China reivindica la primacía mundial

Las bases de una convivencia pacífica de las dos potencias, la china y la estadounidense, han dejado de existir. Hasta ahora, China no ponía en entredicho el liderazgo mundial de Estados Unidos, y Estados Unidos no se interesaba por la naturaleza del régimen chino. Hoy, Pekín reivindica la primacía mundial, y Washington no deja de hacer hincapié en el carácter autoritario y dictatorial del régimen. Si bien es cierto que hay una crispación autoritaria por parte de Xi Jinping, no cabe decir que China sea un régimen abierto, transparente o liberal que haya sufrido un proceso de cierre e involución. El argumento de las restricciones de las libertades en China existe, pero no es el verdadero motivo de la oposición estadounidense. El verdadero motivo es el auge de ese país.

No hay tentación alguna por parte de los dirigentes chinos de proclamar la superioridad del modelo occidental, al contrario. Los dos modelos se enfrentan con la sensación de que Estados Unidos acumula dificultades a causa, sobre todo, de unas intervenciones militares costosas en términos económicos, de prestigio político, así como estratégicos, y de que China avanza de forma metódica tanto en las instancias multilaterales, estúpidamente abandonadas por Donald Trump, como en la multiplicación de las relaciones bilaterales. China es ya el primer socio comercial de unos 120 países frente a los 60 de Estados Unidos.

En abril del 2019, en una conversación telefónica entre Donald Trump y Jimmy Carter, en la cual el presidente en ejercicio , abordaron los problemas que planteaba el auge de China. Carter declaró: “Establecimos relaciones diplomáticas en 1979, cuando yo era presidente. Desde esa fecha, EE.UU. siempre ha estado en guerra; China, nunca”. Se trata de una razón (no la única) de la recuperación china.

Resulta obligado constatar que ambas potencias se han lanzado a una carrera armamentística y que no hay ninguna voz que proponga una nueva política de control de armas, moderación de los comportamientos, creación de medidas de confianza que, sin embargo, tanto éxito tuvieron atenuando las tensiones entre Moscú y Washington.

Estados Unidos no es el único en inquietarse por el auge de China, o al menos por las repercusiones que tiene sobre la diplomacia china. Esta se muestra cada vez más “asertiva”, segura de sí misma, y tiene dificultades para evitar la tentación dominadora.

Es fácil comprender la voluntad china de olvidar el siglo de las humillaciones, menos aceptable es pensar que el siglo de la reconstrucción podría o debería verse seguido del siglo de la dominación. El multilateralismo tal como lo concibe China no ha tenido siempre la misma definición que la sostenida en las demás capitales. La tentación de beneficiarse de las relaciones de fuerza muy favo­rables en los tratos bilaterales inquieta a múltiples socios. Y los países de la Asean, si bien temen un enfrentamiento entre Pekín y Washington, estiman en algunos casos que el mantenimiento de una presencia estadounidense es una garantía para el futuro. El riesgo, en el caso de China, es caer en la hybris.

Es cierto que a Pekín le gusta recordar que nunca ha sido imperialista ni ha albergado un espíritu de conquista, pero ¿ha habido alguna vez en la historia una potencia dominante que no haya querido abusar de su posición? ¿Por qué constituiría China una excepción? Es necesario mostrarle que adentrándose por esa vía perdería mucho más de lo que podría ganar. Estados Unidos parece haber elegido la vía del enfrentamiento y la carrera armamentística para mantener su dominio. Europa debe mostrarse firme y disponible, y hacer valer sus propios intereses.

LA VANGUARDIA