido común, por respeto a las víctimas; a día de hoy en la Unión Europea, se supone que la apología del genocidio es delito. Gernika es la excepción que confirma la regla.
Pero a pesar de ello lo cierto es que en esa Unión Europea mencionada también es común ver a las policías «democráticas» (seguimos con el vocabulario políticamente correcto) proteger a las hordas neonazis o neofascistas en sus concentraciones. Casi nunca son reprimidos, y los nietos de los SS siguen aprovechando ese aura de intocabilidad de la que tanto disfrutaron sus abuelos tras la guerra y por ende sus «democráticos» padres.
En Alemania los neonazis siempre han estado protegidos por la policía en sus minoritarias concentraciones, pero nunca han gozado de impunidad total a la hora de agraviar a las víctimas del nazismo. El Orden alemán actual aprieta pero no ahoga, revoltosillos si pero dentro de «un Orden». El nazismo y el fascismo siempre han sido instrumentos de la democracia burguesa, nunca han tenido vida propia. Sin embargo en el estado español es muy común y coherente que la «derecha democrática», filofranquista y extrema sin complejos, azuce a sus grupúsculos de choque, cual patéticas SA, con su histriónico «pseudoführer» Inestrillas al frente, para provocar e instigar agravios permanentes y recordar a todos y todas que el que tuvo retuvo.
En Gernika ayer las «tropas de asalto» y su líder, al igual que en otras ocasiones venían protegidas por la policía del orden establecido, recordaban a la policía de Vichy. Nunca antes habían organizado algo tan injurioso y doloroso: un acto en Gernika, corazón y símbolo de las masacres nazi-fascistas. Un acto por extensión de homenaje a los asesinos de Lídice, de Oradour… Los medios «democráticos» con rigor goebbelsiano, todo se pega, auguraban y han expedido la noticia con los recurridos «enfrentamientos con radicales abertzales», altercados… pero la realidad fue otra.
La policía protegió a los autobuses de fascistas y evitó que llegasen a Gernika a celebrar ningún acto. Sería demasiado. Se quedarían charlando amistosamente en algún parador. Aún así, Gernika era una ciudad silenciosa. Con la mayor parte del comercio cerrado, con poco tráfico. No hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Cierto. Solo que la ofensa es inaceptable, indigerible. Aun resuenan en los oídos de miles de radioyentes los comentarios negacionistas de la emisora episcopal española ¡el 26 de abril de 2007! hablando impunemente del «incendio de Guernica». Los impunes gritos y lemas «ultras» en centenares de concentraciones previas, en estadios, en la red… alabando el fascismo criminal que bombardeo la Villa e incluso pidiendo ¡que la bombardeen otra vez! Ayer el desprecio ante la impunidad era el sentimiento dominante. Gentes de todos los ámbitos, al margen de filiaciones políticas, se concentraban cerca de los juzgados . Indignación y miedo. Indignación por el trato a favor de las autoridades al apologeta del genocidio, que cual estrella del rock llegó a los juzgados, insultó, amenazó y se marchó sin despeinarse. En ningún rincón europeo en donde perviva la memoria hubiera podido ser posible tal indecencia Y miedo. Miedo al negro. Al mismo negro imponente que recuerda al uniforme de gala de la Das Reich y que tan ostentosa y anónimamente llevan con orgullo los policías defensores del ordenamiento vigente, el que toca, da igual.
Así es. Pocas crónicas han profundizado en el verdadero significado de la visita-convocatoria de los neofascistas españoles a la ciudad mártir. Si hiciéramos una crónica fidedigna veríamos que muchas personas que se acercaban por los juzgados a mostrar el rechazo al arrogante falangista, y otras muchas que no se acercaron por miedo, solo estaban unidas por la indignación doble de lo que significaba la visita como desprecio a las víctimas y enaltecimiento de la barbarie, y la impotencia de ver a la policía imponerse violentamente a todos los presentes para facilitar la llegada de exconvicto líder neofranquista.
El pueblo dio ejemplo. Sin siglas. Sin crispación. Gentes de todo tipo representadas. Allí estaba el activista, el militante, codo a codo con la gente discreta, que nunca se moviliza, incluso esa gente de la que se dice peyorativamente «que pasa de política». Arrantzales, tasqueros, empresarios, fontaneros, médicos, alumnos, profesores, transportistas, comerciales, enfermeras, comerciantes, bomberos, jubilados… de todos los oficios y profesiones, al margen de ideas concentrados contra el fascismo y su impunidad…¿todos? Faltaban los policías, esos que dicen ser «del pueblo». Los que siempre están con el orden establecido, defendiendo el ordenamiento vigente, sea quien sea el que gobierne. Sin sentido común, sin sentimientos. Haciendo «cumplir» la ley, la norma. Abusando amparados por el anonimato. Por las buenas, por las malas o por las peores. Con desprecio. Sin pensar, sin razonar, con doble vara de medir, de actuar. Como siempre. Igual que ayer, que antes de ayer.
Y los jóvenes del pueblo, como siempre, como en todos los conflictos, toda la vida, el saco de las ostias. Desde el principio. Sin opciones… y al final siguiendo el guión establecido los protagonistas del tabloide. Así es, tras la impunidad, la negación de la verdad y la mentira reduccionista son la otra constante que se repite sin cesar. Del «Gernika incendiada por las hordas rojo-separatistas» de 1937 al «una minoría de jóvenes radicales provocan incidentes y se enfrentan a la policía» al uso en 2007. Pero la verdadera crónica de lo ocurrido es sencilla: el que vivió el momento lo sabe, incluso los periodistas que estaban allí. Todos los presentes saben quien fue desde el inicio el violento, en función de qué y para qué. Los mayoría de los medios que estaban allí, estaban creando la versión oficial, no transmitiendo la realidad. Con el «los incidentes de una «minoría de radicales» saben que ocultan el sentir y el pensar mayoritario de todo Busturialdea y la mayoría de Euskal Herria: Que es inaceptable e indignante que los fascistas sean impunes a la hora de agraviar a las víctimas y a toda Euskal Herria, y además se les proteja a cargo de nuestros impuestos; porque como recordaba una mujer indignada, víctima de bombardeo de 1937, ese irrespetuoso policía que ayer se le imponía con anónima arrogancia, no estaba a su servicio como ciudadana que paga impuestos gracias a los que él cobra un jugoso sueldo funcionarial, sino al servicio del fascio que viene a escupirla como víctima. Todos recordamos al falangista dándole la mano amistosamente al mando policial en la última visita a Gernika. ¿Quién escarnia más?