Cómo escribir una historia nacional

Todo gran libro de historia tiene una historia dentro de él; y este libro de Eugen Weber no es una excepción.

‘De Campesinos a franceses. La modernización del mundo rural, 1870-1914’, publicado en 1976 por la Universidad de Stanford, zozobró gloriosamente ante el peso de la historiografía de inspiración marxista de aquellos años. Por eso no tuvo oportunidad de ser traducido en nuestro país. Al paradigma de ver la economía rural y la vida campesina dentro de la lucha de clases no podía salirle una arruga de este tamaño. Solución: había que dejarlo en el anaquel de las bibliotecas universitarias, pero con la condición de no ser citado nunca en clase, salvo por algún que otro hereje de los que siempre hay.

Y no deja de ser curioso porque este luminoso libro de Weber, un americano de origen rumano (1925-2007), que recorría París en 1948 con el mismo desparpajo que hacía Gene Kelly en la famosa película tres años mas tarde, soluciona, con una solvencia fuera de lo común, la gran cuestión de que la verdadera identidad nacional descansa en el campesino, en la vida rural, y en todo aquello que constituye su ámbito de actuación, lengua, costumbres, leyendas, formas de vida o aspiraciones.

Los partidarios de la existencia de una idiosincrasia nacional necesitan verla reflejada en el campesino con la misma intensidad que en los textos de los teóricos de la tierra y de la lengua. Porque no hay duda de que una Nación que se considere como tal remite a costumbres seculares que perduran sobre todo en el mundo rural, pues remite a antepasados que forjan sus rasgos distintivos en las tareas agrícolas. Pero, por esencia, la nación es una expresión hablada, una lengua propia, y, desde los núcleos urbanos, los agentes culturales propugnan que los diferentes modos de hablar campesinos se unifiquen en una única lengua.

En este magnífico libro se plantea el robusto mundo de los campesinos como un colorista drama francés, con una cronología histórica precisa y acertada, los años de consolidación de la Tercera República entre 1870 y 1914; vamos, la Belle Époque de los artistas y los escritores. La audacia de su autor se advierte ya en el título del libro: de campesinos a franceses.

Se trata, en suma, de repasar tres generaciones de modo que los nietos rectifican la memoria de los abuelos una vez el Estado les ha convencido de la necesidad de formar parte de una nación altiva: la France. Fue una vigorosa respuesta a lo ocurrido al otro lado del Rin, entre los alemanes, triunfadores en Sedán sobre el polémico Segundo Imperio: fascinante para unos, una desgracia para otros como Víctor Hugo que le negaba el valor cultural que le conferían Mérimée o Viollet-le-Duc. Pero esos debates de gentes de letras, clase liberal urbana, con sólidas rentas o buenas nóminas públicas, y bellas casas de campo, no llegaban al mundo rural, con campesinos que parecían sacados de una historia inmóvil, con formas de vida parecidas a la de sus antepasados en tiempos de Luis XIII y sus mosqueteros. Hombres como León Gambetta en nombre de la Tercera República les dieron la bienvenida al ser considerados ciudadanos. ¿Por qué?

En esos años, Francia se llena de planes de carácter cultural, y uno de los principales fue la necesidad de convencer a los obstinados campesinos de que todos ellos formaban parte de la misma patria, la patria francesa. ¿Exageración? Baste ver a los primeros campesinos que se sienten ya franceses acudir a la llamada de una Nación en peligro en el verano de 1914, y basta ver en los monolitos de todos los pueblos los nombres que dieron la vida por la patria.

En este gesto no hay nada heroico: para entenderlo debemos abandonar el viejo cuento de la luchas de clases y entrar de lleno en lo que Weber entendió como el gran giro de la historia de Francia, ese momento en el que “el campesino convertido al racionalismo podía deshacerse de su bagaje de artificios tradicionales, que le servían de escudo en la lucha desigual por mantenerse vivo, con la embriagadora convicción de que, lejos de ser un testigo impotente de los proceses naturales, él mismo era un agente del cambio”.

En cuanto al pasado, ya se verá más adelante: primero salvemos a Francia haciendo que “la cultura popular y la de las élites vuelva a unirse”. En suma, la lectura de este magistral libro resulta imprescindible en el actual debate sobre si la identidad de una gran nación puede residir en su diversidad.

Eugen Weber ‘De Campesinos a franceses’. Taurus. Traducción de Jordi Ainaud. 800 páginas. 42,90 euros.

LA VANGUARDIA