¿Cómo actuará Estados Unidos en el extranjero con Biden?

La política exterior estadounidense tiende a oscilar entre el aislacionismo y el intervencionismo. El presidente George Bush (hijo) fue un intervencionista; su sucesor, Barack Obama, lo fue en menor medida. Y Donald Trump fue, en general, un no intervencionista. ¿Qué cabe esperar de Joe Biden?

En 1821, John Quincy Adams declaró que Estados Unidos «no sale al mundo en busca de monstruos que destruir: desea libertad e independencia para todos, pero defiende y reivindica sólo la propia». Sin embargo, Estados Unidos tiene una larga tradición intervencionista. Hasta un autoproclamado realista como Theodore Roosevelt sostuvo que en casos extremos de violación de los derechos humanos, una intervención «puede ser justificable y correcta». John F. Kennedy pedía que los estadounidenses se preguntaran no sólo qué podían hacer por su país, sino también por el mundo.

Desde el final de la Guerra Fría, Estados Unidos estuvo implicado en siete guerras e intervenciones militares, en ningún caso relacionadas directamente con la competencia entre grandes potencias. La Estrategia de Seguridad Nacional (2006) de Bush proclamaba el objetivo de la libertad, encarnado en una comunidad mundial de democracias.

Además, la intervención liberal y humanitaria no es una tentación nueva ni exclusivamente estadounidense. En la Gran Bretaña victoriana se debatió el uso de la fuerza para poner fin a la esclavitud, a las atrocidades de Bélgica en el Congo y a la represión otomana de minorías en los Balcanes, mucho antes de que Woodrow Wilson entrara a la Primera Guerra Mundial (con la intención en este caso de hacer un mundo seguro para la democracia). De modo que el problema para Biden tiene antecedentes.

¿Cómo debería actuar Estados Unidos fuera de sus fronteras? Desde 1945, la Carta de las Naciones Unidas estipula que el uso de la fuerza sólo es legítimo en caso de defensa propia o en el contexto de acciones autorizadas por el Consejo de Seguridad (en el que Estados Unidos y otros cuatro miembros permanentes tienen poder de veto). Los realistas sostienen que una intervención se justifica cuando el objetivo es evitar una alteración del equilibrio de poder del que depende el orden. A esto, liberales y cosmopolitas añaden contrarrestar una intervención extranjera anterior, evitar un genocidio o razones humanitarias.

En la práctica, estos principios a menudo se combinan en formas extrañas. En el caso de Vietnam, Kennedy y Lyndon B. Johnson sostenían que el ejército estadounidense actuaba para contrarrestar la intervención norvietnamita en Vietnam del Sur. Pero los vietnamitas se veían a sí mismos como una única nación, a la que el realismo había dividido artificialmente por motivos de equilibrio de poder durante la Guerra Fría. Hoy Estados Unidos tiene buenas relaciones con Vietnam.

En la primera Guerra del Golfo, el presidente George Bush (padre) usó la fuerza para expulsar al ejército iraquí de Kuwait y así preservar el equilibrio regional de poder, pero lo hizo según el mecanismo liberal, a través de una resolución colectiva del Consejo de Seguridad de la ONU. Bush se consideraba un realista, y se negó a intervenir para detener el bombardeo contra civiles en Sarajevo; pero cuando en diciembre de 1992 la televisión estadounidense transmitió imágenes desgarradoras de somalíes muriendo de hambre, Bush desplegó tropas para una intervención humanitaria en Mogadiscio. Esta política fue un total fracaso que incluyó, durante el gobierno del sucesor de Bush, Bill Clinton, la muerte de 18 soldados estadounidenses en octubre de 1993 (una experiencia que desalentó acciones estadounidenses para detener el genocidio ruandés seis meses más tarde).

Como la política exterior suele ser menos prioritaria que los asuntos internos, los estadounidenses en general tienden a ser básicamente realistas. Pero la élite en Estados Unidos suele ser más intervencionista, lo que para algunos críticos es prueba de que es más liberal que el común de la población.

Sin embargo, las encuestas también muestran que los estadounidenses están a favor de los organismos internacionales, la acción multilateral, los derechos humanos y la asistencia humanitaria. Como muestro en mi libro Do Morals Matter? Presidents and Foreign Policy from FDR to Trump, ningún mapa mental es aplicable a todas las circunstancias. No hay razones para suponer que la gente deba tener una única opinión coherente.

Por ejemplo, en la segunda Guerra del Golfo, los motivos estadounidenses para intervenir eran variados. Para los especialistas en relaciones internacionales, decir que la invasión de 2003 a Irak fue una intervención realista o liberal ha sido tema de discusión. Algunas figuras clave del gobierno del segundo Bush, por ejemplo Richard Cheney y Donald Rumsfeld, eran realistas preocupados por la posesión iraquí de armas de destrucción masiva y por el equilibrio local de poder; pero para los «neoconservadores» del gobierno (muchos de ellos exliberales) eran más importantes la promoción de la democracia y la necesidad de mantener la hegemonía estadounidense.

Fuera del gobierno, algunos liberales consideraban que las espantosas violaciones de derechos humanos cometidas por Saddam Hussein eran justificativo para la guerra, pero criticaban a Bush por no haber obtenido el apoyo institucional de la ONU (como había hecho su padre en la primera Guerra del Golfo).

En sentido amplio, se entiende por «intervención» las acciones que buscan influir en los asuntos internos de otro estado soberano, desde programas de radio y televisión, ayuda económica y apoyo a partidos opositores hasta bloqueos, ciberataques, ataques teledirigidos y la invasión militar. Desde un punto de vista ético, el grado de coerción utilizado es importante en términos de restricción de la libertad de elección y los derechos de la población local.

Además, desde un punto de vista práctico, la intervención militar es un instrumento peligroso. Parece fácil de usar, pero rara vez lo es. La abundancia de consecuencias no deseadas conlleva la necesidad de un liderazgo prudente.

Obama usó la fuerza en Libia, pero no en Siria. En la campaña por la elección de 2016, Trump y Hillary Clinton dijeron que Estados Unidos tenía la responsabilidad de evitar matanzas en Siria, pero ninguno de los dos defendió una intervención militar. Y es notable lo poco que se habló de política exterior en la elección de 2020.

Algunos liberales han sostenido que Estados Unidos tiene el deber de promover la democracia, pero hay una enorme diferencia entre usar medios coercitivos o no coercitivos. El Fondo Nacional para la Democracia y las transmisiones de Voice of America atraviesan las fronteras internacionales en forma muy distinta a como lo hace la 82.ª División Aerotransportada.

En cuanto a las consecuencias, los medios suelen ser tan importantes como los fines. ¿Dónde se situará Biden en el espectro de intervenciones en defensa de la seguridad, la democracia y los derechos humanos? En esto, su historial de buen juicio e inteligencia contextual puede ser alentador. Pero no hay que olvidar que a veces hay sorpresas y los acontecimientos toman el control.

Traducción: Esteban Flamini

Joseph S. Nye, Jr. is a professor at Harvard University and author, most recently, of Do Morals Matter? Presidents and Foreign Policy from FDR to Trump.

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