Chingueti, libros, arenas y esclavos

El alcalde de Chingueti, Mohamad Amara, vive  en   una casa construida sobre las anteriores, sepultadas por las  dunas. Chingueti, llamada  la ´´ Sorbona  del desierto´´, por la antigüedad y riqueza de sus preciosos libros árabes, adquiridos desde hace  siglos celosamente  por algunas de sus  familias, es  una de las ciudades perdidas de Mauritánia con   Uadane y Ualata, por cuya cercanía con la republica  de Mali ha sido incluida en una ´´zona insegura  para los  turistas´´. La política, sobre todo  francesa en esta región del África occidental ha provocado  daños  colaterales sobre  esta republica islámica de  Mauritania. Este país dominado por la población árabebereber en la que sus habitantes negros africanos van creciendo demográficamente, es un baluarte ante las amenazas terroristas de los  bárbaros del Islam, una plaza fuerte en la que vuelcan su ayuda gobiernos occidentales. En el  extenso barrio diplomático de Nuakchot que  visite  por vez primera en la primavera de 1986 – entonces  un poblachón con una única avenida asfaltada, la de Gamal Abdel Nasser, en la que solo había un alto edificio de pisos con el único ascensor de la  ciudad, durante la guerra entre Mauritania y Senegal   separadas por aquel gran rio africano, las  embajadas de los EEUU, de Francia, Alemania,  España, son con amplios recintos amurallados,  bunkers muy protegidos por toda suerte de medidas de seguridad. En la segunda ciudad  Nuadibu, fronteriza con el reino de  Marruecos, hay    un destacamento de guardias civiles con un helicóptero y una nave de  la armada, para  reforzar la vigilancia de las fuerzas militares mauritanas. ¨Hace todavía muy poco tiempo –me  decía  un  diplomático español- temíamos  que  toda África  se  precipitase sobre las islas Canarias. El vecino archipiélago es anhelado destino de viaje, de  residencia de las elites locales que cuentan allí con sus apartamentos y se sienten atraídos por la sociedad de consumo cuyo símbolos el  Corte Inglés   de  las  Palmas  de  Gran  Canaria.

Mohamad Amara , desde hace años, es alcalde de Chingueti, de calles arenosas, entre ruinas de  antiguas casas, levantadas en  un paisaje  de  dunas,   una amenaza  siempre existente, de  población de  mayoría negra, y cuya mezquita de minarete  de  corta altura  esta  rematada  con huevos de avestruz    hechos  con  yeso  como la de la  otra ciudad de  Udain. Su silueta de rojizas  piedras es la imagen  más  habitual  de las guías  turísticas de  Mauritania. En su apogeo del siglo XVII contaba  con una docena de mezquitas. Con el declive de las caravanas transaharianas y las peregrinaciones a la Meca perdió su prestigio. Le quedan sus preciosas   bibliotecas  de  magníficos manuscritos , algunos de  mil años de antigüedad, celosamente guardadas  por  sus  propietarios. La  mejor conservada es, sin  duda, la de la familia Ahel Habbot, con Coranes  libros de teología, derecho, gramática, medicina  astronomía adquiridos en  El Cairo, en Bagdad, en  Oriente, pero también en  Marruecos,  que  llegaron a Chingueti a través de las caravanas que  recorrían el Sahara. Chingueti presume de este patrimonio de la humanidad, su principal atractivo turístico. Uno de los cuidadores de la biblioteca de la  prestigiosa familia muestra con extremo cuidado, las páginas de  estos  libros valiosos. Hay editado un catalogo de  esta colección. Esta  gran  riqueza de bibliotecas hay que digitalizarla urgentemente. El alcalde nos acompaña a María Ángeles Roque y a mí a un pabellón de un moderno  laboratorio financiado por la Cooperación española. En las visitas a las bibliotecas de Chingueti, de Uadan, es  costumbre  que sus propietarios abran, también. la  puerta de sus ¨museos¨ para ofreceros toda clase de  heteróclitos  objetos, desde cadenas de hierro para esclavos con su llave, carcomidos aparejos de labranza, rotas tinajas, odres, maderos, retorcidos hierros  en  un  batiburrillo difícil de describir  en  una sorprendente   cueva  de  Ali  Baba.

Mohamad Amara habla en excelente castellano. No en balde nació  y vivió en  El Ayun en el tiempo del dominio español. Es  un saharaui de  pura  cepa   que ha alcanzado, como otros saharauis, una relevante posición en la  jerarquizada sociedad  local´´. Las bases sobre las que se funda esta  republica establecida en 1960 en un desierto   movedizo -ha escrito Abdel Khader Uld Mohamad-  donde las poblaciones no habían sabido o no  habían podido formar un estado, se  han convertido  para una  determinada élite mauritana  en terreno  fértil para la formación de una política que se  adapta espontáneamente al sentido en que sopla  el viento¨.

Los marabuts, los guerreros, dominan la población   arabobereber sobre los otros  grupos sociales que llaman tributarios porque deben pagar una vez liberados, un tributo, sean artesanos o servidores. Ejercen diversos trabajos en esta sociedad casi  feudal como pastores, agricultores, herreros, carpinteros o incluso, músicos, cantantes, griots, que forman las capas inferiores de esta sociedad. Sus lenguas son el árabe o hasaniya y el  francés.  Los negroafricanos,  que  sobre  todo habitan  el  sur  de la republica, a lo largo del rio Senegal, están   divididos en  wolofs, peuls, sarakules,  y  tienen  sus  propias lenguas. Por los latentes conflictos de  identidad, su doble naturaleza étnica, Mauritania  es un estado frágil. El poder central pretende fundarse sobre los nómadas, que atraviesan centenares de kilómetros en busca de pastos. Viajando quinientos kilómetros por  el  desierto de  Nuakchot a  Chinguetti,  es  muy  difícil  encontrar la  más pequeña sombra. Sobre un millón de kilómetros cuadrados solo viven cuatro millones de  habitantes.

En esta sociedad extremadamente arcaica la  esclavitud es  todavía un  tema  latente, pese a que,  por tres veces, su parlamento decreto su  abolición.  Es un tabú pero  todavía  es   habitual  que  al  tratar  de edulcorarla como si fuese un fenómeno de  convivencia naturalmente muy arraigada en sus  costumbres, se sigue evaluado la riqueza de  antiguas familias por el número de esclavos y  camellos, o más bien dromedarios que poseen.  Mauritania cuenta con una rica literatura, con un  millón de poetas en metáfora muy socorrida. En  barrios pobres de la capital, en clubs nocturnos como Petit Paris, Casablanca, actúan los raperos locales que con sus  canciones árabes  o  hasaniya,  de denuncia y protesta contra el estilo  de  vida, han  roto la tradición de que solo los músicos de  la  clase inferior, los  griots, tienen la prerrogativa  de  hacer  música y  cantar. No he visto ninguna mujer con rostro tapado ni con negras  vestiduras. Sus ropas, llamadas melhafa, de vivo colores, verdes, azules, amarillos, violetas, las llevan con gracia. En Mauritania, cuna de los  almorávides, hay  dunas que tienen la extraña característica de emitir  sonidos con el  roce  de los  granos de arena. Son  dunas que  cantan.

LA VANGUARDIA