China ‘hormigoniza’ la tierra

El desarrollo de China en las últimas décadas ha sido formidable. Se ha producido una gran transformación que ha hecho que China pase de ser un país de “pobreza compartida”, como me dijo una vez un amigo chino, un país en el que la vida campesina era, con mucho, la norma, a un país moderno en el que hay ahora millones de habitantes urbanos que llevan un estilo de vida muy alejado del que llevaba el agricultor tradicional chino. La República Popular China se creó en 1949; en aquella época, una de cada ocho personas vivía en ciudades. Se calcula que en el 2020 fueron tres de cada cinco y que en el 2050 serán tres de cada cuatro. En términos cuantitativos, eso significa un movimiento masivo de personas del campo a la ciudad, y un aumento desde más de 77 millones en 1953 hasta unos 840 millones en el 2020 y quizás unos 900 millones de habitantes urbanos en el 2050, dependiendo de las previsiones demográficas. Y, por supuesto, ese aumento masivo y la concentración de personas en las ciudades han tenido un enorme coste medioambiental que ha supuesto, como he mencionado en otra ocasión, la hormigonización de la tierra, además de la conversión de una gran porción de los recursos naturales para proporcionar los componentes de las infraestructuras de las ciudades y facilitar el consumo de energía de sus habitantes.

 

El proceso de desarrollo de China ha contribuido notablemente al cambio climático. Según las últimas estimaciones, su contribución supone un 28% del total mundial de las emisiones de gases de efecto invernadero. Para que China se convierta en un líder mundial en la lucha contra el cambio climático deberá, en primer lugar, demostrar que puede minimizar las emisiones de carbono, reducir el uso de combustibles fósiles, reciclar al máximo, así como adoptar medidas susceptibles de dar ejemplos que animen a otros países a seguir su estela. En segundo lugar, deberá demostrar que es capaz de exportar con éxito esos ejemplos. A continuación, examinaré los éxitos y las dificultades de la introducción de unos principios ecológicos acertados en las ciudades chinas en expansión.

 

¿Hacia unas buenas ciudades ecológicas?

 

No cabe duda de que China se toma en serio la tarea de frenar los peores excesos de contaminación atmosférica y el uso excesivo de combustibles fósiles, así como de aumentar el uso de energías renovables y de otros elementos que mejorarán el medio ambiente de las ciudades. En el 2008, se creó el Ministerio de Protección del Medio Ambiente, que introdujo un Plan de Ciudad Modelo Nacional para la Protección del Medio Ambiente diseñado para animar a las ciudades a participar en la mejora de la calidad del aire y el agua, y también en la reducción de emisiones. En el 2012, 83 ciudades y distritos habían alcanzado la categoría de ciudad modelo nacional, pero para entonces el programa había sido sustituido por los premios Ecociudad (Shengtai Chengshi) y otros similares en todas las escalas geográficas, desde la provincia hasta el pueblo. El número de ciudades y condados implicados superó rápidamente los mil, y en el 2015 se introdujeron nuevos planes. Shenzhen, junto a Hong Kong, se propuso convertirse en la primera ciudad de China con bajas emisiones de carbono. Sin embargo, la mayor parte de los estudios se han centrado en los siguientes ejemplos: las ecociudades de Tianjin y Dongtan y el ecoparque de Qingdao. También es interesante la ciudad nueva de Tangshan Caofeidian. Examinaré cada uno de esos casos por separado:

 

  1. La ecociudad de Tianjin.

 

El proyecto se inició en el 2007, bajo la forma de un proyecto conjunto con Singapur. Su desarrollo se basa en los principios de las “tres armonías” y las “tres capacidades”. El primer principio se refiere a las armonías interrelacionadas de la sociedad, la economía y el medio ambiente; y el segundo, a las tecnologías practicables, replicables (a otras situaciones) y escalables (a distintos niveles). El objetivo es convertir una gran zona de terrenos baldíos a una hora de distancia del centro de Tianjin en un núcleo de población para 350.000 habitantes dependientes de la energía solar y geotérmica, con bombillas de bajo consumo, construcciones ecológicas según las normas internacionales, un sistema de transporte de tren ligero y coches eléctricos dentro de la ecociudad. La ciudad tiene forma de crisálida, con espacios para la vida, trabajo y ocio. Una empresa finlandesa se encarga de desarrollar una “ciudad flotante” basada en módulos hexagonales. La ciudad flotante tiene la ventaja de responder eficazmente a los cambios en el nivel del mar derivados del cambio climático, de protegerse frente a terremotos y tsunamis, y de aprovechar potencialmente la fuerza de la marea de dos metros del mar de Bohai. Semejantes innovaciones hacen que dicha ecociudad haya sido bien considerada en términos internacionales y también dentro de la propia China, hasta el punto de que el jefe local del partido ha sido ascendido al Comité Permanente de China para que inspire a otros con sus ideas y conocimientos. En el 2019, la población era de 100.000 habitantes con un capital total que rondaba los 43.000 millones de dólares, por lo que aún queda camino por recorrer para alcanzar el objetivo original de 350.000 habitantes.

 

  1. La ecociudad de Dongtan.

 

Si la ecociudad de Tianjin está ampliamente considerada como una historia de éxito, la situación de Dongtan es diferente. Fue concebida en el 2005 como una de las principales contribuciones a la Expo 2010 de Shanghai, con una colaboración del Reino Unido firmada por Gordon Brown a través de la empresa Arup. Al parecer, la ubicación propuesta, en la isla de Chongming, a cierta distancia del centro de Shanghai, no resultó acertada, y además la isla es propensa a las inundaciones. Arup afirmó haber desarrollado un sistema de gestión de inundaciones para esa ciudad acuática, pero hay dudas sobre su eficacia. De modo más importante, el jefe local del partido ha sido condenado a 18 años de cárcel por corrupción, por lo que el proyecto se ha retrasado. Parece que hay poco interés en reactivarlo, al menos hasta que el Gobierno central intervenga con financiación y apoyo logístico.

 

  1. El parque ecológico de Qingdao.

 

Se trata de otro proyecto conjunto, en ese caso con Alemania, firmado por Angela Merkel. El objetivo es fusionar tecnología, empresa y ecología, y aspirar a un 50% de energías renovables. Habrá nueve centros, en dos secciones con componentes para los negocios, la vivienda y el ocio. Ahora bien, se permite el uso de coches no eléctricos, y se ha criticado la ubicación remota, el espacio desaprovechado de las carreteras y el contraste entre la prudencia alemana frente la velocidad china. Parece que es necesario profundizar en los conocimientos ecológicos y superar la resistencia a algunos de los conceptos ecológicos propuestos. Pero lo que realmente hace falta es un compromiso político más decidido y, por tanto, un mayor impulso.

 

  1. La ciudad nueva de Tangshan Caofeidian.

 

Se trata de otro proyecto que ha permanecido estancado durante un tiempo. Tangshan sufrió en 1976 un gran terremoto que causó la muerte de al menos 242.000 personas, quizás muchas más, y que obligó a reconstruir la ciudad. Caofeidian se concibió, a partir del 2003, como una parte reciente de ese proceso de reconstrucción; fue planificada con la colaboración sueca con el objetivo de convertirse en una Ciudad Nueva de un millón de habitantes. En el 2016, ya se habían construido numerosos bloques de viviendas y se había creado un centro comercial de estilo italiano. Sin embargo, la Ciudad Nueva se había convertido en una de las ciudades fantasma chinas como consecuencia de la recesión mundial en la construcción, que hizo que esas ciudades no consiguieran atraer a suficientes residentes para resultar viables. Detrás del centro comercial italiano se construyó un campus de la Universidad de Tangshan para ayudar a fomentar la actividad. En la actualidad, la zona ha sido declarada zona franca, y con el tiempo ese estímulo garantizará la reactivación del proyecto (está cerca del emplazamiento de Shougang, una importante acería trasladada desde Beijing).

 

¿Hacia una buena política medioambiental?

 

Los ejemplos mencionados demuestran dos cosas: en primer lugar, que entrañan una colaboración internacional, puesto que parece poco probable que China pretenda encabezar la lucha internacional contra el cambio climático sin la colaboración con otros; en segundo lugar, que ofrecen un éxito desigual, y que las ecociudades con más éxito cuentan con un liderazgo local fuerte y comprometido, y también con un fuerte apoyo del Gobierno central. Este último punto resulta crucial. En un amplio abanico de ámbitos de la lucha por la mejora del medio ambiente y la ecología de China, es esa interacción entre la localidad y el centro la que sustenta el éxito o el fracaso. Por ejemplo, en la crucial batalla por limitar, frenar y hacer retroceder la expansión de los desiertos en el norte y noroeste de China, los proyectos de reforestación a largo plazo, como la Franja Forestal Protectora de los Tres Nortes, o Gran Muralla Verde, y la protección ecológica exterior en torno al propio Beijing han tenido de modo similar un éxito desigual, a pesar del compromiso de los millones de personas que participan en esas iniciativas. Se calcula que todos los meses de marzo y abril se depositan en la región de Beijing-Tiangjin-Hebei entre uno y dos centímetros de arena de los desiertos del oeste; y, en el momento de escribir este artículo, otra gran tormenta de arena azota la capital y tiñe el cielo de una neblina amarilla. Así que, a pesar de los años de empeño político y de las técnicas innovadoras para irrigarlos y hacerlos reverdecer, los desiertos aún no han sido domeñados y quizás no puedan serlo nunca.

 

La energía eólica contrasta con esos casos de éxito desigual y proporciona una indudable historia de éxito; China se sitúa a la cabeza del planeta tanto en capacidad instalada como en capacidad nueva. Ahora tiene una capacidad de 281 GW, y solo en el 2020 añadió casi 72 GW. El siguiente mercado en importancia, Estados Unidos, tiene ahora una capacidad instalada de 118 GW, y en el 2020 solo añadió 14 GW. No cabe duda de que otros países se fijarán en las impresionantes cifras de producción de China y tratarán de participar en las economías de escala presagiadas por dicha producción. La provincia de Gansu, en el interior del país, cuenta ya con el mayor parque eólico terrestre del mundo, con una producción que se estima en cinco veces superior a la del siguiente parque, situado en Rajastán (India). En cambio, Estados Unidos sigue teniendo más del doble de reactores nucleares (95) que China (47), aunque este último país está ampliando la producción a un ritmo rápido porque se considera que dicha fuente de energía alternativa contribuirá a la producción de energía limpia, pese a los temores a largo plazo sobre la seguridad de los reactores y la eliminación de residuos. China está aumentando la exportación de tecnología de centrales nucleares, como también está haciendo Rusia; y en Estados Unidos hay voces preocupadas por el hecho de que se esté cediendo el potencial de exportación a esos países. China también está ampliando rápidamente la producción de energía solar, aunque partiendo de una base más baja, y aspira a duplicar su capacidad hasta los 85 GW en los próximos años. En total, China consiguió a principios del 2020 que un 40% de su energía procediera de fuentes renovables, incluidas la energía hidroeléctrica y otras como las ya mencionadas.

 

China y el mundo

 

A partir de estos ejemplos y de otros que no es posible mencionar por falta de espacio, me parece que el mundo exterior tiene mucho que ganar en un proceso de compromiso con China para afrontar la crisis del cambio climático. En parte, es probable que el compromiso se desarrolle a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China (BRI), anunciada como el “proyecto del siglo” por el presidente Xi Jinping en el marco del “sueño de China” de convertirse en un “país moderadamente próspero” en el 2021 y en un país desarrollado en 2049, fecha en la que la República Popular China cumplirá cien años. Este ambicioso proyecto se ha denominado nueva ruta de la seda y cuenta también con una ruta de la seda marítima como elemento importante de la visión estratégica para promover la inversión y el desarrollo a través de Asia central, Asia meridional y África. Para facilitar ese proceso de desarrollo, China creó (en el 2016) el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras con un capital de cien mil millones de dólares. De modo comprensible, la covid ha afectado al despliegue del plan, ya que algunos países consideran que no pueden permitirse asumir préstamos que en su momento tendrán que devolver. Sin embargo, el potencial, cuando pase la pandemia, seguirá estando ahí, y el banco constituirá un importante vehículo de inversión orientado a promover los objetivos geoestratégicos de China.

 

En conclusión, no cabe duda de que los dirigentes chinos tienen la voluntad y los recursos necesarios para encabezar la lucha mundial contra el cambio climático. Cuando Xi Jinping anunció, el 22 de septiembre del 2020, el compromiso de China de limitar los máximos de las emisiones en el 2030 y lograr la neutralidad del carbono en el 2060, la declaración tuvo una amplia y calurosa acogida. En parte, porque se consideró una contribución importante el hecho de que otra gran potencia mundial llenara el vacío dejado por la abdicación por parte del presidente estadounidense Trump del liderazgo mundial en ese ámbito. En parte, también, porque muchos consideraban que se trataba de un año decisivo en nuestro intento de combatir el cambio climático y restringirlo a unos límites manejables, con la importante Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) que debía celebrarse en noviembre de ese año en Glasgow y que tuvo que ser pospuesta debido a la covid. En la actualidad, el nuevo presidente estadounidense Joe Biden se ha reincorporado al acuerdo de París y se ha comprometido en la lucha contra el cambio climático. Que China encabece esta lucha depende en gran medida de la respuesta de Estados Unidos y de que dicho país quiera o no desafiar el liderazgo chino en este y otros ámbitos.

 

*Ian G. Cook es catedrático emérito de Geografía Humana de la Universidad John Moores de Liverpool

LA VANGUARDIA