El 24 de octubre de 2017 China vivía una confiada prosperidad de que la pandemia y otras circunstancias dejarían muy tocada al poco tiempo. En aquel día, el pensamiento de Xi Jinping se sumó de forma oficial a la constitución del Partido Comunista Chino. La inscripción no es figurada: el nombre del mandatario aparece literalmente, junto con el de Mao y Deng Xiaoping, verdadero inventor de la nueva China. Las ideas de Xi Jinping se estudian académicamente en institutos universitarios que, por su parte, divulgan su pensamiento en todos los niveles, incluidos los de la enseñanza infantil. En realidad, se trata de 14 puntos que se refieren a la versión china del marxismo-leninismo. El cuarto habla de la necesidad de adoptar nuevas ideas con base científica para un «desarrollo innovador, coordinado, ecológico, abierto y compartido». En las últimas semanas, este punto ha sido el protagonista absoluto de la política china, acotado bajo la forma de «las nuevas fuerzas productivas». Desconozco cuáles son las connotaciones en chino de una fórmula que suena ortodoxamente marxista. ¿Qué significa todo esto? Durante el Gran Salto Adelante (1958-1962) se quería transformar un país esencialmente agrario y muy atrasado en una potencia industrial. Ahora quiere pasar de la industria convencional (acero, etc.) y de la producción en masa de productos baratos de baja calidad al liderazgo mundial en nuevas tecnologías. Este no es un objetivo pequeño. De hecho, contemplado desde Europa parece hoy un hito inalcanzable: aquí vivimos empeñados en otras historias que a los chinos, seguramente, les generan una mezcla de extrañeza y estupefacción. El ideólogo de Putin, Alexander Duguin, no duda en hablar de la Unión Europea en términos de decadencia e incluso de «degeneración moral». Es probable que algunos dirigentes chinos piensen lo mismo.
Europa sabe que no le queda otro remedio que rearmarse teniendo en cuenta que los Estados Unidos de Trump también nos perciben, en el mejor de los casos, como algo poco interesante. La Unión sabe igualmente que sin determinadas transformaciones productivas se convertirá en un simple espectador pasivo de la economía mundial. La cada vez más errática burocracia de Bruselas no parece muy preparada para asumir el gran reto militar y el económico, ni tampoco sabe qué hacer exactamente con un alud migratorio incesante. La semana pasada Ursula von der Leyen fue a repartir dineritos a Egipto con la intención de que el país haga de dique de contención de la inmigración en el flanco oriental de África. De momento, estas políticas carísimas han servido de poco, por no decir de nada; basta con observar las cifras de llegadas. En definitiva: a diferencia de la imponente determinación programática de la República Popular China, Europa se va moviendo de aquí para allá con una indecisión que, vista desde fuera, la hace muy vulnerable.
Y ahora, permítanme un brusco giro de guión argumental. En 1959, Mao recibió un informe sobre la conducta contrarrevolucionaria de los gorriones y otros pájaros que, como ocurre en todas partes, se comían una parte de la cosecha. Decidió exterminarlos a todos. Literalmente. Quedan imágenes del delirio: camiones y camiones llenos de pájaros muertos… El resultado más dramático de aquella y de muchas otras decisiones extravagantes, sin embargo, fue una mortalidad humana sin precedentes: los pájaros comen grano, pero también gusanos y todo tipo de insectos… que son justamente los que acabaron zampándose las cosechas. Según los cálculos, cayeron por lo bajo al menos 24 y con un máximo de 45 millones de chinos a consecuencia del hambre. Los gorriones de China maoísta constituyen toda una lección. En un momento determinado, y desde un estado de ánimo concreto, todas las ideas parecen buenas, o incluso geniales. Sin embargo, después se constata que la realidad es algo complicado. O, por decirlo con mayor precisión, que existen variables incontroladas que interactúan entre sí y afectan a cualquier proceso complejo, sin posibilidad real alguna de prever su desenlace a largo plazo. Los nuevos «gorriones» que Xi Jinping querrá abatir sin posibilidad de éxito a corto plazo tienen que ver con una demografía seriamente descabezada por los abortos selectivos de niñas algunas décadas antes, unas desigualdades sociales abismales entre la China campesina y las «zonas económicas especiales» o capitalistas, y una producción de gran volumen pero de muy baja calidad. Los «decadentes europeos», ¿lo tenemos, pues, mejor? No lo creo, pero al menos ya no nos seduce la ingenua idea de matar todos los pájaros del mundo. Es decir, ver la realidad en clave totalitaria.
ARA