CARTA DE CARLES PUIGDEMONT TRAS EL ACUERDO ERC-CUP-JUNTS Y EL NUEVO GOVERN DE LA GENERALITAT DE CATALUÑA
Querido, querida,
El Parlamento de Cataluña ha escogido a Pere Aragonés como MH President de la Generalitat, el 132º de la larga lista de presidentes de nuestro país. Los votos de Junts por Cataluña han sido determinantes para esta investidura; ahora comienza, pues, una nueva etapa que sabemos cargada de retos colosales que tendremos que encarar, y en la que la aportación de nuestro espacio será también determinante.
El catalanismo, en todas sus versiones, ha mantenido una actitud de lealtad y respeto hacia las instituciones de autogobierno, y estoy seguro de que nuestro partido contribuirá más que nadie a mantenerlo. Quizás no nos hemos sentido correspondidos siempre del mismo modo, pero nosotros no podemos faltar a esta tradición que es, al mismo tiempo, una señal que caracteriza la forma como queremos construir Cataluña. El MH President Pere Aragonés debe saber que cuenta, desde el primer minuto, con la lealtad de las mujeres y hombres de Junts por Cataluña. La mía, como 130º president, sabe que la tiene.
Para llegar hasta aquí ha sido necesario encontrar un acuerdo, y que este acuerdo fuera válido para las dos organizaciones firmantes. En este sentido, la forma como JxCat ha decidido consultar a las bases es un ejemplo que debería servir al resto de organizaciones que aún no tengan incorporado un mecanismo similar, al tiempo que estimular a hacerlo de forma regular en las decisiones más relevantes que tengamos que asumir como organización política. La forma de república que desde Junts queremos para Cataluña debe basarse en una radicalidad democrática, y en este sentido nuestro partido está en la vanguardia. Gracias por el esfuerzo y por hacerlo posible.
El recorrido hasta el acuerdo no ha sido nada fácil. Conocéis los motivos y estoy seguro de que los entendéis. Precisamente porque ha habido grandes dificultades, que han puesto en riesgo muchas cosas (sin embargo, algunas continúan presentes), tomé una serie de decisiones que ahora os quiero explicar, porque muchos de vosotros me habéis interpelado y me habéis preguntado la opinión sobre el proceso de acuerdo y sobre el acuerdo en sí mismo.
Tal como comuniqué al secretario general, Jordi Sánchez, y también al equipo negociador, creía que lo mejor para poder establecer un marco de relaciones con ERC que favoreciera acuerdos era que yo no formara parte de ningún proceso negociador. Después de analizarlo muy a fondo y de contrastar informaciones, me quedaban pocas dudas de que si yo no tomaba aquella decisión, acentuaría una estrategia narrativa tan falsa y perversa como eficaz según la cual mi principal preocupación sería la de asegurar una buena tutela del president y del govern. Lo habéis leído y escuchado en prácticamente todos los análisis y comentarios, con muy pocas excepciones. Desde crónicas en diarios serios hasta programas de humor, pasando por prácticamente toda la tertuliada nacional.
Las personas que han estado a mi alrededor saben de la falsedad e inmoralidad de esta narrativa, de la falta absoluta de base. Pero se han puesto de acuerdo desde sectores independentistas hasta todo el unionismo; básicamente iba bien para debilitar a Junts. Y por otro lado también para debilitar al Consejo por la República, y con él la legitimidad del 1 de octubre y de la declaración de independencia hecha en el Parlamento de Cataluña el día 27 de octubre de 2017. Ha tenido predicadores diarios, con tribunas y espacios de máxima audiencia, que no han parado de construir un relato con fines meramente propagandísticos. Hay que decir que todos estos intentos para enviar el octubre de 2017 a una esquina han sido infructuosos y han topado con la determinación insobornable de la ciudadanía.
Llegué a la conclusión de que esto habría dificultado la posibilidad de encontrar acuerdos y de poder restablecer la unidad interna del independentismo. He procurado, en consecuencia, no ser ningún obstáculo en las conversaciones para llegar a un acuerdo, ni para el acuerdo en sí mismo; en todo caso, mi intención era que el resultado al que se llegara (acuerdo o no acuerdo) debería ser explicado de una manera mucho más rigurosa y esforzada que a partir del argumento simplista y deshonesto de vincularlo a mis supuestos deseos o intereses personales. Algunos ya tenían la crónica escrita, el comentario a punto o el gag registrado.
Para reforzar esta posición tomé otra decisión, la de no interferir públicamente a través de comentarios y opiniones. Tampoco desde mi rol de presidente del Consejo para la República. He sido escrupuloso con mi compromiso de no generar distorsión alguna que afectara a los esfuerzos de los negociadores, o que sirviera a los intereses de nuestros detractores en la construcción de su relato sobre las supuestas tutelas y otras manipulaciones. Tampoco quería dar ninguna excusa a quienes promueven la crítica injusta y torpe sobre un supuesto sesgo partidista del Consejo. Me he mantenido públicamente en un silencio público respetuoso y prudente, que hoy tiene todo el sentido del mundo que acabe.
También había -y hay- razones que acaban teniendo efectos personales. No os negaré que tras más de tres años y medio en el exilio algunas cosas se han convertido para mí más dolorosas que la propia represión. O que me han afectado de una forma que ninguna de las insensateces represoras había conseguido hacer. Después de todo, la represión la sufren de manera personal quienes son sus víctimas, en la cárcel, en el exilio o perseguidos por cualquier juzgado y cuerpo policial. Pero la desunión, que es una de las preocupaciones que más me quitan el sueño, sobre todo aquella desunión que ha sido trabajada a conciencia, la paga toda Cataluña y tiene efectos generalizados. JV Foix escribió a principio de los años treinta del siglo pasado que «quien a la hora de asentar los cimientos [de la patria], ha predicado -y practicado- la desunión, sea cual sea el pretexto, es desleal». No creo que su reflexión haya dejado de ser válida. Pero es evidente que en estos últimos años hemos ido hacia atrás.
La unidad es, lo reconozco, una prioridad tan difícil de alcanzar ahora mismo como por otra parte irrenunciable. Para restaurar la unidad, lo que más he osado pedir es, en primer lugar, ‘respeto’. Se puede respetar al otro sin necesidad de compartir un mismo gobierno, y se puede faltar al respeto aun y compartiendo la mitad del gobierno. Sin respeto no se pone en marcha una cadena que es imprescindible para ir juntos en un proyecto tan ambicioso y complejo como es el de construir un Estado independiente. El respeto es el fundamento de la segunda cosa que he osado pedir: ‘confianza’. Darnos confianza incluso en lo que no nos gusta del otro. La confianza permite trabajar sin perder el tiempo vigilando de manera permanente al compañero de viaje, y libera energías para encarar el verdadero y poderoso adversario. Y la confianza es la garantía de la tercera cosa, fundamental para gobernar juntos: la ‘lealtad’. Si esta cadena se rompe o se debilita en algún eslabón, el resultado es el recelo permanente, la parálisis política y, al final, el enfrentamiento. nada de bueno.
Efectivamente, en estos tres años y medio se ha visto, con decepción compartida por mucha gente, cómo esta cadena se iba debilitando hasta romperse. Si al principio la estrategia de la desunión fue concebida con una determinada intención, muy sectaria en mi opinión, es evidente que se ha escapado de control y ha originado una batalla sin freno que avergüenza internamente y desde fuera es muy desconcertante, de la que nadie sale bien parado.
Esto ha ido pesando, también, en mi decisión de no convertirme en un obstáculo ni en cualquier problema que impidiera acuerdos de gobierno o que impidiera la unidad, y de permanecer silente puertas afuera.
Es evidente que el acuerdo alcanzado tiene aspectos que habrá que proteger y velar. todos entendemos que el mejor acuerdo es el que conllevaría la aplicación de nuestro programa electoral, pero también sabemos que las elecciones no las ganó ningún partido independentista. Ni ERC, ni Junts ni, por supuesto, la CUP. Las elecciones tuvieron un claro ganador, y este es el movimiento independentista en su conjunto y en su diversidad. Por lo tanto, ningún acuerdo y ninguna estrategia se pueden basar en la hegemonía de un determinado partido -pongamos por caso, de Junts- sobre el conjunto del movimiento sino que debe considerar y respetar esta diversidad y transversalidad. Nuestro partido nació con esa vocación, y por eso somos pieza fundamental para la articulación del movimiento independentista. No la única, claro. Naturalmente, tampoco puede haber acuerdo alguno que sea hecho en contra de una parte de este movimiento. Por eso he defendido en varias ocasiones, siempre de manera infructuosa, que en el actual proceso de independencia y de Estado de represión nos hacía falta afrontar los retos electorales de manera unitaria, a través de propuestas que conjugaran esta diversidad. Interpretarían mucho mejor lo que los ciudadanos quieren votar y enviarían un mensaje de fortaleza mucho más rotundo e inequívoco que el que enviamos por separado. Quizás, si se trataba de buscar la manera de «forzar» al Estado a una negociación fiable, habría que irrumpir siempre con la máxima fortaleza y no a partir de la suma de debilidades o pequeñas victorias particulares. Ha quedado acreditado en todos los ciclos electorales que ha habido después de septiembre de 2015 que, por separado y como partidos, o bien perdemos las elecciones o bien las ganamos de manera ajustada.
El Estado ha tenido la sensación reconfortante de ver a su frente un movimiento debilitado por la división interna. Como herramienta de presión para que el Estado negocie -que es lo que ahora mismo es el objetivo de lo acordado dentro del independentismo- a mí me parece mucho más eficaz plantarte en la mesa con la fortaleza de victorias rotundas conseguidas en todas las elecciones precedentes, que no desde una posición dividida y enfrentada (en parte, de manera inevitable porque al tener que competir electoralmente, se impone la lógica de la disputa de todos los votos).
El equilibrio es muy difícil pero tenemos la obligación de buscarlo. Por eso he insistido en la necesidad del respeto, de la confianza y de la lealtad. Es previo a todo. El éxito del Gobierno no se medirá sólo en la obra hecha, en las políticas desplegadas. Se basará, también, y quizás ahora más que antes, en su capacidad de restaurar todo lo que se ha deteriorado, y que influye en el ánimo del país.
Sabemos que la represión no se ha detenido, que continuará. Y sabemos que el Estado no tiene ninguna voluntad de abordar con honestidad y ganas un proceso de negociación como el que se esperaría en una democracia consolidada. Confío en que los consejeros y consejeras del nuevo govern, con su president al frente, sabrán corresponder a las expectativas del pueblo de Cataluña, y que en esta meta hayamos contribuido lealmente desde Junts por Cataluña. No puede ser de otro modo que así.
Disculpad la extensión de esta carta. Espero que también sabréis dispensar y comprender la discreción pública que me impuse.
En cualquier caso, sea como sea y a pesar de los que lo querrían de otra manera, continuaré defendiendo el referéndum del 1 de octubre y la proclamación de la república catalana como fundamentos de la independencia de Cataluña y, por tanto, del Estado catalán. Que es el único que puede garantizar el progreso social, económico, cultural y lingüístico de nuestro país, y nos puede asegurar un estado de derecho, de justicia y de libertades que nunca hemos conocido en la historia de nuestra pertenencia forzada al reino de España.
Quedo siempre a vuestra disposición. Un abrazo y mi agradecimiento
Carles Puigdemont i Casamajó