Cercas, o el escarnio del revisionismo franquista

Hace varios años, escribí que, si la dictadura franquista hubiera comparecido ante un tribunal internacional de justicia, Javier Cercas no habría podido escribir ‘Soldados de Salamina’, a menos de que, condenados solemnemente los crímenes de aquel régimen y restaurado el honor de las sus víctimas, el escritor hubiera adoptado la figura del revisionista que niega legitimidad a la sentencia a la manera de los que lo hacen con el Holocausto. A propósito de esto, vale la pena recordar al recientemente fallecido historiador Ronald Fraser cuando habla de ‘memoria histórica’: ‘No puede haber ‘una’ memoria histórica, debido a que la memoria es subjetiva, individual. Hay tantas memorias como supervivientes hay de la contienda. Además, la memoria es selectiva, y cuando se trata de datos objetivos, alejados en el tiempo, no siempre es fiable. Y, finalmente, la memoria de eventos pasados se ajusta según las necesidades políticas, sociales o culturales del individuo en el presente. En otras palabras, el presente influye en el recuerdo del pasado’. De aquí, la facilidad con la que una ‘construcción literaria’ sobre un hecho contingente, como la mencionada ‘Soldados de Salamina’, se ha podido convertir para tantos lectores en ‘discurso intelectual’, o sea ‘relato’, que acudía a superar los desgarros producidos por un hecho histórico como la guerra civil de España. La literatura mete la nariz en los pecios de lo que no se ha dicho, que no se puede decir, o que no se atreve a decir, sin embargo, a estas alturas, no sé si un escritor anónimo ya debe escribir la novela de las fosas comunes de cuneta para que la ‘comprensión’ de la naturaleza humana ayude a hacer el duelo colectivo, porque el individual ya lo ha hecho cada uno por su cuenta, a su manera, y en medio de un silencio conmovedor -a diferencia del esperpento del Valle de los Caídos con la momia franquista-.

Los historiadores solventes ya han dado material de sobra a la justicia para averiguar los crímenes contra la humanidad cometidos por la dictadura franquista, que los equilibrios políticos no permitirán ni empezar a investigar hasta quién sabe cuándo, y que podrían ser oportunamente congelados por la hipoteca material -lo digo bien: material, en términos de mantenimiento de estructuras de poder- que impone el neofranquismo rampante de los partidos del régimen del 78. A falta de justicia, es fácil colocar sobre el pasado una ‘memoria de ficción’ a cargo de todo tipo de narradores, sean novelistas, escribidores o falsos historiadores, que no permita acceder a la ‘verdad’ que, tarde o temprano, tendría que permitir convertir aquella barbarie en un evento históricamente contextualizado y poder cerrar de veras sus heridas. Una verdad que debería ir ligada, como defendía Robert Musil, a la consideración del individuo como instrumento de la cultura: ‘Saber, libertad -no como concepto político, sino psicológico-, osadía, inquietud de espíritu, placer investigador, franqueza, responsabilidad -si estas cualidades no se apoyan en todo el mundo, no aparecerán los talentos particulares […]. También debe estar presente el amor a la verdad; y quisiera mencionarlo porque hoy en día no es muy grande, y porque lo que llamamos cultura no tiene, evidentemente, como criterio el concepto de verdad de manera inmediata, pero, sin embargo, ninguna cultura puede descansar sobre una relación escurridiza con la verdad’. (Si el pobre Musil levantara la cabeza, ya no podría hablar de verdad ‘escurridiza’, sino de ‘fake news’ ‘abrumadoras’: recientemente Resina decía en un artículo (*) que el fascismo actúa, precisamente, para imponer la mentira sobre la verdad, como hacen a estas alturas los guardias civiles y sus mentores intelectuales en el proceso farsa de Madrid.) Por su parte, Milan Kundera lamenta no haber dispuesto de una gran novela que le permitiera comulgar con el espíritu del renacimiento checo, pero el «alma ‘de un momento histórico, plasmada en una obra de ficción, no es la verdad, sino el resultado del choque de la sensibilidad de un escritor con la realidad que le rodea. La verdad significa establecer que, en el plano de la realidad verificable, alguien hizo algo y saber extraer las conclusiones pertinentes. El escritor trabaja sobre una abstracción de vida capaz de conmover, pero a la vez define el terreno de juego propicio a su relato: se entiende, pues, que, si nos limitan a leer ‘La cartuja de Parma’, mal podremos acercarnos a las razones últimas de la derrota de Napoleón en Waterloo (dicho sea de paso, sin intención), aunque el ‘componente humano’ que acarrea el relato de aquella batalla en la novela de Stendhal.

El pasado domingo, Javier Cercas se quitaba definitivamente la máscara de la impostura de su relato justificador de eso que podríamos llamar ‘causalidad impersonal’ del franquismo, en un artículo en El País Semanal que merece pasar a la historia de la infamia por el insulto que representa a la inteligencia del lector medianamente informado. El escritor extremeño-gerundense tiene la osadía de tomar prestados a Antonio Machado para demostrar al lector distraído que, si el escritor andaluz estuviera vivo, ‘pensaría que, aunque sea pobre, débil e insuficiente, la democracia de hoy es, humanamente, la victoria de la II República’. (NB: unos párrafos antes, el articulista ya se ha encargado de decirnos que la república de 1931 y la monarquía de 1978 son sendas democracias, pero qué diga: ‘La democracia de 1978 sería heredera de la de 1931 [… ], una heredera mejorada [!?]’.) O sea, que habrá hecho falta una dictadura militar-fascista de cuarenta años para hacer renacer de las cenizas de miles de muertos, por encima de las fatigas y miserias de otros miles de represaliados y exiliados, la II República que fue sustituida, según Cercas, por una ‘transición que engendró una democracia parecida a la de 1936’… Naturalmente (y esto lo digo yo, porque el articulista, en este punto, se convierte en amnésico), con una izquierda acoquinada por los grupos fascistas que asesinaban impunemente -desde Atocha a Yolanda González, por los militares franquistas omnipresentes -golpe de estado del 23-F- y por la rendición de los partidos comunistas occidentales a los dictados de la guerra fría desde el golpe de estado en Chile en 1973. Entretanto, agradeceremos al gozo impersonal de la historia que, tras condenarnos a cuarenta años de ignominia, nos devolviera una democracia en forma de monarquía corrupta hasta la médula. No por casualidad, claro, el novelador español ‘olvida’ las ayudas públicas a la médula del neofranquismo rampante (FAES, Fundación Francisco Franco, Fundación José Antonio Primo de Rivera y ‘tutti quanti’), mientras el Tribunal Supremo niega fondos a las familias que querrían desenterrar los restos de fusilados los primeros días de la insurrección militar contra aquella ‘república’ que Cercas resucita con tanta facundia novelera.

Y todo ello en medio de la farsa de un juicio contra una gente que, como ha dejado escrito Jordi Muñoz, sólo pretendía dar voz a la voluntad mayoritaria de hacer un referéndum para ampliar el perímetro de la democracia -tan alabada por Cercas-, frente a un Estado que, por defender el corsé jurídico e institucional al servicio de su unidad territorial, ha tenido que traicionar el principio liberal que sustentaba contra el deseo de democracia de aquella mayoría de catalanes (el famoso 80%, que nadie querrá comprobar hasta dónde llega), como bien demuestran Marchena y los mariachis de la violencia imaginada, imaginaria e imaginativa, como probó ayer -tácitamente, claro- el Cantinflas del juicio, un tal Baena, de cabildeo con la fiscalía.

Esperemos que no aparezca un escribidor que pretenda hacernos creer que sería deseable un retorno al pleistoceno para celebrar la victoria póstuma del ‘Homo sapiens’.

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