Caso Pujol: ¿qué Cataluña queremos?

Jordi Pujol ha sido un espécimen político bastante original e incluso irrepetible. En primer lugar, porque ha sido uno de los pocos individuos de procedencia burguesa que debido a su activismo catalanista y antifranquista fue condenado por un consejo de guerra en 1960 y estuvo encarcelado más de un año y medio. Durante la Transición mostró una gran destreza para convertirse en el eje de la oposición democrática, y su victoria en las primeras elecciones catalanas, las del 1980, fue sobre todo una victoria personal, el fruto de su capacidad de convicción y de la talla política que estaba adquiriendo. Con notable habilidad se presentó como el candidato útil del centroderecha, ante la posibilidad de una Generalitat de izquierdas, y como el candidato útil del catalanismo frente a los reales o supuestos sucursalismos. Después ha sido el político que durante más tiempo, 23 años, ha estado al frente de la Generalitat. Su gestión, que no analizamos ahora, está llena de luces y sombras, pero destaca su firme obsesión por consolidar un poder catalán ante las constantes presiones centralistas de los gobiernos españoles. De 2003 a esta parte había conseguido un reconocimiento político generalizado y ya empezaba a formar parte del santoral catalanista, junto a Prat, Macià y Companys.

Un hombre que, como él mismo había reconocido, estaba preocupado por cómo le trataría la historia, ahora ha protagonizado su propio suicidio político. Su autoinculpación del hecho de que durante 34 años ha tenido una considerable suma de dinero en un paraíso fiscal -con la grosera justificación de que no había encontrado el momento de regularizarla- no es sólo un gran fraude fiscal, es también un gran fraude político y ético. No tenemos aún datos concretos para evaluar la magnitud del fraude y las implicaciones que atañen a los diferentes miembros del clan Pujol, ni sabemos si esto de la herencia es sólo una tapadera de otros asuntos ilícitos. No entraré a valorar la sacudida que ha provocado este escándalo, ni la decepción y el asombro en que se encuentran sus seguidores. Tan sólo quiero hacer algunas reflexiones sobre sus repercusiones en la vida política catalana. Unas repercusiones que serán muy fuertes tanto en el terreno personal como en su partido, Convergencia Democrática, y también en el proceso soberanista en que se encuentra hoy Cataluña.

Es evidente que a partir de ahora Jordi Pujol Soley lo tendrá difícil en Cataluña. No podrá salir a la calle como si nada hubiera pasado, dado que su imagen ha quedado desprestigiada por este escándalo. Su tolerancia, o complicidad, con las actividades sospechosas de algunos familiares suyos, que se han aprovechado de su condición de presidente, es injustificable. Al margen de cómo termine el asunto, tanto desde el punto de vista fiscal como desde el punto de vista penal, Pujol ha dilapidado gran parte de su legado histórico y hoy políticamente está muerto. A pesar de que algunos dirigentes quieran minimizarlo, su partido también quedará bastante tocado. Este escándalo puede aparecer como la culminación de una serie de irregularidades cometidas por algunos políticos de Convergencia, y de la coalición con Unió, que no siempre han sido suficientemente aclaradas, y menos aún condenadas públicamente. Ante un asunto como éste se necesitan acciones contundentes y no simples palabras. Si Convergencia quiere tener credibilidad política tiene que apartar a la gente implicada en asuntos oscuros, reconocer las culpas, empezando por el asunto Millet, y, tal vez, refundar el partido con unos planteamientos nuevos, menos personalistas, para acabar de enterrar el pujolismo. Porque durante más de tres décadas CiU y su entorno mediático y publicista han intentado apropiarse del catalanismo divulgando un discurso que identificaba a Jordi Pujol con la Cataluña de verdad, con los auténticos intereses del país, a menudo acusando a sus adversarios políticos de poco patrióticos. Y ahora, esta imagen abusiva y mitificada, se ha derrumbado.

Del asunto Pujol intentarán sacar rendimiento a sus adversarios de siempre. El antipujolismo, sobre todo el PSC, reaccionará con vehemencia y recordará el linchamiento al que fue sometido hace unos años Maragall por haber denunciado lo del 3%. Los excesos del pujolismo ahora pasan factura a CiU y al gobierno Mas. Por otra parte, el anticatalanismo también se está poniendo las botas con este asunto. El caso Pujol les permite volver a poner en marcha ese demagógico y simplificador discurso que identifica la burguesía más especuladora con el catalanismo en general e incluso con Cataluña. Ya estamos acostumbrados, pero los políticos y los periódicos anticatalanistas ahora se ven con renovadas fuerzas para atacar también el proceso soberanista, Convergencia y el gobierno Mas, como si fuera un todo. Su embrollo que se hace fuerte se incrementará si en Cataluña no se reconocen los errores y se rectifican muchas cosas. Y, evidentemente, también se aprovecharán de este escándalo quienes sostienen que todos los políticos son iguales, que todos quieren forrarse y que no te puedes fiar de nadie. La mala imagen de los políticos, de los partidos e, incluso, de la democracia se incrementará. Hoy, más que nunca, y sobre todo después del caso Pujol, los políticos no sólo deben parecer honestos: deben serlo y demostrarlo con creces.

El suicidio político de Jordi Pujol puede significar un obstáculo para la causa soberanista catalana dado que puede desanimar a mucha gente hastiada por este asunto. Dependerá mucho de cómo se depuren las responsabilidades y de la valentía que se utilice para impulsar la revisión crítica sobre cómo ha funcionado y funciona el mundo de la política en nuestro país, incluso impulsando un auténtico pacto nacional contra la corrupción. Para que la apuesta por una Cataluña soberana sea realmente creíble y ampliamente seguida hará falta que aparezca descontaminada de patriotismos engañosos y que proponga de manera explícita unas nuevas formas de hacer política y unos objetivos de progreso y de transformación social muy concretos. Es imprescindible distanciarse de las ambigüedades del pujolismo y aclarar qué tipo de Cataluña queremos construir.

Borja de Riquer
ARA