El mandato presidencial de José María Aznar fue dirigido por la idea de que “España es Madrid”, por lo que debía llegarse allí lo antes posible desde todos los puntos de España mediante los nodos locales de la estructura estatal, que son las capitales de provincia peninsulares, en Alta Velocidad Ferroviaria en menos de cuatro horas (‘a’ Madrid y ‘desde’ Madrid). Una veintena de años después, la presidenta regional, Díaz Ayuso, hizo una extensión del argumento, reivindicando que “Madrid es España dentro de España”… Así lo explicaba en su sonora declaración de hace cuatro años (septiembre de 2020): “Madrid es de todos. Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España?… Todo el mundo utiliza Madrid, todo el mundo pasa por ahí. Tratar a Madrid como al resto de comunidades sería injusto”. Es decir, Madrid debe servirse de todos, porque a todos sirve.
Las narrativas son importantes; especialmente cuando hay algo más que retórica. Y ahora estamos asistiendo a un giro argumental más audaz: todos los españoles necesitan estar situados en el mundo, para tener acceso a lo global; y Madrid se ofrece para realizar este servicio a todos los españoles. Basta con hacer crecer más Madrid para que alcance la masa crítica de Londres o París (París, siempre París). O eso, o todos mediocres y provincianos.
La cosa es que, dice esta nueva visión de servicio, el desarrollo de las redes radiales de autopistas libres y de alta velocidad ferroviaria fue sólo un ejercicio de “justicia retributiva”: la compensación del desnivel causado por Franco priorizando las autopistas del Mediterráneo y el valle del Ebro. Lo que, por cierto, demostraría que Madrid no es siempre lo primero, contra lo que dicen las malas lenguas. Pero este desarrollo radial, compensatorio, no ha permitido articular bien a Madrid con su área de influencia inmediata: la “España vaciada”. Por tanto, para que Madrid sea el Gran Madrid que los españoles necesitan para estar adecuadamente en el mundo, es necesario ahora un gran programa de articulación de Madrid y las provincias de su ‘hinterland’ con carreteras regionales y trenes regionales. Lógicamente, en un programa financiado por el Estado, dado que afecta a varias regiones, y es en beneficio directo de todos los españoles.
La propuesta es audaz. Pero se basa en una lectura equivocada –o quizás demasiado ligera– de ‘España, capital París’ (1). Madrid no ha sido siempre el primero. Sólo lo ha sido cuando era el Estado –es decir, todos los españoles– quien pagaba sus proyectos. No así, sin embargo, cuando el proyecto tenían que pagarlo los usuarios, en lugar de todos los españoles. Por eso, el primer ferrocarril peninsular fue el Mataró-Barcelona en 1848, ciudades entre las que había tráfico de mercancías; esto, pese a los esfuerzos subvencionados del (futuro) marqués de Salamanca con el Madrid-Palacio de Aranjuez, rescatado por el Estado al día siguiente de su viaje inaugural, presidido por su majestad Isabel II.
Tampoco fue Madrid el primero cuando un régimen franquista económicamente exhausto y vacío de recursos fiscales y divisas decidió que las primeras autopistas deberían pagarlas los usuarios, pues el Estado no lo podía. Por eso se hicieron primero los corredores del Mediterráneo, del valle del Ebro y del litoral atlántico de Galicia, donde había tráfico también de mercancías. Y hasta ahí el recuento. Porque todo el resto de transformaciones de las redes de infraestructuras desde 1716 las han pagado todos los españoles; y siempre han empezado por Madrid.
Por eso tiene toda la lógica del mundo, y es consecuente con la Historia, la propuesta de desarrollar megaredes de vías regionales de carretera y ferrocarril en el entorno de Madrid las han pagado todos los españoles. Porque, si no, no hay forma. Un momento; ¿realmente no hay manera? La solución del crecimiento de Madrid no es una ‘distrito-federalización’, que, si quiere ser realmente federal, le llevaría a dimensiones reducidas, como Canberra en Australia o Washington DC en EE.UU. Aunque puede que la referencia de “distrito federal” que tengan más en la cabeza sea la de México DF, Caracas, Bogotá o Buenos Aires.
La solución real para articular Madrid con su territorio de influencia directa es que, definitivamente, pase a ejercer su liderazgo directo, mediante la fusión en una Gran Castilla de las comunidades autónomas de Madrid, Castilla-La Mancha y Castilla-León. Esto crearía una comunidad autónoma de 11,5 millones de habitantes, poco más poblada que Andalucía (8,6 millones) y Cataluña (8,1 millones), y con un peso similar al de Rin del Norte-Westfalia en Alemania. La densidad de población sería algo baja, de 63 habitantes por km2, pero no muy inferior a la de Andalucía, que es de 99 habitantes por km2.
Lo más interesante: tendría –de largo– el producto interior bruto (PIB) más alto de todas las regiones españolas, y el PIB por persona sería de cerca de 35.000 euros, casi un 20% más alto que el del conjunto de la España común (no foral). Esto le permitiría usar su propia base fiscal para desarrollar lo que ahora ya sería una articulación estrictamente «intraregional». Y con algo de “financiación singular”, ya lo tendrían.
Ciertamente, esto sería una modificación nada trivial del mapa autonómico. Sin embargo, las consecuencias institucionales serían muy limitadas. No generaría una hegemonía indescriptible de la provincia de Madrid en el nuevo parlamento regional: un 40% de los diputados si reprodujeran la ley electoral española. Para comparar, Barcelona tiene el 59% en el Parlament de Catalunya, y Zaragoza el 52% en las Cortes de Aragón. Y, en cuanto al peso de Castilla en las Cortes Generales, nada cambiaría en el Congreso, y pasarían de 63 senadores a 61. Por este frente, ningún problema relevante.
Ésta es una forma realista y seria de afrontar el problema de la articulación de Madrid con su ‘hinterland’, recreando Castilla; o Gran Castilla, si lo prefiere. Sin embargo, también podría ser que toda esta nueva retórica sea sólo una actualización de la doctrina Aznar. Ésta fue expresada de forma sencilla y comprensible el 29 de septiembre de 1997 por Rafael Arias-Salgado, entonces ministro de Fomento del primer gobierno del Partido Popular, cuando afirmó que –con el objetivo de reequilibrar el mapa español de infraestructuras– era necesario “poner en marcha una serie de inversiones que tengan en cuenta lo que podríamos llamar los 200 kilómetros a la redonda de Madrid y la conexión de ciertas regiones de España con el centro peninsular”.
Quizá se trate sólo de que todos los españoles paguen ahora la articulación interna del Gran (ampliado) Madrid, después de haber empezado cosiendo España con cables de acero (ministra Magdalena Álvarez ‘dixit’). Es decir, un Aznar actualizado, con una retórica más redonda. Pero, de hecho, lo mismo de siempre. Desde hace siglos.
(1) https://www.amazon.es/Espa%C3%B1a-capital-Par%C3%ADs-infraestructuras-econo%CC%81mica-ebook/dp/B007HNFBRU
https://www.casadellibro.com/libro-espana-capital-paris/9788423343140/1800155?srsltid=AfmBOopNOLR1D916dh0fGJxrbe3-8mBCenA4y48SytZ-l1IeqMBsrCiP
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