– IV –
Dado que el fascismo franquista no murió en el frente, sino en la cama de un hospital de la S.S. -en singular- entubado, «pinchado» y con suspense de tragicomedia filmada, fueron las condiciones políticas de la «comédie humaine» internacional las determinantes del desenlace sucesorio. Me importa subrayarlo, puesto que esta opinión no es común. Se suele sopesar las causalidades endógena y erógena de ese proceso de una manera que atribuye mucho relevancia a las condiciones internas -endógenas- del proceso y, solamente a partir de ellas, un papel de importancia variable según las ópticas, pero siempre sólo complementario, a las circunstancias internacionales -exógenas-. Conforme a esta opinión, la correlación de fuerzas entre la oposición democrática y el franquismo no habría sido propicia a la consecución de una quiebra democrática, esto es, más allá de las elementales cuestiones de maquillaje democrático en el plano institucional, establecimiento de libertades formales, lavado y encalado de fachadas, y desinfección de inodoros políticos. En esta situación, la presión internacional de las democracias occidentales habría sido el factor determinante para hacer pasar a las bases sociales del fascismo franquista tardío por algo más que los retoques de las Leyes Fundamentales que todavía postulaba Fraga -y, por tanto, AP- en la primavera del setenta y siete hacia a aquellas elecciones parlamentarias que por algo -se arguye- no habían sido convocadas con el carácter de Cortes constituyentes, aunque después se dedicasen de hecho a elaborar una Constitución, la gaditana del XX, o sea, la vigente de 1978.
Mi valoración es justamente la contraria de esta. Las luchas sociales, cívicas y nacionales en el devenir de los años setenta dentro del Estado español, las luchas obreras y nacionalistas, los movimientos universitarios y ciudadanos, experimentan tal ánimo y ritmo de aceleración, consiguen tal grado y magnitud de movilización popular, y alcanzan el establecimiento o la apropiación de tal cúmulo y diversidad de plataformas -incluida la penetración en el corazón mismo de un sistema así, con la aparición de la UMD en el ejército, por lo demás en contacto siempre con el tejido social y la clandestinidad política organizada- que, para los que participamos en aquel proceso con una mínima capacidad simultánea de objetivación crítica y reflexión analítica, resultaba impensable que la quiebra democrática desmanteladora a fondo del aparato fascista no se hubiera producido… a no ser que las condiciones políticas externas -las variables exógenas- operasen como freno del proceso, en vez de afortalarlo y ampliarlo acumulativamente.
Es más, recordad: desde la navidad de 1973 y en seis breves meses sucedieron tres hechos de una enorme relevancia coyuntural en fases críticas como aquella: la ejecución de Carrero por los «gudaris» vascos, la revolución «dos cravos», y la tromboflebitis del viejo cerdo. Tres hechos que hirieron al régimen fascista español en tres puntos vitales: la liquidación del futuro continuista del poder institucional y fáctico del aparato «fascistopusdeísta»; la defenestración del guardaespaldas lusitano postsalazarista; y la «muerte anunciada» -o anuncio de muerte inminente- del sapo eterno: la tangibilidad de la condición mortal del tirano que la mente popular había llegado a poner subconscientemente en entredicho. El Estado fascista se movió a la deriva durante un tiempo, y basta consultar la información periódica de la época para enterarse. Todavía cuando más tarde Fraga decía que la calle era suya, la realidad fue que no duró como ministro de la gobernación porque la situación ya era ingobernable para el aparato de Estado fascista. El contexto internacional más bien permitió y propició que la deriva temporal -nunca mejor dicho- del Estado no acabara en caos y descalabro. Cosa esta a la que, por cierto, contribuyó no poco la alarma que en los medios «demócratas» occidentales -filoyanquis todos ellos- había suscitado el sesgo que tomaba la revolución portuguesa, llevada en serio por los gobiernos del firme Vasco Gonçalves con el apoyo popular de unas gentes que, hartas de cadenas y explotación, le gritaban: «fuerza, fuerza, compañero Vasco!».
¿Queréis una prueba sintomática de esa alarma? He aquí: «Los comunistas portugueses tienen un serio problema de credibilidad en lo relativo al respecto de la democracia política, el pluralismo ideológico, durante ese proceso de transición». «Seria un error que marcaría definitivamente el futuro que el MFA se institucionalizara como vehículo de intervención directa en la vida política portuguesa, al margen de la representación popular emanada de las urnas». «Los socialistas (portugueses) están mejor ubicados que nadie para enarbolar la bandera de la construcción del socialismo en libertad». No son propósitos del Pentágono. Son aseveraciones de Felipe González hechas en Cuadernos para él diálogo, ya en abril de 1975, en el número dedicado a «La vía portuguesa». Desde poco después, durante los ocho últimos años hasta ahora transcurridos, la Constitución elaborada bajo los gobiernos provisorios de Vasco, la Intersindical de los trabajadores, el sector progresista del MFA que todavía anima la Asociación Vintecinco de Avril, y el electorado de la APU catalizado alrededor del PCP, han sido bastiones que mantienen la defensa de las conquistas de la revolución «dos cravos» frente al proceso contrarrevolucionario orquestado internacionalmente, y en el que el PSP ha actuado sistemáticamente de celestina. La «construcción del socialismo en libertad» por parte del partido de Soares, ¿dónde está, que no se vislumbra por ninguna parte?
El campo socialista era a ciencia cierta un lugar de observación y auscultación privilegiado en esa época, por razones obvias. Y debo declarar que algunos, entre los que me cuento, tuvimos la grave sospecha, ya desde el inicio de la CSI en primavera de 1974 y las juntas de ese verano en el extranjero, como huéspedes del PS francés y de la SPD alemana, de que, desde fuera -léase en concreto: desde los cuarteles generales de la Internacional Socialista- se estaba precocinando una transición española «sin traumas» ni «espirales revolucionarias». Los «traumas» previsibles para nosotros solamente podían serlo para los fascistas y los ? con el franquismo. Ergo, si se ahorraban, se les ahorraban, y ¿para qué ahorrárselos? ¿No habían traumatizado ellos durante medio siglo a las clases trabajadoras y a los pueblos de la Península? ¿Acaso era revanchismo en vez de simple sensatez limpiar a fondo nuestras casas si queríamos tener garantías de democracia y socialismo para el futuro? «Espirales revolucionarias», entonces: el olor a azufre del tartufismo demócrata-occidental ante el drama político de la guerra española emergía de las cuevas de la historia y alertaba nuestro olfato -algo se estaba pudriendo otra vez-. El mismo tema, con variaciones, que en el 1945 y siguientes. En mi caso, la sospecha se hizo certeza ya desde el congreso de Suresnes del PSOE. Desde aquel mismo momento supe que el destino había convertido en contrincantes e incluso en enemigos no queridos nuestros a los que me había esforzado en considerar, a pesar de tantas discrepancias, fraternos amigos socialistas. No fui yo sólo. Fuimos bastantes los que, desde entonces hasta el setenta y siete, nos esforzamos en ahogar en nosotros mismos esa sospecha que se volvía evidencia, y seguimos confiando en ellos y trabajando juntos como «compañeros». Especialmente con los más próximos, ya consumada la ruptura con el PSOE, forjada la FPS, y virtualmente perdido el apoyo -o incluso ganada la desconfianza y animadversión- de la Internacional Socialista.
Todavía en 1976 viajé en nombre de la FPS, y en compañía de Narcís Serra, Joan Garcès y Enrique Barón, a Argel, en búsqueda del apoyo internacional de los países no alineados. Fuimos recibidos oficialmente por el gobierno de Boumedian. El contexto internacional no estaba para esto, y el apoyo no llegó a traducirse material ni diplomáticamente en nada sensiblemente apreciable.
La FPS había nacido muerta, del modo en que un tal Beiras había pensado a su pesar en medio del alborozo en torno a las jornadas constituyentes. Y todos sus miembros excepto el PSG, desde catalanes a barones y usos, se limitaron en su momento a enterrarla y a hacerle funerales solemnes pactando con el PSOE ante las elecciones del setenta y siete. La ejecutiva del PSG escribió con amargura: «¿Cómo se puede comprender que pacte con el PSOE una organización como el PSC, que fue miembro fundador de la FPS, y que en ese trance subscribió unas señas de identidad socialista y unos principios organizativos de federación de partidos que el PSOE no puede aceptar y que, justamente por no aceptarlos, se salió de la CSI primero y no se incorporó a la FPS después? Eso se llama fariseísmo por parte del PSOE y, de alguna manera, insolidaridad por parte del PSC». Es el grito inútil del arrojado por la borda en alta mar: «¿Qué es lo que está primero? El socialismo gallego o la existencia y los intereses creados del Partido Socialista Obrero Español?». Algunos lo pagamos más caro que otros. Pero más caro que nadie lo pagaron el proletariado y los pueblos sin Estado de la Península llamada, impropiamente, ibérica. No se lo perdonaré, no se lo perdonaremos nunca jamás.
Continuación de la serie de artículos publicada en el periódico Galicia Hoxe 20-09-2009
Constitución Española y nacionalismo gallego: una visión socialista (I)
Una visión socialista de la Constitución española y el nacionalismo gallego (II)