Como Holanda

Un muy conocido -y muy fácil de adivinar- político catalán retirado de la primera línea contestaba a la pregunta de cómo debería ser un hipotético Estado independiente catalán sólo con estas dos palabras: como Holanda. No hace falta decir nada más. Diría que era su manera de subrayar unas cuantas cosas. La primera, que la cuestión catalana, a estas alturas, no es discutir cómo debe ser ese hipotético nuevo Estado, sino cómo llegar al mismo. La segunda, que no nos toca hacer inventos ni diseñar un Estado absolutamente inédito e insólito, diferente de todos los demás, sino precisamente tener un Estado como los otros y especialmente como los otros que funcionan. La tercera, que de lo que se trata es de tener, si los catalanes lo quieren, un Estado que permita la alternancia de proyectos políticos diversos dentro del abanico democrático. Efectivamente, no tenemos que hacer un Estado liberal, socialdemócrata o socialcristiano, sino un Estado abierto donde puedan gobernar y aplicar sus programas bastante diferentes partidos de un amplio abanico, dentro de las reglas del juego democrático. Como Holanda, pues. Y añadía el mismo político: y si Holanda es demasiado grande, como Dinamarca.

 

He recordado esta respuesta cuando hace unos días el presidente español y el portavoz del socialismo catalán dijeron que en Europa los países pequeños no pintan nada. Yo no sé si pintan o no pintan, pero sí sé que hoy, en Europa, los países pequeños son los que encabezan todos los rankings de bienestar, de limpieza democrática, de eficacia en la gobernanza. Y los encabezan precisamente por su tamaño.

 

Lo teorizó muy bien José María Colomer en el libro ‘Grandes imperios, pequeñas naciones’. En el mundo del siglo XIX, con mercados nacionales cerrados o protegidos, era bueno que un Estado fuera grande porque tenía un mercado interior más amplio. Pero en el siglo XXI, cuando los mercados están abiertos y cuando los espacios internacionales se organizan a través de este tipo de nuevos grandes imperios que son los mercados comunes, como la Unión Europea, son los países pequeños y medianos los que tienen ventajas. Holanda está cerca de los diecisiete millones de habitantes, y, por tanto, a pesar de ser mayor que Cataluña, según los criterios de Rajoy o Lucena, es un país pequeño. Dinamarca es aún más pequeño, como Noruega o Finlandia. O Irlanda, Austria o Suiza. No sé si estos países pesan poco o mucho, en el mundo o en Europa. Pero funcionan bastante bien.

 

El modelo de éxito en el siglo XXI puede ser un país pequeño, con una cohesión social fuerte, con un tamaño que permita sistemas de democracia participativa más directos, con una cierta cohesión cultural dentro de la diversidad interior que hoy tiene todo el mundo occidental. Estos son, en efecto, factores que ayudan a la buena gobernanza, la transparencia y la existencia de la red social y civil participativa que hace a los países mejores y más competitivos. Ciertamente, esto necesita un complemento: la apertura al mundo, el acceso a otros mercados, la pertenencia de una manera u otra a espacios económicos más grandes. Países pequeños, pero abiertos. En este sentido, puede que a Cataluña le fuera mejor económicamente ser parte de España en la dinámica del siglo XIX, porque el proteccionismo del Estado le permitía acceder en mejores condiciones a todo el mercado español. Incluso alguien dijo que a Cataluña le traía cuenta -en aquella lógica- el déficit fiscal, porque lo compensaba con el superávit comercial. Es decir, traía cuenta pagar impuestos que no volvían porque esto permitía vender a España en mejores condiciones. Hoy eso no ocurre. Hoy te debes ganar todos los mercados, no tener ninguno cautivo. Hay quien se pregunta si estar fuera de España nos irá bien. Es discutible. Pero ahora mismo estar dentro no nos va muy bien.

 

Una última observación. Dicen Rajoy y Lucena que los países pequeños tienen poca voz en Europa. Quizá. Pero poca o mucha, es su voz. Es decir, una voz que habla en nombre de su identidad, de su cultura, de sus intereses y necesidades. España tiene probablemente más voz que esos países pequeños. Pero ¿habla en la Unión Europea en nombre de la cultura, de la identidad, de la lengua, de los intereses, de las necesidades de los catalanes? Me parece que es mejor hablar con una voz propia, aunque sea pequeña, que con una voz ajena, aunque sea fuerte. Como Holanda, vaya. O como Dinamarca, si Holanda nos parece demasiado grande.

 

 

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