Si bien la crisis financiera está amainando, es improbable que las perspectivas de crecimiento de la economía global repunten. Esto, en parte, es inevitable. Pero también es el resultado de una mala coordinación entre los gobiernos mientras la economía mundial se reequilibra.
Con anterioridad a la crisis, los consumidores norteamericanos, en promedio, o no ahorraban nada o acumulaban deuda. Eso ahora ha cambiado. Debido a que la riqueza de los hogares se vio seriamente afectada por la crisis inmobiliaria y otras caídas de los precios de los activos, las pensiones y los planes de retiro están en un estado de confusión. Como los precios de los activos no alcanzarán los niveles previos a la crisis en el corto plazo (es decir, sin inflar otra burbuja y correr el riesgo de una renovada inestabilidad), la capacidad de ahorro de los hogares en Estados Unidos ha aumentado a aproximadamente el 5% del ingreso disponible, y probablemente siga creciendo.
Este repliegue del consumidor norteamericano es parte (tal vez en un 50%) del proceso de reequilibrio de la economía global. Restablecer el equilibrio entre el ahorro y la inversión de Estados Unidos implica una reducción de la demanda agregada global de aproximadamente 800.000 millones de dólares.
Sin duda, los déficits fiscales y las medidas de emergencia en las economías avanzadas y algunos países en desarrollo importantes han amortiguado la caída sostenida, reemplazando en parte a los consumidores ausentes. Pero esta sustitución no puede continuar indefinidamente. En los países avanzados, los gobiernos terminarán viéndose obligados a reducir el gasto, y los bancos centrales apelarán a previsiones de crédito y garantías de emergencia.
En consecuencia, muchos creen que pende sobre nosotros una «nueva normalidad» de crecimiento más lento de los países avanzados. A pesar de una recuperación de los precios de los activos en muchos países y la desaceleración del crecimiento negativo, el desempleo es alto y está en aumento. Los márgenes de riesgo han declinado de sus máximos en la mitad de la crisis, pero el crédito en muchos sectores sigue ajustado o es prácticamente inexistente, mientras que el sector financiero va camino a tornarse más conservador -y probablemente vuelva a regularse con mayores requerimientos de capital, reservas y márgenes.
Y éste es sólo el escenario básico. Los riesgos a la baja incluyen una desestabilización fiscal producto de la imposibilidad de controlar los déficits, la inflación y el repliegue de la autonomía de los bancos centrales, y la pérdida de confianza en el dólar, que sigue siendo la moneda de reserva para la economía global.
No debe sorprender, entonces, que muchos analistas criteriosamente predigan que el crecimiento post-crisis en los países avanzados tal vez sea entre 0,5 y 1% menor. Una desaceleración del 1% en el crecimiento de los países avanzados se traduce en aproximadamente 350.000 millones de dólares de demanda agregada inexistente cada año, sumado al déficit por el reequilibrio en Estados Unidos.
Si la desaceleración en los países avanzados persiste, tampoco será posible alcanzar los niveles de crecimiento previos a la crisis en el mundo en desarrollo, debido a una demanda insuficiente para absorber el incremento implícito de la producción. Por supuesto, algunos países en desarrollo pueden salvarse. Pero es un hecho matemático desafortunado que no todos puedan ganar una porción de mercado. Si el escenario de los países avanzados es correcto, muchos países en desarrollo saldrán perdiendo y experimentarán un crecimiento marcadamente reducido.
Antes de la crisis, muchos sospechaban que la combinación de demanda agregada que respaldaba un alto crecimiento era insostenible, aunque el problema tal vez parecía demasiado hipotético como para forzar una acción colectiva. Ya no. Sin embargo, el problema de la acción colectiva no es menos desmoralizante, y requiere una atención urgente si han de cumplirse las aspiraciones de crecimiento del mundo.
El problema es mucho más apremiante porque los países pueden obtener ganancias en la participación de mercado no sólo a través de una mayor competitividad del sector privado, sino también mediante medidas proteccionistas. Y, como hemos visto en los esfuerzos de muchos países por aligerar la crisis, es mucho más probable que se adopte la respuesta proteccionista no cooperativa -a pesar de la opinión generalizada de que es altamente destructiva- cuando la demanda agregada escasee.
Entonces, ¿qué se puede hacer para apuntalar la demanda agregada global y las perspectivas de crecimiento, al mismo tiempo que se preserva la apertura económica que tanto ha beneficiado a partes importantes del mundo en desarrollo en los últimos 30 años?
Primero, los países con superávits de cuenta corriente como Alemania, Japón y China deben reconocer que su propio crecimiento (y el de los demás) depende de reducir el desequilibrio global entre ahorro e inversión, lo que resultará en un achicamiento de los déficits externos en otras partes. Esto debe hacerse sobre una base sostenida tras el retiro del extraordinario estímulo fiscal.
Segundo, todos deben reconocer su responsabilidad en el restablecimiento del crecimiento equilibrado en los países avanzados, hasta donde sea posible y lo antes posible, de manera de contrarrestar la escasez actual de demanda agregada. Después de todo, los países avanzados representan aproximadamente las dos terceras partes del PBI global, de manera que el crecimiento lento en estos países inevitablemente impedirá el crecimiento global y truncará el potencial de crecimiento de gran parte del mundo en desarrollo. Este desafío, sin embargo, es muy complejo porque el desapalancamiento y el reequilibrio no se pueden completar de la noche a la mañana.
Sin embargo, se pueden y se deben tomar medidas esenciales: restablecer el equilibrio fiscal en planes bien comunicados, comprometerse con la autonomía del banco central y la baja inflación, y alcanzar un equilibrio prudente entre una regulación insuficiente y una regulación excesiva del sector financiero. Externamente, los principales socios comerciales y los tenedores de activos de los países avanzados pueden respaldar el reequilibrio acordando evitar cambios repentinos y potencialmente desestabilizadores en la composición de los balances.
De manera que dos temas cruciales deben exigir prioridad en el tope de la agenda económica global en los próximos meses. El primero es la renovada regulación de los sistemas financieros de los países avanzados, con la intención de asegurar una mayor estabilidad sin deteriorar funciones esenciales o elevar innecesariamente el costo del capital. El segundo es un conjunto de acuerdos y compromisos entre los principales países avanzados y en desarrollo para reequilibrar la economía global, de modo de restablecer la demanda agregada y el crecimiento.
Si eso se puede lograr, el mundo habrá dado un paso importante hacia una recuperación económica global relativamente tranquila, efectiva y equitativa.
Copyright: Project Syndicate, 2009.
Traducción de Claudia Martínez
Michael Spence fue ganador del Premio Nobel de Economía en 2001 y es profesor emérito en