Como consecuencia del impacto económico de la crisis de la Covid-19, el ritmo, de por sí lento, de mejora a escala global en eficiencia energética (la capacidad de hacer lo mismo, o más, utilizando menos energía) se desacelerará aún más este año, incrementando las dificultades para alcanzar los objetivos internacionales en materia de energía y clima.
Concretamente, un informe publicado este mes de diciembre (Energy efficiency 2020 ) prevé que la intensidad de la energía primaria mundial (un indicador que informa de la cantidad de energía que el mundo utiliza para incrementar su PIB) disminuirá en menos del 1% en el 2020. Una cifra que constituye la tasa más baja desde el 2010 y que queda muy por debajo del nivel de mejora necesario para alcanzar los objetivos fijados internacionalmente para afrontar con éxito la lucha contra el cambio climático, reducir la contaminación atmosférica local y aumentar el acceso a la energía de la población mundial.
Esta decepcionante tendencia refleja los efectos de la crisis económica ligada a la pandemia, que se ha traducido en un descenso de las inversiones en edificios, equipos y vehículos energéticamente eficientes. Las compras de coches nuevos, más eficientes que los modelos más antiguos, se han ralentizado, al mismo tiempo que también se ha producido una desaceleración en la construcción de viviendas nuevas y otros edificios más eficientes. Por otra parte, en el caso de la industria y los edificios comerciales, los precios más bajos de la energía han ampliado hasta en un 40% los periodos de amortización de algunas actuaciones clave para la mejora de la eficiencia, lo que ha reducido su atractivo en comparación con otras inversiones. En conjunto, según el informe mencionado, la inversión en eficiencia energética en todo el mundo va camino de caer alrededor de un 9% este año.
Algo preocupante si tenemos en cuenta que, junto a las energías renovables, la eficiencia energética es uno de los pilares de los esfuerzos mundiales para alcanzar los objetivos climáticos. Durante las dos próximas décadas, las mejoras en eficiencia tendrían que contribuir a reducir la mitad de todas las emisiones de gases de efectos invernadero relacionados con la energía. Y, si bien estudios recientes muestran avances notables en el campo de las energías renovables, resulta desalentador constatar que, al mismo tiempo, la eficiencia energética mundial presenta el ritmo de mejora más lento en una década.
Lo que implica que en sus planes de recuperación económica post-Covid-19, aquellos gobiernos comprometidos con la sostenibilidad energética no deben escatimar recursos para promover la eficiencia energética. Máxime si se tiene en cuenta que las actuaciones en dicho campo contribuirían a impulsar el crecimiento económico y la creación de empleo.
LA VANGUARDIA