SE cumplen esta semana 499 años de la apertura de las primeras Cortes de Navarra celebradas tras la conquista española del reino. Para hacernos una idea de la nula legalidad de este evento y de las decisiones que en él se habrían de tomar, baste decir que fueron convocadas por el virrey español, en nombre de Fernando II de Aragón. Y que se celebraron estando el reino militarmente ocupado, con un ejército que tenía guarniciones en todas las villas relevantes del reino, y que sometía a la población a un férreo control. A ellas asistieron de manera casi exclusiva los miembros de la facción beaumontesa que habían apoyado la invasión, y se llevaron a cabo mientras que la mayor parte del aparato político y administrativo del reino se encontraba en situación de huida y con precio puesto a su cabeza. Ni siquiera acudió el prior del monasterio de Orreaga-Roncesvalles, que según la tradición presidía las Cortes desde hacía décadas, y que adujo estar enfermo para no asistir.
El 3 de marzo de 1513 se abrieron las sesiones en la catedral de Pamplona. Dos grandes escudos de madera, en los que se habían pintado las armas del rey de España, presidían las reuniones, para que todo el mundo tuviera bien claro a quién servían los asistentes, a cuya cabeza figuraban los miembros de la familia Beaumont. El objetivo confeso de estas Cortes no era otro que proclamar a Fernando el Falsario rey de Navarra, cosa que evidentemente lograría, pero incluso estas sesiones, protagonizadas por dóciles beaumonteses, se saldrían en algún momento del guion. Efectivamente, entre los primeros acuerdos adoptados en ellas, se reclamaba que, puesto que Navarra estaba ya bajo la batuta de la monarquía española, no había excusa para que no se reintegraran aquellos territorios que antiguamente habían formado parte del reino, al norte del Ebro. En otras palabras, que reivindicaban la reunificación de los territorios navarros fijados en el testamento de Sancho III el Mayor, incluidas las tierras de la Rioja, Guipúzcoa, Álava y Vizcaya, que habían sido paulatinamente conquistadas por Castilla. Es decir, que los navarros del siglo XVI, incluso aquellos a quienes sin demasiado empacho podríamos calificar hoy como «traidores», conservaban plena conciencia de lo que entonces y hoy consideramos la Navarra Plena, Nafarroa Osoa.