Ramon Barnils y el periodismo como herramienta de autoestima nacional
EL TEMPS
Publicado el 23 de noviembre de 2020
Núm. 1902
La Editorial 3i4 publica ‘Contra el nacionalismo español’, una antología de los artículos que el periodista Ramon Barnils (1940 a 2001) escribió en la revista EL TEMPS. El epílogo es de Núria Cadenas y el prólogo, redactado por el president en el exilio Carles Puigdemont, lo avanzamos en estas páginas en exclusiva.
Mantener vivo el legado periodístico de Ramon Barnils es un deber de quienes, con mayor o menor intensidad, hemos dedicado toda la vida o una parte de ella al oficio del periodismo. Y en esta línea celebro la edición de esta excelsa selección de artículos que escribió en el semanario El Temps de 1984 a 2000, que conforman una auténtica radiografía del momento político de Cataluña con relación al Estado español en los años posteriores a la llamada transición democrática.
En el excelente libro ‘La torna de la torna. Salvador Puig Antich i el MIL’, que Ramon Barnils y un grupo de periodistas, con el seudónimo colectivo «Carlota Tolosa», publicó en la editorial Empúries en 1985, releo el prólogo que escribió Ramon recordando aquella fatídico mañana del 2 de marzo de 1974, el día que la ya moribunda dictadura franquista asesinaba a Puig Antich en el garrote vil: «Ese mismo día juré que haría personalmente algo, también único, para desquitarme de la parte de la agresión que me tocaba. Aquella tarde empecé a hacer lo único que podía hacer, vistas mis capacidades: recopilar información, datos, nombres, sobre el caso, con la intención de escribir un libro y explicar por qué la ciudad, el país, el opinión pública se había visto afectada por la ejecución de Puig Antich». Esta afirmación resume perfectamente el rol sociológico y el respeto deontológico que Ramon Barnils otorgaba al periodismo.
Cuando hablaba del oficio de comunicar o el oficio del periodismo se refería, en sus palabras, a una de las profesiones con más responsabilidad social en la formación de un imaginario colectivo en cuanto a orgullo, carácter y autoestima. Barnils, que siempre consideró el periodismo de investigación como el único periodismo verdadero, fue, en consecuencia, defensor de la independencia profesional del periodista, premisa básica para fortalecer la libertad de prensa como uno de los pilares fundamentales del sistema democrático. Con una firme formación, admirador del talento y el talante de Manuel Ibáñez Escofet, su director en Tele/eXpres; de la prosa periodística de Josep Pla y del estilo de Truman Capote en obras de referencia como ‘A sangre fría’, Barnils creó escuela y enseñó a quienes entonces queríamos dedicarnos al periodismo que sólo siendo crítico, con total independencia y lejos de sectarismos, se ejercía el periodismo, y alertaba de la frágil situación de los periodistas, especialmente los que se dedican a informar de la actualidad política: «el procedimiento más sencillo es el de asustarlos. A secas: amenazarlos. Con cualquier mala consecuencia: económica o de consideración social, política o de calumnia». Y remachaba esta afirmación concretando que en la supuesta España democrática había ciertas cuestiones que, como todavía ocurre hoy, hay que silenciar si no se quiere sufrir represalias: «De las diversas restricciones establecidas para llevar a buen fin el paso de la dictadura a la democracia, no van ser las menores las que afectaron a la prensa: durante años, y aún dura, no se pueden ni siquiera relativizar las bondades de la iglesia, del ejército, de la monarquía y de la unidad españolas. La de la iglesia fue la primera en relativizarse -quizás, paradójicamente, porque de aquellos tabúes era lo que se había hecho más preguntas sobre la bondad de la dictadura. Continúan las restricciones en los comentarios sobre el ejército, la monarquía y la unidad de España».
Estas ciento cincuenta piezas periodísticas evocan fielmente la actitud, el estilo y las formas de Ramon Barnils, un periodista nacido en la derrota y educado en la dictadura, pero que lejos de rendirse se erigió, quizá sin pretensión de hacerlo, en un incansable luchador por la libertad con la letra como única arma para defender la democracia y la justicia, como él mismo nos recuerda en el prólogo del libro de Puig Antich. En la lectura de sus artículos, más allá del análisis crítico -necesariamente crítico- de los hechos y de sus protagonistas, cuando a veces era una voz que decía lo que los otros no se atrevían a decir o a escribir, también sobrevuela un vector clave para entender a Ramon Barnils: la necesidad de recuperar la autoestima catalana desde el periodismo. Con un estilo muy personal y una cuidadísima selección de las formas y del léxico, su periodismo enlaza con el articulismo libre, atrevido, que brilló durante los años de la Cataluña republicana.
Pero la obra periodística de Barnils no es sólo la reivindicación del pasado glorioso del periodismo catalán, enterrado durante el franquismo y autoolvidado durante los primeros años de la recuperación democrática, sino una constante apelación a proyectar un modelo comunicativo de futuro homologable a los grandes países democráticos. Es por ello, por ejemplo, por lo que siempre reclamó una agencia de noticias catalana para explicar desde Cataluña, y en catalán, la realidad de aquí y de más allá. Hablaba de ello como una estructura de Estado, una terminología poco o nada utilizada en su tiempo, cuando anhelaba una agencia dotada de corresponsalías en el extranjero y con información actualizada en todas y cada una de las comarcas del país. Él mismo había escrito el proyecto. Un año y medio antes de que Ramón nos dejara, un grupo de periodistas hacía realidad el proyecto, en Girona, con el apoyo de tres de las cuatro diputaciones del país -excepto la de Barcelona-. En septiembre de 1999 tuve el honor y la responsabilidad, junto con Xavier Fornells, de impulsar una herramienta imprescindible de la comunicación nacional, una agencia periodística propia con un modelo multimedia que ha evolucionado con los años con la voluntad de explicarnos comunicativamente sin intermediarios. Fue, en cierto modo, un homenaje a personas como Ramon Barnils.
En la obra periodística de Barnils, como podemos leer en estos artículos seleccionados por Jan Brugueras, sobresalen tres ejes fundamentales de su pensamiento: la necesidad de continuar luchando incansablemente contra la herencia franquista, aún hoy presente en las altas instituciones del Estado; el continuo cuestionamiento de la transición política y la apuesta, sin matices, por la independencia de Cataluña. En un artículo que escribió en abril de 1987 en la revista ‘Cambio 16’ decía: «Si Cataluña es una nación, entonces le corresponde la independencia. Han sido necesarios, o han bastado, diez años sin dictadura para que esta verdad de Perogrullo regrese del subconsciente y vuelva a instalarse en la conciencia de muchos catalanes: los independentistas tranquilos». Toda una afirmación de intenciones que a mediados de los ochenta no formaba parte del discurso central de la política catalana, pero que treinta años después se ha convertido en un silogismo compartido por la mayoría de la ciudadanía de Cataluña. Todo lo que vino años después fue adelantado por Barnils. En julio de 2000, una década antes del recorte del Estatuto de Autonomía, afirmaba: «El estado como ser supremo. La Constitución Sagrada. Y todo, aplicado a zonas geográficas externas, de las que extraer -rapiñar, robar- sus bienes y la riqueza para pasar de sobrevivir a vivir, de gobernarse a mandarlos. Por eso la democracia les ha de matar. Por eso utilizan la mayoría absoluta como democracia relativa». Unas duras palabras que desgraciadamente adquirían la máxima vigencia y violencia en otoño de 2017 con la persistente represión de Estado contra Cataluña. Lo advertía Ramon en el primer artículo de este libro: «No hay como tener la Brunete por el mango para gobernar con comodidad».
En muchos de sus artículos pone en duda lo que en nuestros días forma parte del debate político: la baja calidad de la democracia española o, lo que es lo mismo, el alto grado de agresividad del nacionalismo español. Para mucha gente, ciertas afirmaciones hechas en su tiempo, hablamos de los años ochenta, podían parecer una exageración. Incluso una provocación. La historia, sin embargo, le ha dado la razón. En 1989 resumía por completo la génesis del régimen del 78: «El Estado español se ha hecho pequeño: la introducción, ‘volens nolens’, de la democracia, con quince años de duración -la más larga de su historia- le ha quitado fuerza. Construido en una aventura bélica de siete siglos -la que llaman Reconquista- y reforzado en una serie de guerras de conquistas y ocupaciones en las tres partes del mundo, la democracia, ni en grado modesto, no es pieza esencial de su constitución. La libertad no estuvo presente en su nacimiento».
Ramon Barnils no pudo ver en vida cumplido el objetivo de recuperar la plena soberanía del país, aunque deja entrever mensajes de optimismo de cara a futuras generaciones: «Afortunadamente el mundo siempre es mundo, que da vueltas cada día sin pararse, y las vueltas que ahora da las da en nuestro sentido: el internacionalismo, es decir, la relación entre naciones iguales. El comercio, la industria y la agricultura avanzada. El antirracismo cultural -todas las culturas son iguales, como lo son todas las razas-. El poliglotismo -siempre ha habido una lengua universal, del griego al inglés, pasando por el latín y el francés, que no han sido nunca la única, «cristiana», eterna».
Libertario de corazón, revolucionario en la pluma, lúcido humanista, Barnils nos señalaba en algunos de sus artículos la única vía para lograr la libertad: las urnas: «Al fin y al cabo, la contabilidad de las urnas es la única que tiene al alcance el ciudadano corriente y el comprometido. La cantidad de votos hecha pública es, de momento, la única indicación para saber cuántos son y cuántos somos». Con todo, el escepticismo de Ramón hacia los partidos políticos soberanistas, al menos en su momento -en el actual seguramente también pasarían por su tamiz crítico-, le llevaba a reclamar la necesaria participación de la sociedad civil para conseguir los objetivos: «junto a las organizaciones democráticas que utilizan los estrechos canales democráticos delimitados por la Constitución española y los estatutos, junto y a la misma altura como mínimo, debe haber otras organizaciones que luchen con espíritu igualmente democrático por ensanchar, superar o cambiar dichos estrechísimos canales constitucionales y estatutarios. Organizaciones que, puestas al día, tengan un espíritu en el fondo no tan alejado de organizaciones que ya han existido. Como por ejemplo una que había y que se llamaba la Crida (Llamada)».
Releer al Barnils más comprometido y, a la vez, más crítico con la política catalana y española, nos lleva a la pregunta que muchas veces sus lectores -entre los que me cuento- nos habremos hecho muchas veces: ¿qué habría pensado, dicho o escrito Ramon de los hechos que han sucedido estos últimos tres años? No tengo ninguna duda de que habría defendido el espíritu del Primero de Octubre y habría sido partícipe del mismo. Como tampoco dudo que nos habría fiscalizado a todos y que habría denunciado, con libertad, lo que hubiera creído que no hicimos lo bastante bien. De eso se trata en el periodismo de verdad. El de Ramon Barnils.
Carles Puigdemont
130º presidente de la Generalitat de Cataluña
EPÍLOGO DEL MISMO LIBRO
VILAWEB
Barnils ‘reloaded’
Epílogo de Núria Cadenas del libro ‘Contra el nacionalismo español’, de Ramon Barnils, cedido por la editorial 3i4
Por: Núria Cadenas
11/30/2020
Que la única manera seria de leer es releer lo decía Joan Fuster en aforismo (aquella fórmula suya de conseguir que recordamos las cosas, con el pensamiento hecho saeta verbal de un par o tres de líneas, la filosofía es el arte de coger la vaca por los cojones o no hagas de tu ignorancia un argumento entre el bien y el mal, podríamos aspirar a la alegría). Y que también en esto tenía razón. Sin acabar de querer, la tenía. Y este libro, esta recopilación invicta de artículos es una muestra clara de ello.
Ramon Barnils, el incombustible, el imprescindible, se hacía leer entonces, cuando nos destilaba la realidad en píldoras concisas de análisis y de opinión, en reportajes de investigación, en entrevistas con jugo, en libros espoleados de incitación colectiva, y se ha de leer ahora también cuando volvemos, pasados los años, y descubrimos que nos habla de esto que vivimos hoy. Hoy, cualquiera que sea el día. Y esto, tanto si lo firmáramos como si discrepásemos, que también pasa y ya viene bien. En el caso de Ramon Barnils, necesitamos practicar lo que él aconsejaba a los políticos catalanes respecto de Xabier Arzalluz (bueno, él no lo planteaba en forma de consejo, sino de test de capacidades): ponerle toda la atención y no limitarnos a decidir si estamos de acuerdo o no.
Ahora que ya hemos llegado hasta estas páginas últimas y que, por tanto, llevamos con nosotros algunas de las cosas que hemos aprendido (reaprendido) de la pasión y de la profundidad y de la necesaria mala idea con la que Ramon Barnils construía sus artículos; ahora, decía, ya nos habremos dado cuenta del milagro o ‘comosediga’: que estos textos, escritos por el momento, para la intervención específica en la realidad, para la reflexión y para la agitación y para la sacudida también, estos textos de los años ochenta y los años noventa del siglo XX que cada día que vivimos nos quedan por fuerza más lejanos (sí, eso que pasa es el tiempo) resulta que nos siguen siendo útiles hoy, aquí, en este presente que arrastramos aún sin habernos desembarazado de la carcasa (de España, quiero decir, ¿por qué demonios tendríamos ahora que gastar subterfugios).
No puedo evitar: copio este párrafo escrito cuando se acababa en 1985 y ofrezco, a los ojos de este nuestro presente arrebatado, de este limbo post-referéndum, de esta interrupción que no ha perdido, pero, temple ni latido de fondo ni necesidad, una relectura oracular. Y sí, sé muy bien que es fácil de imaginar cómo se descojonaría, Barnils, al verse repentinamente transformado en profeta, pero yo copio y usted decide: «Es hora de sustituir la buena fe por la fe, la buena intención, por la intención, y la bondad, por la eficacia. La queja, por la exigencia, y el diálogo entre desiguales, por maquiavelismo puro. El pacto con el de la pistola, por el papel mojado. El miedo a la violencia, por la confianza en la fuerza. Pasar de la transición, final transitorio del estado anterior, a la progresión».
(Dejamos allí un paréntesis, aquí, un espacio, un rato, tan sólo, para profundizar en él o leer de nuevo: intención, eficacia, exigencia, fuerza, progresión).
La cuestión, en fin, es que sus artículos son útiles siempre, no hoy y nada más. Porque estos textos, esta manera de hacer y de escribir y de entender el mundo, raíz y proyección, ironía, crítica, conocimientos, rigor y burla, nos seguirán dando servicio después, cuando por fin nos hayamos quitado de encima, la carcasa, y el presente nos encare a la ciudad de ideales que queríamos construir.
Quizás entonces, bien mirado, y por tantas cosas como contienen, nos harán más falta que nunca.
Porque en los textos de Ramon Barnils está la naturalidad, de entrada, a la hora de decir las cosas por su nombre (independencia) cuando esto no se prodigaba, a la hora de dibujarnos el marco, la espacio. El país, sí. Entero. Sin aspavientos ni amaneramientos. En la práctica: hablar en plural de nuestros gobiernos o decir Dénia y Lleida sin salir de casa, ‘Generalitat de Arriba’ y ‘Generalitat de Abajo’ como troquel y perspectiva.
Y está el alto respeto por la lengua catalana, útil para la comunicación y más que eso, también el léxico riquísimo, las formas precisas, la plasticidad viva son marca de la casa y muestra siempre que no hay que reducir el lenguaje para a hacerse entender, que perpetrarlo, a la postre, sería reducir también los matices y condenar, texto y lectura, a la eterna imprecisión. O convertirse en simple reflejo, en mala traducción, colonia asimilada. Es fantástica, necesaria, la natural insistencia en no otorgar carta de naturaleza al españolismo lingüístico, contando, por ejemplo, que la parte de lectores bajo dominio del estado francés no necesariamente comprenderá el español, o escribiendo la aclaración en catalán simplemente porque quiere y que conste, que ésta puede igualmente ser una razón de peso. Lo hace a menudo, y deberíamos, también en esto, mantener su ejemplo, cada uno según sus capacidades y contando ya de entrada que difícilmente lograremos cumbres como la que se destila en la maravillosísima descripción del estado de las autonomías en el juego de palabras y traducción simultánea que es el «café para tontos (café para simples)».
Hace falta el respeto hacia los artistas dignos de este nombre (y la ternura que se añade -la ternura, claro que sí- cuando habla, por ejemplo, de Pere Calders) igual como está el cruda, directo, necesario tirón de orejas a la gente de letras cuando se reduce las aspiraciones y se deja definir por el dominador en aquellos encuentros de las «literaturas no castellanas del Estado español»: «una de dos, o se hace una reunión con intenciones guerrilleras, terroristas, de lenguas perseguidas por la barbarie universal, sin distinción de barbas; o bien, si se trata de una reunión de intenciones puramente artísticas, entonces se trata de reunirse con los escritores de lenguas imitables: el italiano, el alemán, el inglés».
«… la barbarie universal, sin distinción de barbas»: es que leer a Barnils es no parar de subrayar.
O está la también crudo y también directo y también necesario tirón de orejas al gremio de los medios de comunicación. Ramon Barnils fue, y es, maestro de periodistas. Si a la tropa de los políticos profesionales los hincha a bofetadas (dialécticas) con la mano abierta, a los de su oficio no les concede ningún descanso ni complacencia. Para nada. En ello vierte todo el arsenal y se incluye como diana. Sin gastar demasiadas metáforas, con la intención directa de ser entendido: «El gremio de los periodistas, contemplado recién terminada la campaña electoral, me parece el más corrupto y fácil de manipular de todos. Más que los mismos políticos».
Y está el retrato conciso, punzante de esto que es España, la carcasa, el estado remasterizado para irse perpetuando de un régimen a otro que son lo mismo: «hablan de estado federal como Franco hablaba de democracia orgánica»; como está la definición de ese «ellos» que representa la Castilla castellana (inmutable y, por tanto, tan actual), salpicada aquí y allá en un buen puñado de artículos, como para irnos avisando y avisando y avisando tantas veces como sea necesario: «no pueden hacer nada, como nada podían hacer los hunos, ni los asirios, ni el séptimo de caballería, ni los espartanos, todo lo que tocan, lo rompen»; o como está también la definición, sin concesiones, de lo que eran los años ochenta y los años noventa de la España felipista y la autonomía pujoliana: «Ellos como siempre, pues, y nosotros ir tirando. Como siempre -ojo-, si puede ser».
Y está el humor y la ironía que impregnan el hablar y escribir de Barnils, inseparables siempre de las palabras y del gesto abierto, de la sonrisa o la risa también, tan necesaria para romper la monótona grisura que decretan los mediocres que lo querrían todo siempre reducido a su inanidad. Grandioso antídoto, siempre, Ramon Barnils, espléndido desinfectante, ejemplo y acicate. Es que no pararía ahora de subrayar, y en vez de epílogo tendríamos transcripción: «Es cierto que cada país tiene el turismo que se merece; y que por ello el gobierno español tiene prohibido a nuestros ‘governs’ que hagan propaganda turística por su cuenta, no sea que atrajeran turismo de calidad».
También están las definiciones condensadas y menudo en punta, como un dardo lanzado con intención. Tantísimas y tan buenas. No soy capaz de hacer una lista exhaustiva. Prácticamente en cada lectura hago nueva exclamación: «Narcis(o) Serra, personajillo acaracolado y pícaro» o «la quintaesencia del nacionalismo español -el franquismo-» o «el Boletín orteguiana del Estado, El País».
Y están aquellos sus grandiosos «por cierto», la guinda de muchos de los artículos (los finales, como en un buen cuento, son clave) que remata y hace sonreír y deja campo abierto para continuar pensando: «Ya reiremos, que decía el señor Pla, de Llofriu, tocando a Figueres. Por cierto, ¿todavía está encerrado, en Figueras, el coronel Tejero? Estuvo bien este muchacho, para poner leche en el café la otra vez».
Y luego está el estilo. Y he dicho luego y no sé por qué narices lo he hecho, porque el estilo Barnils (hondo y cachondo y rico y cuidadoso como quien no quiere la cosa), la capacidad de sugerencia («es mediocre, no es nada, blub (1), una botella, un agujero en la ventana, un hoyo en la arena»), son parte inseparable de eso que hacía cuando escribía, de la intención de que sabía vestir de la mejor manera porque la forma importa, y mucho, a la hora de comunicar. Al igual como se ponía la corbata «como instrumento de trabajo» y con ella misma ya se contaba (todas de seda, salvo una de rayas rojas y negras, «que es mi ideología, y que me la pongo cuando voy a ver gente de tipo dictatorial», y salvo de otro par de cuadros escoceses, del clan Campbell: «el día que me veas con la corbata Campbell, ya es necesario que te calces»), sabía modelar las píldoras de opinión para que las ideas que contenían llegaran con más facilidad. Las ideas o los interrogantes: otra cosa que se agradece de la manera Barnils de hacer periodismo es su insistencia en tratarnos como lectores inteligentes, capaces de captar los dardos e ironías y segundas y terceras intenciones, capaces, incluso, de sacar las propias conclusiones, capaces, y eso ya es la osadía máxima, de discrepar, de querer discutir. De necesitarlo, incluso.
En una entrevista televisiva en la que hablaba del libro ‘Historia crítica del FC Barcelona 1988-1999’ (a la que, dicho sea de paso, acudió con corbata Campbell), en ella resumía esta divisa periodística suya, del periodismo crítico (valga la redundancia): explicar no sólo el qué sino el porqué: «y entonces, dados los hechos detallados al máximo, el lector, si no se chupa el dedo -y no se lo chupa-, deducirá que éste es un mal nacido y aquel es un vendido y aquel es un dado por el saco. Pero los adjetivos los pone el lector».
Y avanzamos en la espiral y volvemos a Joan Fuster, en aquel famoso ‘toda política que no hagamos nosotros será hecha contra nosotros’, ahora en versión barniliana: «si tú no te ocupas de la política, se ocuparán los políticos». Que no significa dar carta de naturaleza a ningún ‘todo-está-fatal’ nihilista, sino lo contrario: «en la sociedad debe haber alguien que la gobierne, coordine. Y si la gente, la buena gente, dice no, yo en esta silla no me siento, se sentará un hijo de puta. En consecuencia, la buena gente, que no quiere hacer política, debe evitar que allí se siente un político. Y, por tanto, se debe sentarse ella». Que es una premisa que ya conocemos desde hace tiempo: que sólo se supera lo que se sustituye.
Porque es que en el fondo de todo ello, de la pasión y del trabajo y del impenitente amor por la vida que definen a Ramon Barnils, existe la voluntad, la necesidad, de transformación. De transformación para mejorar. Por eso nos impreca y nos empuja a no renunciar a mejorar el mundo. Así lo dice: «mejorar el mundo». Y a entender y aceptar (aceptar, sí, es la palabra que usa) que la utopía de hoy puede ser la realidad de mañana.
(Epílogo de Núria Cadenas del libro ‘Contra el nacionalismo español’, de Ramon Barnils, cedido por la editorial 3i4)
(1) https://www.collinsdictionary.com/es/diccionario/ingles/blub