Corrupción informativa

Durante la primera guerra del Golfo Pérsico un día Robert Fisk, el magnífico y controvertido corresponsal de The Independent, me sorprendió con una formulación para la que reconozco que yo entonces no estaba preparado. Fisk dijo: esto que veis es sobre todo corrupción. Corrupción del petróleo, corrupción de las empresas de armamento, corrupción de las monarquías árabes, pero corrupción también de la información y de las empresas periodísticas.

Años después, George Bush desencadenó la segunda guerra del Pérsico mintiendo descaradamente sobre las armas de destrucción en masa y originando una de las vergüenzas históricas de la ONU pero también del periodismo mundial que en general hizo suya una información que no tenía ni una pizca de credibilidad y, dándola por buena, contribuyó a justificar aquella guerra injustificable.

Desde que oí Fisk que decía aquello, siempre miro con esa perspectiva de la corrupción todo lo que gira en torno a la vida pública. Todos sabemos, por ejemplo, cuánta corrupción se esconde tras el despliegue faraónico del TAV en España. Imagínense cuánta se puede esconder tras una guerra de alcance mundial. O de una pandemia.

Esta situación de ahora, también excepcional, es seguro que ha hecho millonarios. Y no todos limpios. Es una evidencia que confluyen muchos intereses diferentes y todos tienen voluntad de obtener un retorno futuro. Anteayer se supo un caso excepcionalmente sorprendente (1). Dos artículos publicados en ‘The Lancet’ y ‘The New England Journal of Medicine’, que fueron la base de la decisión de la Organización Mundial de la Salud para dejar de investigar sobre la hidroxicloroquina, fueron aceptados para publicarse en estas prestigiosas revistas científicas en unas condiciones inauditas, porque la empresa que hay detrás de la presunta investigación no tiene ninguna credibilidad. Y era tan fácil como ir a su web para tener sospechas. Algún día sabremos quién pagaba todo eso, y para conseguir qué.

Hasta ahora la publicación en una de estas revistas era una autoridad suficiente para confiar en los resultados, teniendo en cuenta que nadie puede ser experto en todo. Pero ahora esta credibilidad se ha resentido mucho y nos tendrán que explicar cómo es posible que una empresa casi inexistente y sin historial científico haya podido desencadenar la decisión médica más importante de casi toda la pandemia. Y eso, esta pérdida de credibilidad, es un problema para todos, pero muy particularmente para los científicos de todo el mundo y para los que hemos de transmitir la información.

Ayer, en una línea similar, el ‘Financial Times’ (2) publicó un artículo demoledor contra los datos del gobierno de Pedro Sánchez. Pero no es necesario el eco internacional. Es una enorme vergüenza el baile de cifras constante entre los diversos gobiernos y dentro del gobierno español mismo. Máxime teniendo en cuenta el gran contrasentido que significa que el Ministerio de Sanidad español sea la autoridad competente sobre nuestros gobiernos, por una decisión política aberrante, y al mismo tiempo y mandando de forma simultánea en Madrid y Barcelona, Valencia o Palma ni tan solo puedan dar unas cifras fiables y homologables.

Una consecuencia de todo ello, lamentable pero que puedo entender, es hasta qué punto se ha motivado una desconfianza extrema en algunos círculos sociales hacia los medios y hacia la información que reciben los ciudadanos. Cuando nos engañan tantas veces, recibimos todos. También los que pretendemos hacer información honrada.

Todo ello, desgraciadamente, abona el terreno de las teorías conspirativas que todavía echan más leña al fuego. Estas teorías siempre han existido pero ahora contribuyen como nunca a hacer crecer la confusión por la velocidad con que pasa todo. Hay un tipo de persona que busca explicaciones que le puedan satisfacer sentimentalmente, sin tener que cuestionarse el fondo sino la necesidad terapéutica y basta. Y, curiosamente, se acoge a grandes palabras como si fuesen una explicación suficiente. Piensa que diciendo que una cosa es alternativa o censurada o radical ya es suficiente para que deba ser publicada. Cualquiera puede mezclar datos inconexos para dar a un discurso la apariencia de respetabilidad, la técnica es más vieja que ir a pie. Pero esto no funciona así. No especialmente para los que tenemos la responsabilidad de dar a nuestros lectores la información más precisa posible sobre las cosas que nos afectan. Hay un mínimo de exigencia sobre los hechos, sobre la trazabilidad y coherencia de los hechos, y si este mínimo no se cumple no podemos publicar nada como si publicándolo no fuera una manera de hacer publicidad, incluso en el caso de que habláramos mal de tal asunto.

Pero hay antídotos. El principal es el método, la manera de hacer las cosas, la conciencia de que no podemos saberlo todo sobre todo pero que podemos catalogar qué es digno de ser investigado tan intensamente como sea necesario y lo que ya se ve que no tiene fundamento más allá de la fe ciega o el deseo. Hay un segundo antídoto, empero, del que me gustaría hablar para terminar, porque ha sido particularmente interesante en esta crisis motivada por ‘The Lancet’. Son las redes sociales, tan denostadas.

Las redes sociales son un almacén de todo. Hay odio y mala educación en cantidades industriales, pero también conversaciones e investigaciones colectivas que si no existieran las redes sociales simplemente no se podrían hacer. ‘The Lancet’ publicó el artículo fiándose de que los autores movían un banco de datos sin parangón en cuanto a número de hospitales, enfermos y muertos en todo el mundo. Escondiéndose tras la confidencialidad, los autores daban unas cifras que afirmaban que provenían del banco de datos pero que nadie, desde fuera, nadie podía consultar. Pero como resulta que tenían que dar alguna pista -por más básica que fuera-, enseguida se vio que era falsa. Concretamente, un dato de los que se referían a Australia. Investigadores australianos empezaron a tirar del hilo y a pedir a investigadores de otros países si les cuadraban los suyos. Y cuando ya hubo muchísimos datos que no cuadraban la todopoderosa y respetada ‘The Lancet’ fue acorralada.

A veces el cansancio que causan las redes sociales no nos deja ver la extraordinaria capacidad que tienen de revolucionar positivamente la gestión de la información y de frenar la corrupción informativa de la que hablaba Fisk.

(1) https://www.vilaweb.cat/noticies/the-lancet-escandol-cientific-oms-gestio-pandemia/

(2) https://www.vilaweb.cat/noticies/financial-times-dades-espanya-covid-19/

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