Cómo fortalecer a Vox

¿Le gustaría que la extrema derecha xenófoba tuviera posibilidades reales de ganar las elecciones en Catalunya o en España? ¿Quiere que un partido radicalmente contrario a la normalización lingüística vaya adelante? ¿Le apetece asumir la herencia del franquismo y construir una sociedad basada en el autoritarismo, el odio y la discriminación de los diferentes? ¡Pues está de suerte! Lea atentamente este artículo y verá que se trata de un objetivo más sencillo de lo que parece. He aquí el método: la mejor manera de fortalecer a Vox o cualquier otra formación por el estilo consiste en negar problemas reales que percibe todo el mundo, a hacer ver que no están; de este modo se facilita que ellos propongan soluciones radicales y simplistas que resultarán irresistibles para muchos. Es fácil, ya lo ven. ¿Quiere criminalizar a todo un colectivo? Ningún problema: niegue la evidencia de que una minoría que forma parte de él tenga nada que ver con la delincuencia multirreincidente, por ejemplo, y entonces ya podrá decir que todos los miembros del colectivo, sin excepciones, son unos ladrones, unos violadores y no sé cuántas cosas más.

Y es que resulta que no nacimos ayer… El caso de Francia es prototípico. A comienzos del mandato de Mitterrand –hablamos de 1981– no se podía hablar del malestar que se estaba gestando en ciudades como Marsella o Toulon en relación a la inseguridad ciudadana, en aquel tiempo ligada al tráfico de heroína. Era un tema tabú. En una República guiada por un líder que se percibía a sí mismo como un personaje providencial, a la altura de Napoleón, aquellas cosas no podían pasar. Y como no podían pasar, se negaba su existencia mirando hacia otro lugar. El paro creciente, sin precedentes, provocado por la reconversión industrial también era una leyenda de los reaccionarios; una mentira que propagaban «los intelectuales de derechas», es decir, cualquiera que discrepara públicamente de las directrices del socialismo reinante, o que simplemente las matizara. El paradigma de aquella época fue la construcción compulsiva de médiathèques, con la correspondiente contratación de legiones de funcionarios que hacían bajar las listas de parados. Y poca cosa más…

El origen del Frente Nacional de Le Pen radica en aquella negación de la realidad que protagonizó la izquierda francesa a comienzos de la década de 1980. En muchas ciudades del sur, en el Partido Comunista Francés solo se quedaron algunos intelectuales que lo único que conocían de la inmigración era su asistente doméstica. Muchos obreros de origen francés, las clases populares autóctonas, pasaron entonces a votar en masa a la extrema derecha. Se sintieron traicionados por una izquierda exquisita que ya no tenía nada que ver con sus intereses y que ignoraba –o incluso despreciaba– sus preocupaciones cotidianas. Con el ecosocialismo pujante de los noventa se acabó de remachar la clave: más que desamparada, aquella gente se sintió, con razón o sin, directamente insultada. Mientras tanto Le Pen iba ganando más y más terreno… hasta llegar a la segunda vuelta en las elecciones presidenciales.

Aquí se han cometido errores muy parecidos, y de esto se aprovechará justamente Vox. Subrayaría al menos dos que, como si se tratara de un negativo, coinciden con el engañoso retrato robot generado por la sordina de la corrección política. La primera hace referencia a la naturaleza de la inmigración de los últimos años. Es falso que, mayoritariamente, sea gente que huye «del hambre» o de la «guerra»: en países como Senegal, donde la práctica totalidad de los jóvenes se quieren ir, no hay ni hambre ni guerra. Lo que sí que hay es una carencia de expectativas que hace que la posibilidad de emigrar no sea entendida como una huida, sino como una legítima inversión de futuro. Segunda: es falso, a diferencia de la insinuación que hacía el otro día Ada Colau, que esto sea un fenómeno relacionado solo con los intereses de las clases acomodados. Vox obtiene muchos de sus votos en las calles más deprimidas de Nou Barris y otras zonas socioeconómicamente análogas de todo el país, y también, pero por otras razones, en Pedralbes. Y es apenas en las primeras zonas, no en las otras, donde se producen tensiones, y son reales. Negarlas o ignorarlas no sirve de nada.

La inmensa mayoría de los recién llegados tienen una conducta ejemplar y contribuyen diariamente a hacer que las cosas funcionen. Aun así es evidente que hay una minoría que genera malestar. No es imaginario. Vox vive de hacer generalizaciones malintencionadas y de manipular datos, pero esto solo es posible con la paradójica complicidad de quienes, a golpe de negar una realidad numéricamente insignificante, permiten que se pueda magnificar.

ARA