Creamos en nosotros mismos

El 20 de enero de 1913 moría en Viena Karl Wittgenstein, jefe de una familia que había hecho una inmensa fortuna con el carbón y el acero. En sus últimos 50 años había transformado y modernizado la industria pesada del Imperio Austrohúngaro. La Revolución Industrial estuvo siempre asociada a capitalistas, que revolucionaron la industria y realizaron grandes fortunas –Rockefeller, Guggenheim, Salomon, Carnegie, Morgan…– teniendo una participación determinante en la banca y en sectores industriales clave, como el cobre, el acero o el carbón. Los monopolios no estaban todavía regulados. En la familia Wittgenstein hubo músicos, filósofos, ingenieros… Paul fue un gran pianista. El hecho de que perdiera la mano derecha en la Primera Guerra Mundial llevó a compositores como Ravel, Britten o Prokófiev a componer conciertos y piezas de piano para la mano izquierda, escritos para él con la financiación de su familia. Ludwig fue uno de los filósofos más originales del siglo XX. Se conoció a través de Bertrand Russell, que le tuvo como alumno en Cambridge en los años 20. Su ‘Tractatus logico-philosophicus’ establece los límites del pensamiento y del lenguaje con una profundidad no igualada… Está escrito en forma de sentencias y aforismos, cuya forma es tan singular como el fondo.

El Imperio Austrohúngaro es el antecedente histórico de Europa. Incluía territorios de Austria, Hungría, Chequia, Eslovaquia, parte de Polonia (Galitzia), parte de Alemania (Silesia), Croacia, Bosnia, Eslovenia, parte de Venecia (Trieste)… con una extensión de 675.000 km² y 50 millones de personas. Caleidoscopio de razas, lenguas y religiones, en 1914 era el centro industrial, científico y cultural del mundo. Todo ocurría en Linz, Viena, Praga, Budapest…

En noviembre de 1916 muere el emperador Francisco José. Le sucede su sobrino nieto, Carlos, que intenta hacer la paz por separado con los aliados, pero el Reich alemán se opone a ello. El emperador no tiene fuerza política ni suficiente convicción para hacerlo, a pesar de la más que previsible derrota de los imperios centrales, que se convertiría en una rendición incondicional en noviembre de 1918 con cinco millones de bajas del Imperio Austrohúngaro, el 10% de la población. La guerra heroica… hasta la derrota total. En 1919 se negocia el Tratado de Versalles. El liderazgo del presidente Wilson, que se traslada a Francia para hacer la paz, parte de la base de la libre autodeterminación de los pueblos, principio simple que da lugar al desmembramiento del Imperio Habsburgo y la aparición de pequeñas repúblicas independientes incapaces de hacer de contrapeso de los grandes estados resultado de la guerra: Chequia, Eslovaquia, Croacia, Eslovenia… La solución era una federación que nadie quería, circunstancia que condujo a la guerra 1939-1945, segunda parte de la de 1914-1918.

No es hasta 1948 cuando Jean Monnet concibe el Mercado Común a partir de la unión económica y del mercado único, con evidentes ventajas por su dimensión y libre competencia. Esto da lugar al Tratado de Roma de 1957. “Cuando se tiene la determinación de conseguir un objetivo, se debe actuar sin hacer suposiciones sobre los riesgos de no conseguirlo. Si no se intenta, no puede decirse que es imposible”. Desaparecen las guerras civiles europeas que han asolado Europa durante siglos. Repetimos en el siglo XX el desastre de la Guerra de los Treinta Años del siglo XVII. Europa aprendió poco en 300 años… hasta 1957.

La UE ha llegado a un callejón sin salida. La unión económica no es suficiente en un mundo con dos gigantes, EE.UU. y China. Europa debe crear una federación con presupuesto único, deuda compartida, impuestos federales, defensa y diplomacia única… Hacer esto a partir de 27 estados es imposible, son demasiado y demasiado diversos, construir consensos es una tarea imposible, más allá de acuerdos coyunturales… tenemos experiencia. El mecanismo es hacerlo con unos pocos estados, dentro del euro, con fronteras comunes, que libremente decidan federarse. Una vez creado el núcleo, que el resto de estados de la UE se adhieran al mismo cuando lo deseen, pero con reglas de integración fijas y comunes para todos. El tiempo de adhesión es libre, pero las condiciones son fijas… Este núcleo duro debe ser homogéneo y con objetivos compartidos. Si el Imperio Habsburgo no hubiera desaparecido, ahora podría ser el núcleo de la nueva Europa Federal que necesitamos. Bélgica, Luxemburgo, Holanda, Alemania, Austria e Italia podrían ser ese núcleo. Hay que empezar de nuevo, pero nada lo impide. El objetivo es claro y las ventajas evidentes.

Esta alternativa gana bastante después de comprobar que Rusia no quiere colaborar con Europa. Sus sueños imperiales son imposibles y tóxicos para los europeos y también para ellos. No se puede apostar por ningún país que esté convencido de sus tesis por razones de “orden superior”, es decir, de “honor y de destino”.

También podemos tener ahora como en los años 20 y 30 grandes empresas con presencia en el mercado exterior. Se debe conseguir evitando situaciones de privilegio en el mercado interior. El mercado común, el más importante del mundo en volumen y competitividad, es un valor que no podemos perder. Nos ha costado conseguirlo y los beneficios son evidentes.

Europa lo tiene todo para ser una potencia en el mundo y seguir siendo un centro de libertad y prosperidad, sólo necesitamos tener más confianza en nosotros mismos. La que les sobra a los rusos.

ARA