Dejo constancia de que si insisten en que forme parte del jurado en un juicio, el primer día declararé mi objeción de conciencia. Rechazaré su autoridad sobre mí. Responderé a cuantos requerimientos me hagan con el silencio y me abstendré de declarar culpable a nadie
escribo esta carta en español, pues es sabido que la Justicia está a la cola en la incorporación del euskera a sus funciones y comunicaciones.
Hace poco he recibido la notificación de que he sido elegido por sorteo para formar parte de los próximos Tribunales de Jurado en la Audiencia de mi provincia. Ante esta citación expongo lo siguiente:
Uno: me declaro objetor de conciencia y no deseo ejercer tal compromiso. Imagínese usted el descrédito que poseen ante la sociedad civil, que mi abogado me ha avisado de que esta carta no servirá de nada. «Ni la van a leer». Bueno, para eso están los periódicos, para que muchos la lean. Le expondré, brevemente, mis razones.
Dos: creo que los tribunales son una institución que protege a las elites económicas y políticas, que se ensañan y persiguen a los ciudadanos más desfavorecidos. No seré yo quien emita su voto para encarcelar a pequeños rufianes cuando las grandes fortunas campan a sus anchas en libertad, cuando los que ocupan el poder no respetan las mínimas leyes del respeto y la empatía social, cuando especuladores que han arruinado y desahuciado de sus casas a miles de trabajadores continúan en libertad, con su poder y su fortuna intactos. No puedo condenar a nadie mientras, pongamos un ejemplo, Juan Carlos I de Borbón sigue libre, huido de la justicia, disfrutando de los miles de millones que, supuestamente, según todos los indicios, ha robado del erario público.
A pesar de que muchas de las personas que admiro han estado en la cárcel (Mahatma Gandhi, Nelson Mandela, Oscar Wilde, Martin Luther King, Ernesto Che Guevara, Bertrand Russell, Eduardo Galeano, Mario Benedetti€ y otra gente más cercana y querida), no deseo ser partícipe del ingreso de nadie más entre rejas.
Muchas religiones inciden en este aspecto, no juzgar, sino acompañar; no condenar, sino escuchar; no acusar, sino ayudar al ser humano a desarrollar su carácter, su empatía, su capacidad de convivencia en la igualdad de oportunidades. Todos sabemos que, mayormente, son las personas golpeadas por la desigualdad y la marginalidad las que acaban en los juzgados.
Juan José Millás lo enuncia con mucha más gracia: «Si lo piensas, va muy poca gente de la alta sociedad a la cárcel, unos porque son inviolables por ley y otros porque son inviolables por narices».
Conclusión: no deseo juzgar a nadie, no deseo ofrecer mi voto o valoración sobre ninguna persona acusada de lo que sea para que un juez lo condene y menos dentro de un sistema tan injusto y deslegitimado como es la administración de justicia española. Hasta María Luisa Segoviano, presidenta de la Sala Cuarta del Tribunal Supremo, afirmaba en una entrevista reciente que es cierto que la justicia está alejada de la vida real. Puntualizaba: «Tenemos un lenguaje poco comprensible, poco cercano al ciudadano. (€) Tienes que tener más empatía y acercamiento a la ciudadanía».
Le pido que me exima de tal cooperación institucional.
Sí, ya he recibido la notificación en la que rechazan mi petición, alegando que el motivo expuesto no figura entre las causas de exclusión contempladas en la ley, pero sí que figura: allí donde se dice que se puede «alegar y acreditar suficientemente cualquier otra causa que dificulte de forma grave el desempeño de tal función» de jurado. Ahí cabe mi motivo, que ustedes han desdeñado alegremente: mi conciencia me dificulta de forma grave y taxativa el desempeño de tal función.
Están ustedes acostumbrados a la ley del rodillo y la falta de empatía. Dejo constancia de que si insisten en que forme parte del jurado en un juicio (sé de sus medios coercitivos, como el fácil recurso a la amenaza de sanciones económicas con la que parecen resolver toda disensión a su entramado jurídico), el primer día declararé mi objeción de conciencia. Rechazaré su autoridad sobre mí. Responderé a cuantos requerimientos me hagan con el silencio y me abstendré de declarar culpable a nadie.
Soy escritor, soy periodista, soy músico, soy organista. No deseo ser jurado de nadie. ¿Sirve esto de algo? ¿No sirve? Es igual, nunca miré la utilidad de lo que hago, sino a la verdad de mi conciencia, a estar en paz con ella el resto de mis días, y créame, señor juez o señora jueza, que esto es lo único que puedo hacer en esta situación. Decirles «no»; suavemente «no», reiteradamente «no», firmemente «no». Es la única salida que me permite la conciencia. No me gusta el protagonismo, ni me gustan los líos, aspiro a vivir en paz y armonía; y tener que juzgar a alguien me arrebatará dicha armonía, pues gracias a valiosas personas que enriquecieron mi vida y a la pertinaz lectura de libros buscando desentrañar los encajes de la sociedad he desarrollado un sentido crítico. Y mi conciencia solo puede decirle «no».
Ahora puede echar esta carta a la papelera, pero no conseguirá destruir mi opinión. La objeción de conciencia es un derecho universal que a nadie violenta; simplemente dice «no» a algo que el individuo no desea hacer. Si incluso los médicos del Opus Dei de Navarra se negaron a practicar abortos y ningún juez osó hacerles cumplir la ley. Prefiero ser juzgado que juzgar a nadie. Como bien dice Michel Foucault, «somos quienes somos como resultado de un poder que se ha ejercido sobre nosotros». Martín Iriberri, capellán de la cárcel de Martutene, afirmaba en una entrevista que un preso es un fracaso social: «Una persona presa es la historia de pequeños fracasos personales, a veces no tan grandes, y también de pequeños fracasos sociales». Y certificaba cómo ha cambiado su visión a través del contacto con los presos: «Me ha cambiado para mirar a la sociedad desde abajo, desde las fronteras sociales, para entender que el sistema social que a mí me ha protegido y me ha apoyado no ha sido capaz de hacerlo por igual con el resto de personas».
Usted eligió estudiar para ser juez. Bien, me parece loable. Yo estudié para ser periodista. No me puede obligar a ser algo que no deseo ser y va en contra de mi visión de la vida. No me diga que es obligatorio, porque no lo es. También era obligatoria la mili y sabemos cómo acabó. Es obligatorio pagar impuestos y lo cumplo por responsabilidad. Pero no deseo juzgar a nadie que, independientemente de los hechos delictivos que se le imputen, no es, generalmente, sino el fruto y la consecuencia de las condiciones socioeconómicas o culturales que fueron ejercidas sobre su persona.
Noticias de Gipuzkoa