X. Orue-Etxebarria, E. Apellaniz, J. Artaraz, A. Basterretxea, R. Berodia, J.M. Elosegi, E. Galarza, J.M. Lasa, E. Madina, J.M. Mintegui, K. Telleria
Introducción
La metalurgia del hierro en Vasconia es conocida desde épocas remotas. En las excavaciones realizadas en los poblados de la Edad del Hierro, en los diferentes territorios del País, están apareciendo instrumentos variados que se utilizaron en la agricultura, en la construcción, como armas, etc. (SAN JOSE, 2005; PEÑALVER, 2008). Parece lógico pensar que esta industria fuera conocida por nuestros antepasados, teniendo en cuenta la abundancia de mineral de hierro en algunas zonas del territorio y la gran calidad del mismo. No sería de extrañar que los orígenes de esta actividad, en Euskal Herria, se adelantaran en el tiempo, hasta convertirse en uno de los primeros lugares de Europa en conocer las técnicas para obtener el hierro y utilizarlo en beneficio del hombre.
Apoyando esta idea, en lo que respecta a la época medieval, hay que recordar que ya en 1150, en el Fuero de San Sebastián concedido por Sancho el Sabio de Navarra, se habla de los derechos del “fierro”. Además, es bien conocida la industria de las ferrerías hidráulicas, extendidas por toda Vasconia y que llegaron a ser tan abundantes que, según la documentación, solamente en Bizkaia y Gipuzkoa llegaron a funcionar simultáneamente, en el siglo XVI, más de 300 ferrerías de este tipo (MEDINA, 1548). Sin embargo, no ocurre lo mismo con los complejos de tecnología prehidráulica, conocidos como “ferrerías de monte”, “haizeolak”, “jentilolak” o “agorrolak”, anteriores en el tiempo, aunque se sabe que convivieron con aquellas durante algunos siglos. De hecho, todos los trabajos que hacen referencia a este tipo de industria mencionaban que, desgraciadamente, los hornos de reducción relacionados con estas instalaciones se habrían destruido, como consecuencia del paso del tiempo y su progresiva erosión, de las roturaciones de los terrenos, etc. Sin embargo, en trabajos aparecidos recientemente, ORUE-ETXEBARRIA et al. (2008a, b y 2009) ponen de manifiesto que, a pesar de todos los factores que han influido negativamente en su conservación, los restos de hornos de este tipo de ferrerías son numerosos, como consecuencia, probablemente, de la gran proliferación de los mismos, durante la época medieval.
Los resultados que presentamos en este estudio, son una síntesis de todos los datos de campo recogidos a lo largo de varios años de trabajo, así como también de los análisis estratigráfico-sedimentológicos, mineralógicos y petrológicos llevados a cabo en los Dptos. de Estratigrafía y Paleontología, y de Mineralogía y Petrología de la UPV/EHU, realizados sobre diferentes tipos de escorias, muestras de la pared, etc., y de la información obtenida en las primeras excavaciones.
Trabajos de campo y antecedentes
En los últimos seis años de investigación y después de haber realizado cerca de 200 jornadas de campo, hemos acumulado una considerable información acerca de las características de este tipo de estructuras o cubetas de tecnología prehidráulica. Los primeros datos acerca de hornos de ferrerías de monte proceden de un horno encontrado en Galdakao (Bizkaia), que estaba considerado hasta entonces como un calero antiguo (Fig. 1). Sin embargo, el estudio detallado de las características del mismo, así como el análisis de muestras de la pared y de las escorias encontradas en sus proximidades, nos permitió plantear que se trataba de una “haizeola”. Este fue el inicio de una investigación que ha resultado muy prolífica en resultados. En una primera fase nos circunscribimos al término de Galdakao (ORUE-ETXEBARRIA et al.,2008a), donde encontramos más de 35 restos de estos hornos, mejor o peor conservados, aunque actualmente disponemos de datos para pensar que pudo haber más de trescientos.
Fig. 1. Cubeta de un horno de reducción en la ladera de un pinar localizado en Isasi (Galdakao,Bizkaia). Falta gran parte de la pared anterior del horno. Fotografía X. Orue-Etxebarria.
Antes de la publicación de dicho trabajo, nuestra investigación ya se había extendido a otras zonas de Bizkaia, así como al territorio de Gipuzkoa, y los resultados de estos estudios aparecieron publicados también en Euskonews (ORUE-ETXEBARRIA et al., 2008b). En todo este tiempo hemos recorrido una parte importante de Bizkaia y otra más pequeña de Gipuzkoa, así como algunas zonas del norte de Araba y, en menor medida, del N. de Nafarroa. Como planteamiento general, se han visitado, casi exclusivamente, las localidades que se encuentran sobre rocas del periodo Cretácico inferior, que ahora sabemos que han sido los materiales más ricos en yacimientos de hierro. Es bien conocida la abundancia de fuentes ferruginosas y aguas sulfurosas en relación a rocas, principalmente, de este periodo. Recientemente ha aparecido un trabajo en el que ponemos de manifiesto el descubrimiento de este tipo de hornos en diferentes zonas del norte de Araba (estribaciones del Gorbea, Olaeta-Aramaio y Araia-Zalduondo-Asparrena), siendo especialmente interesantes algunos de los hallazgos realizados en el término de Olaeta, cerca de Otxandio (ORUE-ETXEBARRIA et al., 2009).
Dentro de los trabajos realizados acerca de estos hornos, hay que mencionar también los efectuados acerca de la composición, características, etc., de los diferentes tipos de escorias y muestras del revestimiento interno, realizados sobre restos recogidos en Galdakao (GIL et al., 2008).
El hierro en el País Vasco
Uno de los rasgos en el que Vasconia ha sido beneficiada por la naturaleza respecto a otras zonas, es en la existencia de abundantes y ricos yacimientos de distintos tipos de mineral de hierro, así como también el hecho de que este hierro tuviera una muy baja concentración en azufre y fósforo. Por otra parte, la existencia de hierro en grandes cantidades en los montes vascos es algo conocido desde épocas muy antiguas. En el siglo I de nuestra era, Plinio publicó su famosa Historia Natural en la que menciona que en la costa de Cantabria “…hay una montaña escarpada y elevada que, cosa increíble es toda ella de hierro…”. Posiblemente se refería al monte de Triano (Somorrostro) en Bizkaia. De acuerdo con la documentación, hoy sabemos que en la relación comercial existente desde la Edad Media entre los puertos vascos con las Islas Británicas, Flandes, Bretaña, Islas Canarias, el Mediterráneo y diferentes zonas de España, el producto de intercambio más importante utilizado para conseguir a cambio cereales, vino , manufactura textil, etc., era el hierro (ALBERDI y ARAGÓN, 2005). Hay que tener en cuenta que, desde épocas muy antiguas, el hierro tuvo una importancia semejante a la del petróleo en la actualidad.
Las zonas más importantes de Vasconia por la abundancia de yacimientos de hierro son las de los Montes de Triano en Somorrostro, Galdames, etc., en la margen izquierda del Nervión/Ibaizabal, la del complejo de Arditurri en Oiartzun y Aiako Harria en general, y la del valle de Baigorri, todos ellos explotados, al menos, desde época romana. Además, hoy en día sabemos que las rocas con un mayor contenido en mineralizaciones de hierro son las del Cretácico inferior y dentro de estas las del Complejo Urgoniano y, en menor medida, el Supraurgoniano, que abarcan rocas de edad Aptiense y Albiense inferior, todas ellas formadas en el medio marino (GIL, 1991). Por lo que respecta a las rocas pertenecientes al Aptiense, los yacimientos más importantes están asociados a las calizas de plataforma urgonianas que, en muchas ocasiones, dan lugar a algunos de los resaltes más conocidos como el macizo de Itxina-Lekanda-Aldamin, las peñas del Duranguesado, la Sierra de Aralar, la Sierra de Elgea-Urkila, etc. En cuanto a los materiales del Albiense inferior, el hierro se puede encontrar en relación a calcarenitas, margas y areniscas. Este hierro puede aparecer en forma de capas más o menos potentes, como filones o rellenando grietas, pero también en niveles con abundancia de nódulos de hierro, ricos en siderita.
Los minerales de hierro más comunes en los yacimientos vascos son la siderita, ankerita y algunos sulfuros, como la pirita y calcopirita, que normalmente aparecen en zonas profundas. Sin embargo, como consecuencia de la alteración-oxidación de los anteriores, en la parte superior de los yacimientos, se pueden encontrar óxidos como el hematites, hidróxidos como la goethita (y limonita), así como mezclas de ambos. Estos oxi-hidróxidos se han conocido popularmente como “vena”, “campanil” y “rubio”. Hay que suponer que estos minerales, que aparecerían en superficie, serían los que utilizaron nuestros antepasados para introducirlos en los hornos y obtener la “esponja de hierro”.
Aunque sean menos conocidos, hay otros yacimientos de hierro que han sido muy importantes, como son los de los alrededores de la Villa de Bilbao, sobre todo los criaderos de Ollargan, El Morro y Miravilla, con varios niveles de galerías por debajo del nivel de la ría. Otras explotaciones importantes han sido las del coto minero de Zerain-Mutiloa, cuyo hierro se transportaba, a comienzos del siglo XX, hasta el puerto de Pasaia para la exportación, así como los criaderos de mineral de hierro en Axpe, Arrazola y estribaciones del Udala, los de Legutiano y Asparrena o las explotaciones mineras en galerías o a cielo abierto en Galdakao y Bedia (ADAN DE YARZA, 1916). Por otra parte, en relación a materiales paleozoicos, hay que citar los criaderos de Berastegi, Lesaka, Goizueta, así como los de Ustelegi y el monte Larla, estos últimos en el valle de Baigorri y en sus cercanías, y los filones de hematites y siderita en Luzaide, entre otros. Finalmente, habría que mencionar otros yacimientos de hierro, como los relacionados con rocas volcánicas submarinas en Rigoitia o en los alrededores de Salinas de Añana, o, en otro contexto, habría que citar también los más modestos de Etxebarre, en Zuberoa.
En todos estos materiales ricos en concentraciones de mineral de hierro, especialmente en las rocas del Cretácico inferior y Paleozoico, hemos encontrado una gran abundancia de hornos de ferrerías de monte. De todos modos, y con cierta sorpresa por nuestra parte, también hemos encontrado “haizeolak” en zonas sobre rocas del Cretácico superior, ligadas a niveles aislados con nódulos de siderita, como es el caso de los hornos de Deba y Erandio.
Localización de los hornos
Como hemos indicado anteriormente, a lo largo de todos estos años hemos recorrido diferentes zonas de Vasconia y ello nos ha permitido encontrar estas ferrerías o “haizeolak” en numerosos municipios: Karrantza, Galdames, Erandio, Etxebarri, Zaratamo, Galdakao, Bedia, Iurreta, Elantxobe, Busturia, Ea, Mañaria?, Lemoa, Igorre, Dima, Zeanuri, Otxandio en Bizkaia; Mutriku, Deba, Azpeitia, Legazpi, Zerain, Mutiloa, Irun en Gipuzkoa; Gopegi, Manurga, Aramaio, Zalduondo, Araia y los últimos, recientemente encontrados en Legutiano, Respalditza y Menagarai en Araba, y los de Urdazubi, Elizondo, Leitza y Goizueta en Nafarroa.
Estas “haizeolak” o “jentilolak” también son conocidas con la denominación de “ferrerías de monte”. Después de la localización de más de cien hornos, hemos comprobado que los lugares donde realmente se ubican es en las laderas, nunca en zonas llanas ni de demasiada pendiente, encontrándose tanto en zonas altas como en partes medias o incluso en las partes bajas de los valles. “Haizeola” hace referencia a que se trataban de ferrerías de aire o viento. Como manifestaba LABORDE (1979), es un término sinónimo a “Blast furnace”, “Geblasofen” o “Windofen”, denominaciones utilizadas en otros lugares de Europa para mencionar a los primitivos hornos para la obtención del hierro. Además, según narra este autor, “un anciano de Zerain le informó que sus antepasados llamaban “jentilolak” o “haizeolak” a los hornos de fundición del hierro existentes en el monte”. El término “jentilolak” aplicado a vestigios de antiguas ferrerías, también fue recogido por MUGICA (1918). Así mismo PRADA (2008), aporta el testimonio de un legazpiarra que había oido a sus padres y antepasados mencionar que los gentiles labraban el hierro en Legazpi antes de la llegada del cristianismo. Recientemente, un vecino de Zeanuri, Eusebio Zuluaga, comentaba que “jentilolak” era un término que había oído en su casa de pequeño, pero que no recordaba con que se relacionaba.
Las características que definen la localización de estas “haizeolak”, además de su ubicación en zonas de ladera, a lo que hacíamos referencia anteriormente, son las siguientes:
a) Según hemos podido comprobar en la mayor parte de los casos, en contra de lo manifestado por otras personas que han escrito acerca de estas ferrerías, se encuentran cerca de los yacimientos de hierro, pequeños o grandes, superficiales o explotados en profundidad. Es decir, lo que condiciona, en nuestra opinión, la localización de estas ferrerías de ladera es la existencia de hierro y no la de madera, que probablemente llegaría de zonas próximas en forma de carbón vegetal. Además, hemos podido comprobar que, cuanto más abundante es el hierro en una zona, mayor es la concentración de “haizeolak” encontradas en los alrededores.
b) Otro condicionante para la instalación de estas ferrerías parece ser la existencia de un pequeño curso de agua en las cercanías, normalmente a una distancia menor de cien metros y muchas veces a pocos metros del lugar en el que se encuentran las cubetas. Aunque es suficiente con una pequeña cantidad de agua, también se encuentran cerca de ríos más caudalosos, y, en algunos casos, próximas a cauces que, aparentemente, solo disponen de agua en las épocas de lluvia. Esto último no sabemos si es realmente así o, como hemos comprobado en algunos casos, se trata de cursos de agua cuyo trazado ha sido alterado por obras realizadas o por un desvío natural consecuencia de la erosión a lo largo del tiempo. El hecho de encontrarse cerca de un cauce con régimen de agua intermitente, quizás también podría explicarse considerando que la obtención del hierro sería, a veces, un trabajo “extra”, que se realizaba cuando ya se habían terminado las principales faenas del campo, es decir desde otoño a primavera, coincidiendo con las épocas de lluvias. En algunas ocasiones, también aparecen cerca de zonas cenagosas o pantanosas (“zingirak”) o de depresiones con agua. En nuestra opinión, utilizarían esta agua para limpiar el mineral de hierro triturado, así como también para mojar la mezcla de arcilla y arena con la que revestían las paredes internas de los hornos.
c) Otro de los factores que parece influir en la situación que ocupan estas construcciones es su orientación respecto a los vientos dominantes. Más del 90% de las “jentilolak” encontradas se disponen con la abertura orientada hacia el norte o el noroeste. Son muy pocas las que presentan la abertura hacia otras orientaciones, no sabemos si condicionadas por la existencia de hierro en ese lugar o si, a pesar de su aparente inadecuada orientación, existían determinadas corrientes que favorecían la combustión.
Relación con la toponimia
Aunque, inicialmente, no fuera un hecho que tuviéramos en cuenta en nuestra investigación, pronto nos dimos cuenta de una posible relación entre la localización de las “jentilolak” y los topónimos con el vocablo –ola y sus variantes. A pesar de que muchos de estos topónimos es probable que, con el paso del tiempo, se hayan perdido o transformado en otros, tal como hemos podido comprobar en algunos casos, el hecho de que sucesivos hallazgos parecieran confirmar la hipótesis inicial, hicieron que ya desde nuestro primer trabajo, basado únicamente en datos del municipio de Galdakao, pusiéramos de manifiesto esta aparente relación (ORUE-ETXEBARRIA et al., 2008a). Posteriormente, teniendo en cuenta nuevos datos obtenidos en otras zonas de Bizkaia y de Gipuzkoa, esta relación parece cada vez más evidente (ORUE-ETXEBARRIA et al., 2008b).
Sin embargo, hay que decir que el vocablo –ola ha recibido distintas acepciones según los diferentes autores que han tratado este tema. En su trabajo “Los vascos” BAROJA (1995) manifiesta al respecto “La ferrería era en una época el taller o fábrica por antonomasia: “ola”. Después, al aumentar el número de las industrias rurales, se concretó su nombre, llamándola “burniola (burdinola)”, para diferenciarla de otras que iban apareciendo como “arriola”, “ontziola”, “armaolea”, etc”. MICHELENA (1989) dice “ol(h)a” “ferrería”, en roncalés y suletino significa “cabaña” y esta acepción, propia de una economía pastoril, había sido probablemente la primitiva en todo el país”. En el mismo texto se dice que “el documento de Roncesvalles, año 1284, indica que ol(h)a era “bustaliza”. AGUIRRE (1990), en relación a las ferrerías manifiesta “En Euskalherria, en zonas próximas a minas y con abundancia de madera encontramos abundantes topónimos con el sufijo –OLA, que designan en su mayoría el emplazamiento de antiguas forjas y talleres de fundición. Eran las “ferrerías machuqueras”, “haizeolak” o “gentil olak”.
Otro autor como LECUONA (1973) también relaciona las ferrerías con topónimos con –ola, pero distinguiendo de otros vocablos como –ol que significaría tabla y –olha en el sentido de txabola. Según OLAIZOLA (2001), recogido de D. Manuel de Lekuona, “el prefijo “ola” es sinónimo de txabola o borda y más antiguo que esta”, para manifestar posteriormente que “todos los Olaizola proceden de una gran casona a orillas del río Oiartzun”, que, curiosamente, se encuentra muy próxima a las ruinas de la antigua ferrería del mismo nombre”. Lekuona prosiguió “no sabemos con certeza cuando comenzaron los Olaitz en el laboreo del hierro, pero podríamos situarlo en la Edad Media, entre los siglos XI o XII. Posteriormente con la entrada de la aplicación de la energía hidráulica en las ferrerías, algún Olaiz decidió modernizar su industria, estableciendo una a orillas del río Oiartzun, denominándola OLAITZ-OLA”. El término “ola” utilizado como sufijo significa, en este caso, ferrería (la Ferrería de Olaitz).
Un estudioso de las ferrerías hidráulicas como DIEZ DE SALAZAR (1983) manifiesta que no hay que forzar demasiado el sentido de –ola, ya que significa tanto ferrería como sel. En un trabajo más reciente de ZALDUA (2006) se relacionan ola y saroi (korta) como cosas semejantes pero con una distribución geográfica distinta “ola Euskal Herri osoan ageri den hitza da, korta edota saroi ez bezala. Alde eta aldi jakin batzuetan ola eta saroi parekoak izan dira,… Ola guztiak saroi (edota korta) bihurtu ez arren, saroi bihurtu ziren asko”. Sin embargo, si bien es cierto que el vocablo –ola quiere decir en euskera ferrería y taller, también significa cabaña y choza en el valle de Erronkari y en Zuberoa.
Como se puede apreciar, no hay unanimidad de criterios acerca del significado de los diferentes términos y creemos que el problema tampoco estriba en diferenciar el vocablo –ola como prefijo o sufijo, sino que sería más lógico tratarlo como un vocablo que significa ferrería en ambos casos. Por otra parte, decir que en Galdakao hay una zona que tiene el topónimo olakorta (olagorta), por lo que se podría pensar que es una redundancia, pero, por otra parte, sabemos que en ese lugar había, al menos, dos escoriales.
Como resultado de nuestras investigaciones hemos podido comprobar la relación directa entre la existencia de “haizeolak” y los topónimos con el vocablo –ola. Así por ejemplo en Galdakao, aparecen estas ferrerías en Artola, Jaurola, Padarrola (Padrola), Lupola (Lupaola), Lekondiola, Azarola (Azabola), Olaeta (Oleta), Gomenzola, Antzuola, Olazarreta, Olakorta (Olagorta), Azuola, Olaetako landa, etc., en Zerain-Mutiloa aparecen en Aizpeolea, Estubiolatza, Teniola, Apaolatza, Arrola, Apostolatza, Antsuolaras (Antzuolaras), Mantxola, Olatxipi, etc., y en Olaeta-Aramaio las hemos encontrado en Olazar, Ametzola, Inola, entre otras. Por otra parte, hay que tener cuidado con el nombre de los caseríos que poseen el vocablo –ola, porque aunque es lógico que lo hayan adquirido del topónimo del lugar, a veces no se cumple esta premisa, tal como lo hemos podido comprobar en algunos casos.
Es difícil diferenciar qué topónimos corresponden a “jentilolak” y cuales a ferrerías hidráulicas si bien dentro de las que expresan en el nombre alguna característica del lugar en el que se ubican, hay algunas como Artola, Iraola, Otaola, Ametzola, Urkiola, etc., que es más probable que correspondan a “haizeolak”, mientras que otras como Goikola, Barrenola, Bekolea (Behekola), Olaetxea, Erdikola, etc., o las relacionadas con nombres y apellidos de personas, Lopeola, Sarrikolea, Betrola (Betriola), Mirandaola, Larizolaeta, Mugikaolea, Sautuola, Plazaola, etc., tienen más posibilidades de que sean ferrerías hidráulicas. Hay algunas como Ibarrola, Zearrola, Olaba(e)rri, Urola, Olaibar, etc., que es muy probable que sean “zearrolak” (ferrerías de agua) o ferrerías hidráulicas, así como las relacionadas con nombres de villas o poblaciones Lasartekola, Rigoitiolea, Bediakolea, Mungiola, Segurola, Arrietaolea, etc. Por otra parte, hay un topónimo muy corriente en muchos pueblos de todos los territorios, Mendiola, que en casi todos los casos que hemos investigado corresponde a “ferrerías de monte”.
De todos modos, hay un criterio discriminante que funciona muy bien y es que cuando las palabras con el vocablo –ola se encuentran cerca de cursos de agua con poco caudal, pequeños riachuelos, etc., en zonas más o menos altas, se trata de “haizeolak” y cuando aparecen al lado de riachuelos con bastante caudal o de ríos que transportan mucho agua, normalmente corresponden a ferrerías hidráulicas, aunque en estos lugares también se pueden encontrar “jentilolak”, en las partes bajas.
Características del “horno vasco”
Fig. 2. Cubeta interna del horno,parcialmente relleno, con base redondeada, encontrado en Bedia (Bizkaia). La anchura en la parte inferior es de unos 3,5 m. Fotografía X. Orue-Etxebarria.
Al no haber encontrado descritos hasta ahora hornos de estas características en trabajos relacionados al ámbito más cercano, ni en otros que hacen referencia a hornos medievales de otras zonas de Europa, proponemos llamarles formalmente “horno vasco”, por ser el País Vasco el lugar donde se han caracterizado o definido por primera vez, con independencia de que su distribución pueda extenderse más allá de los límites del área de influencia cultural vasca.
Se trata de hornos de planta circular (Fig.2), en los que lo que más llama la atención es su tamaño, con una altura que alcanza normalmente unos cuatro metros, aunque hay algunos que llegan a tener alrededor de cinco metros. Según se puede comprobar en algunos que todavía conservan la pared original en la parte delantera, lugar donde se encuentra la abertura, estas cavidades corresponden a excavaciones realizadas en zonas de ladera, de tal modo que el horno quedaba rodeado por todas partes por el sustrato en el que ha sido excavado.
De todos modos, hay que decir que también se han citado unos pocos hornos de tamaño mucho más pequeño, menos de un metro de altura, encontrados en las cercanías de los escoriales, pero de los que todavía no sabemos, con seguridad, su edad ni cual era su función.
El diámetro máximo suele estar comprendido, normalmente, entre tres y tres metros y medio, aunque algunos se acercan a los cuatro metros. Esta máxima dimensión no se da en la base, sino que suele estar a unos 70 cm. del fondo. En la parte inferior, el diámetro suele ser, aproximadamente, un metro menor, dando lugar a una estructura semejante al “crisol” de los hornos modernos. Desde la parte más ancha hacia arriba el horno se va estrechando, dando una forma troncocónica piriforme. En algunas ocasiones se puede observar, en la parte más alta, una zona con piedras o fragmentos de la pared con escorias de hierro que, probablemente, se utilizaron para reparar problemas de deterioro. La parte anterior suele estar reforzada de una pared de piedras, normalmente areniscas. El grosor de esta parte reforzada suele ser de un metro y medio aproximadamente, quedando el resto del horno incrustado en el sustrato.
Aunque son pocos los casos en los que se conserva la pared interna, cuando esto ocurre, aparece revestida de una mezcla de arcilla y arena, que llega a tener hasta 15 cm. de espesor (Fig. 3a). Como consecuencia del calor de la combustión, esta mezcla quedó fuertemente endurecida. En los pocos casos en que se ha conservado este revestimiento, se pueden observar en la pared interna fuertes impregnaciones de escorias de hierro (Fig. 3b), normalmente más frecuentes en la mitad inferior del horno. También aparecen inclusiones y concentraciones locales de escorias de hierro (magnéticas) formando pequeños nódulos en la arcilla endurecida de la pared. Además, aunque con menor frecuencia, se pueden encontrar marcas dejadas por las personas que pusieron el revestimiento, en forma de huellas de los dedos o de instrumentos parecidos a espátulas.
Fig. 3a. Aspecto de un fragmento del revestimiento de arcilla endurecida de la pared de la cubeta, impregnada de escorias de hierro, más concentradas en la zona en contacto con la carga del horno. Fotografía X. Orue-Etxebarria.
Fig. 3b. Aspecto del revestimiento interno de un horno de Amezola (Araba), en el que se puede apreciar escorias de hierro impregnando la pared de arcilla endurecida. Fotografía J.Artaraz.
Fig. 4. Horno de Gomenzola (Galdakao), en el que se puede apreciar la base de la pared de piedra (1) reforzando la pared anterior de la cubeta, el arco de la abertura (2), el canal (3) y las losas de arenisca cubriendo éste último (4). Fotografía H. Astibia.
Lo habitual suele ser que la parte anterior esté derruida, pero en aquellos pocos casos en los que se conserva la pared, ésta presenta, normalmente, una abertura de unos 60-70 cm. de altura, con forma de parábola. Un hecho interesante a resaltar es la presencia de un canal, en la parte más baja del horno, desde la zona del “crisol” hacia el exterior. A pesar de la distancia y de las diferentes condiciones climáticas y geomorfológicas, este conjunto tiene bastante semejanza con un horno de reducción excavado en la llanura de Bandiagara, en Mali (PERRET et al., 2005). El canal, por lo que hemos visto hasta ahora y a la espera de más datos obtenidos en nuevas excavaciones, tiene una longitud de unos pocos metros, algo más estrecho en la base, donde oscila entre 35 y 45 cm., una altura que varía entre 60 y 70 cm y suele aparecer cubierto por losas de roca arenisca (Fig. 4). Es probable que este canal sirviera para la salida de las escorias (tipo C de SERNEELS, 1993) y/o para facilitar la entrada de aire, lograr un mejor tiro y favorecer de este modo la combustión. De todos modos, parece menos probable que sirviera para ambas funciones, dado que la entrada de aire por el canal podría contribuir a una más rápida solidificación de la escoria, dificultando su salida. La forma general de estas “haizeolak” se parece mucho a uno de los siete tipos de cubeta descritos por PELET (1973).
En todos los hornos descubiertos hasta ahora, no hemos encontrado ni un solo caso en el que hayamos observado otra perforación de la pared, además de la abertura, que pudiera hacer las funciones de tobera para la introducción del fuelle. Así pues, pensamos que, en el caso de que tuvieran fuelles, estos tenían que estar situados en la zona de la abertura. Ahora bien, hay otra posible explicación, de acuerdo con la hipótesis de PELET (1982), y es que teniendo en cuenta el aislamiento de estos hornos (excavados en el sustrato y con la parte anterior protegida por una pared de 1,5 m), su notable altura y capacidad, la forma troncocónica, la probable riqueza del mineral de hierro utilizado y la presencia de un canal cubierto en la parte baja de la abertura frontal, es posible que estos hornos no necesitaran fuelles, ya que los factores citados favorecerían los procesos de combustión a temperaturas elevadas.
Entre todos los descubrimientos realizados, los más sorprendentes corresponden a los de Olaeta, Aramaio (Araba), donde hemos encontrado tres hornos dobles. En estos casos, las dos cavidades, anterior y posterior, están contiguas, una detrás de otra, separadas por una pared de, aproximadamente, 1 m. de espesor y comunicadas por una abertura. Hasta ahora hemos encontrado dos hornos dobles de este tipo en Amezola (Fig. 5) y uno en Inola. En uno de los encontrados en Amezola se puede observar la parte final del canal correspondiente a la cavidad anterior, rellena de un material diferente a las margas grises encajantes que se pueden apreciar a ambos lados de dicho canal. De las dos cubetas, solamente una de ellas, la anterior, está en comunicación con el exterior, mientras que la posterior está completamente encajada entre el sustrato y la cavidad anterior. Analizando individualmente, cada una de ellas cumple las características de las cubetas de los otros hornos encontrados hasta ahora. Recientemente, hemos encontrado otro horno doble mal conservado en Menagarai, en el Valle de Aiara. Mientras no se realice la excavación de uno de estos hornos dobles, no podremos conocer las posibles ventajas funcionales de los mismos.
Fig. 5. Aspecto de un horno doble en Amezola,el anterior parcialmente destruído.En la parte baja de la cubeta anterior (A), se puede observar parte de una abertura (señalada con una flecha) que comunica con la cubeta posterior (B), cubierta de vegetación. Fotografía X. Orue-Etxebarria.
De todas las “haizeolak” que hemos visto en estos últimos años, únicamente hemos encontrado otro caso con dos cavidades muy próximas, separadas por una pared, en el municipio de Aia, en Gipuzkoa, pero en este caso se trata de dos cubetas situadas una al lado de la otra, cada una de ellas con su salida al exterior. Hornos semejantes a estos últimos, aunque de épocas más antiguas, también han sido citados en Suiza, “furnace pairs” en Boécourt (ESCHENLOHR and SERNEELS, 1991) y “fours jumelés” en Bellaires (PELET, 1993). Por otra parte, también hemos visto otros dos casos, uno en Dima y otro en Igorre, ambos en Bizkaia, en el que aparecen dos hornos, en batería, a muy poca distancia uno del otro, separados entre sí unos 3 metros.
Lo más llamativo de este “horno vasco” es el gran tamaño y notable altura, comparado con las dimensiones de los hornos de reducción del hierro de época romana, que unido a la forma de su estructura en la parte interna hace que se asemeje a un horno alto.
En cuanto a los análisis mineralógicos por microscopía de luz reflejada y transmitida, difracción de rayos X y análisis químicos por fluorescencia de rayos X, hay que decir que los primeros resultados correspondientes al municipio de Galdakao ya aparecieron publicados en trabajos anteriores (ORUE-ETXEBARRIA et al., 2008a; GIL et al., 2008). Análisis posteriores realizados sobre muestras recogidas en diferentes zonas de Vasconia, suministran datos muy parecidos a los obtenidos hasta entonces. Por lo que respecta a las muestras de escorias, corresponden sobre todo a escorias de tipo fayalita (F2SiO4)-wüstita (FeO) y fayalita-magnetita (Fe3O4). Las asociaciones minerales encontradas sugieren temperaturas, en los hornos, superiores a 1100 grados centígrados y condiciones reductoras. Estas muestras se caracterizan por su alto contenido en FeO (58,6-80%).
¿Hornos de reducción del hierro o caleros?
Hasta ahora, tanto las personas que habitan en las zonas donde se encuentran estas estructuras, como los arqueólogos estudiosos de la época medieval, consideran que estas estructuras, que fueron interpretadas por primera vez como “haizeolak” por ORUE-ETXEBARRIA et al. (2008a), corresponden a antiguos caleros. El hecho de que numerosas personas de diferentes pueblos y territorios consideren a estas estructuras como caleros, se debe a que algunos de ellos, después de haber sido abandonados en su función de reducción de minerales ferruginosos, fueron reutilizados como caleros. De hecho, hemos encontrado algunos casos de “jentilolak” modificadas para su utilización como caleros en Aia, Gopegi, Irun, Leitza, Urdazubi, Legazpi, etc. Además, también hemos observado acumulaciones de fragmentos de caliza de pequeño tamaño cerca de algunas de ellas.
El aumento demográfico de los siglos XVI y XVII obligó a aumentar la superficie de las tierras dedicadas a la agricultura, para lo cual se recuperaron tierras abandonadas y se roturaron otras nuevas, que nunca habían sido utilizadas para este fin. Este hecho coincidió con la llegada y expansión del cultivo del maíz y las patatas, que se adaptaba muy bien a las condiciones climáticas de la Vasconia atlántica. Todos estos “novales”, ligados a un rápido proceso de deforestación, requerían un tratamiento del suelo para disminuir su acidez y de ahí la necesidad de construir nuevos caleros o de reutilizar las viejas ferrerías, que servirían para los mismos fines, utilizando su estructura original o realizando pequeñas modificaciones.
En cualquier caso, después de observar decenas de ferrerías y caleros, ahora conocemos numerosas características morfológicas que permiten diferenciar, sin muchos problemas, cuando se trata de hornos de reducción y cuando nos encontramos ante caleros. Para empezar, hay que decir que mientras que las “jentilolak” únicamente presentan pequeñas diferencias de tamaño, siendo muy similares en el resto de sus características, no ocurre lo mismo con los caleros. Hay unos más primitivos, con unas aberturas más sencillas, para sacar la cal, pero incluso entre los más evolucionados la abertura puede ser más o menos compleja y tener uno o dos arcos de entrada. Además, hay caleros con una cavidad interna ancha, de unos tres metros de diámetro o incluso más (Fig. 6a) y otros con una abertura superior de aproximadamente un metro o poco más, conocidos, estos últimos, como de “tipo francés” (Fig. 6b), que se pueden estrechar hacia abajo. De todas las zonas visitadas, la mayor abundancia de caleros la hemos encontrado en el norte de la Nafarroa peninsular, donde reciben el nombre de “kisulabeak” o “gisu-labeak”.
Entre las características más significativas que permiten diferenciar ambas estructuras se pueden citar las siguientes:
Fig. 6a. Aspecto de la parte superior de un calero de Leitza (Nafarroa), con un diámetro aproximado de 3 m. Fotografía X. Orue-Etxebarria.
Fig. 6b. Imagen de la abertura superior de un calero “tipo francés” de Leiza, con una abertura de alrededor de 1 m. Fotografía X. Orue-Etxebarria.
a) Por lo que respecta a la forma y tamaño, los caleros tienen, generalmente, una forma cilíndrica, con un diámetro que varía entre uno y varios metros. Sin embargo, las “haizeolak” son más anchas en el tercio inferior de la estructura. Estos hornos tienen un diámetro máximo de unos tres metros y medio a cuatro, con pequeñas variaciones de unas a otras, pero se van cerrando hacia arriba, dando una sección longitudinal troncocónica-piriforme.
b) Otra diferencia importante estriba en el modo en que están construidos. En la parte externa, ambos están reforzados por una pared de piedra, pero internamente, mientras que los caleros también están hechos de piedra, las “jentilolak” presentan un revestimiento de arcilla y arena fina, y, en algunos casos, fragmentos de arenisca englobados en la arcilla.
c) Cuando se conserva la pared interna del horno de las ferrerías de monte, cosa poco frecuente, se pueden encontrar escorias de hierro impregnando la arcilla, a diferentes alturas, cosa que no ocurre con los caleros.
d) Las entradas al horno, en ambas casos, también permiten establecer diferencias, ya que las de los caleros son más complejas y poseen unos resaltes a ambos lados de la entrada (Fig. 7). Además, la forma de la abertura suele ser diferente, siendo menos apuntada en el caso los caleros.
e) Hay una característica que diferencia claramente los caleros y las jentilolak y es la existencia de un canal, justo debajo de la abertura frontal, en comunicación con el crisol, en el caso de las “jentilolak”, algo que no suelen tener los caleros, excepto en los casos que se han construido reutilizando una antigua ferrería.
f) Por último, otro de los datos que marca claramente las diferencias es la existencia de escorias de hierro típicas en los alrededores de las ferrerías. De todos modos, este es un hecho poco frecuente, ya que sólo hemos encontrado esta asociación en una decena de casos.
Fig. 7. Aspecto externo de un calero de Leiza, en el que se puede observar la entrada con un doble arco y resaltes de piedra a ambos lados de la entrada. Fotografía X. Orue-Etxebarria.
Hay que decir que, aunque inicialmente era un hecho que nos llamaba poderosamente la atención, hoy conocemos varias razones que podrían explicar los pocos casos de asociación horno-escoria que hemos encontrado en todos estos años. Se sabe que la alta concentración en hierro de las escorias desechadas de las “haizeolak”, hizo que en épocas posteriores se reutilizaran en las ferrerías hidráulicas (BOUTHIER, 1982). Pero también despertaron interés en épocas más recientes, ya que tenemos el testimonio de personas de la zona de Legazpi, así como de Leitza, que nos han contado como se recogían estas escorias, tanto en zonas de montaña como en los ríos, para utilizarlas en los altos hornos de fundiciones guipuzcoanas.
También sabemos que las escorias se han utilizado para el arreglo de caminos y vías importantes desde épocas antiguas, como hemos podido comprobar en varios casos (Aia, Irun, Otxandio, etc.) y en otro de Galdakao, en relación con un “andabide”. Es decir, la mayor parte de los escoriales han desaparecido para ser reutilizados. Por otra parte, tenemos que decir que casi todos los escoriales encontrados se ubican cerca de cursos de agua o de pequeñas zonas cenagosas o pantanosas, deduciendo de ello que, por alguna razón, que actualmente no alcanzamos a comprender, había una tendencia a acumular las escorias en estos lugares.
Por lo que respecta a los hornos, tenemos el testimonio de muchas personas que nos han comentado, con más o menos detalle, como o porqué se han tapado los hornos de estas ferrerías. Únicamente vamos a citar algunos de estos casos. Cuando se encontraban cerca de zonas habitadas, pasaban a ser el lugar en el que se arrojaba todo tipo de basura, incluyendo animales muertos tapados con cal, etc. Otro hecho muy frecuente ha sido el de aprovechar el terreno de las cercanías de la casa, arbolado o no, para destinar a pasto o para la agricultura. Últimamente, desde que ha entrado la maquinaria pesada en el monte, es frecuente que se aproveche su presencia en un lugar, con el motivo de abrir una pista por ejemplo, para tapar esas cavidades que llevaban ahí tanto tiempo y que, aparentemente, no tenían una utilidad. Otra de las justificaciones ha sido el peligro que podían suponer para las personas y animales. Nos han contado el caso de una niña que se cayó en uno de estos hornos y como consecuencia de ello se tapó ese y otros dos que estaban en los alrededores. Conocemos el caso de un pastor que tapó varios hornos en una zona de Bedia, donde siguen existiendo otros, por el peligro que suponía para el ganado vacuno y ovino que pastaba suelto en ese monte. Incluso se han utilizado, una vez rellenados, como “sementera” (semillero) de plantas. Es relativamente frecuente encontrar árboles, a veces de gran porte, que han crecido en el interior de estas cavidades, favorecidos por el relleno natural, a lo largo de los siglos.
Si a ello le añadimos todas las roturaciones realizadas anteriormente, pero, sobre todo, en las últimas décadas, solo en aquellos casos en los que los hornos se construyeron a pocos metros de un lugar con agua y se de la circunstancia afortunada de que no se hayan retirado los escoriales ni tapado los hornos, podremos encontrar la asociación horno-escorias.
Así pues, por una u otra razón, son muchísimas las “haizeolak” que se han destruido desde época antigua, de tal modo que actualmente es más fácil encontrarlas en los lugares más alejados de las zonas habitadas y menos accesibles para las máquinas destructoras de patrimonio. En los años que llevamos investigando en este campo, son numerosas las “jentilolak” que han sido destruidas por máquinas que han realizado o están realizando diferentes tipos de trabajos.
A todo lo anterior, se suma un dato que para nosotros es muy relevante y es que los caleros están cerca de los afloramientos de caliza o próximos a un caserío o zona habitada. Nunca se encuentran alejados de estos dos puntos de referencia, a no ser que se deba a que haya desaparecido el caserío que existía en sus cercanías. Sin embargo, son varios los casos de “haizeolak” que se hallan a gran distancia de lugares con rocas calizas y/o de zonas habitadas.
Conclusiones
El trabajo desarrollado a lo largo de estos años por diferentes zonas de Vasconia, nos permite afirmar, en contra de lo que se ha venido diciendo, que, a pesar de todas las que se han destruido, todavía quedan gran cantidad de “haizeolak”, como testimonio de las que debieron de existir en épocas pasadas. También podemos afirmar que actualmente se están destruyendo a una gran velocidad, como consecuencia, principalmente, de los trabajos de roturación en los montes y de las grandes obras de construcción de infraestructuras.
Los hornos de estas ferrerías llaman la atención por la forma de su estructura en la parte interna, sus dimensiones y, particularmente, por su altura, que llega a alcanzar los cinco metros. Además, tanto la forma como el tamaño difiere muy poco de unas zonas a otras y presentan unas características tan marcadas que permiten diferenciarlos claramente de los caleros. La presencia de escorias de hierro en la pared interna del horno, así como la existencia de un canal, nos suministra una buena información acerca de cual era la función de estas cavidades.
La localización de los “hornos vascos” en zonas de ladera y su cercanía a zonas con agua, se mantiene en todos los casos en los que hemos encontrado estas estructuras. Hay que mencionar también la relación entre estas ferrerías y los topónimos que poseen el vocablo –ola, bien sea como prefijo o como sufijo. Por otra parte, la gran abundancia de “haizeolak”, en una época anterior al establecimiento de las ferrerías hidráulicas, en aquellas zonas en las que el sustrato está constituido por rocas del Cretácico inferior y, en menor medida, del Paleozoico, nos da una idea de la gran riqueza de mineral de hierro que se encontraría en superficie en los materiales de esos periodos. El mineral de hierro sigue existiendo en abundancia en el País Vasco, actualmente, en zonas más profundas, como lo atestiguan la gran cantidad de fuentes ferruginosas, así como de manantiales sulfurosos que aparecen relacionados con estos materiales.
Por último, teniendo en cuenta el número de ferrerías de monte encontradas en Galdakao, en relación a su riqueza en hierro, así como la gran proliferación de estos hornos en zonas concretas, ricas en hierro, como el barrio de Utzirain (Bedia), al pie del Monte Mandoia; las laderas del Monte Albertia, en Legutiano; el valle de Olaeta, en Aramaio; en las laderas del Macizo de la Peña de Aia, en Irun, etc., nos atrevemos a decir que, en época medieval, pudo haber en Vasconia varios miles de este tipo de instalaciones, elaborando hierro, tanto para el mercado interno como para la exportación a los mercados más importantes de Europa.
Consideraciones finales
Si tenemos en cuenta la abundancia de mineralizaciones de hierro en Vasconia y la calidad del mismo; el control de la metalurgia de este metal para fabricar todo tipo de utensilios, sobre todo, para su utilización en la agricultura y para la fabricación de armas, desde los inicios de la edad del hierro; el comercio e intercambio de hierro, al menos, desde comienzos de nuestra era; la gran abundancia de hornos de reducción de dicho mineral, tanto de tecnología prehidráulica como hidráulicos, desde época medieval, podemos llegar a unas consideraciones muy interesantes, y más, si a todo lo anterior, se le añaden otros signos de riqueza que caracterizaban a este País como:
1) El control del comercio marítimo (CHILDS, 2003; TENA, 2003) con los centros comerciales más importantes de la Península, Islas Canarias, Islas Británicas, Flandes, Bretaña, el Mediterráneo, etc., desde la Edad Media.
2) La construcción de todo tipo de armas para el mercado interno (reino de Pamplona-Navarra primero) y posteriormente para el reino Castilla, incluyendo las armas blancas de los famosos espaderos de Bilbao y Tolosa (MILLER, 1995; DUEÑAS, 2001), dedicadas, en gran parte, a la exportación, principalmente, a las Islas Británicas.
3) La abundancia de astilleros y la consiguiente construcción de todo tipo de barcos, para el comercio y para la marina, sobre todo, de Castilla, al menos desde el siglo XI, gracias a la difusión de las técnicas nórdicas de construcción (ALBERDI y ARAGÓN, 1998).
4) la tradición pesquera (BARKHAM, 2000; ARIZAGA, 2000) que ya en el siglo XI suministraba pescado a los grandes monasterios dependientes del reino de Pamplona-Navarra y el negocio de su exportación a otros mercados, junto con el comercio del bacalao y de la industria del salazón en general.
5) El control de la pesca y del comercio de la industria ballenera (BARKHAM, 2000) desde, al menos, el siglo XI (un documento del año 1059 hace referencia a la venta de carne de ballena en el mercado de Baiona) y sobre el que LABURU (1991) cita un documento del 670 por el cual los “vascos de Laburdi envían a la abadía de Jumièges, a orillas del Sena, entre Rouen y El Havre, 40 moyos (medida de capacidad equivalente a 257 litros) de sain (aceite) para el alumbrado”.
6) La explotación de salinas y el comercio de la sal (hay que tener en cuenta la importancia que tenía la sal en la vida medieval), que ya fue uno de los objetivos, junto con el hierro, de las expediciones musulmanas a tierras del oeste de Álava desde el siglo IX (GARCIA de CORTAZAR, 1994), así como el hecho de que muchos grandes monasterios y abadías como San Pedro de Arlanza, San Pedro de Berlangas y San Millán de la Cogolla tuvieran intereses en Salinas de Añana, obtenidos a partir de compras o donaciones, siendo el de Cardeña, en el 902, el primer monasterio del que se tiene constancia que recibe una donación en Añana (LEÓN-SOTELO, 1980).
7) La gran riqueza en ganado vacuno y porcino, desde época medieval (ARAGON RUANO, 2003; 2006), en la parte del país con influencia atlántica, como queda reflejado en el tributo en bueyes que tienen que pagar Bizkaia y Gipuzkoa al monasterio de San Millán, en el siglo XIII y
8) La importancia agrícola (cereales, vino, etc.) de Aquitania y las zonas media y meridional del país, unido a un fluido comercio terrestre y marítimo con Europa y la Península.
Por todo ello, consideramos que, en contra de lo manifestado por los historiadores e interesados en desvirtuar la realidad documental, Vasconia ha sido, frente a la visión arcaizante que con frecuencia se ha transmitido de ella, un país rico y avanzado desde época inmemorial. Creemos, también, que un análisis detallado de todos estos datos demuestra lo incorrecto del planteamiento que se ha venido manteniendo acerca del aislamiento de estas tierras y de su falta de contacto con las distintas corrientes culturales (baste recordar la influencia económica, cultural y militar del Reino de Navarra en Europa, principalmente durante la Edad Media), ya que la relación, principalmente comercial, con otros países, ha sido una constante desde épocas remotas.
Agradecimientos
En primer lugar queremos agradecer a los Dres. H. Astibia, P.P. Gil, J.M. Herrero, A. Elosegi, I. Yusta y F. Caballero de la Facultad de Ciencia y Tecnología (UPV/EHU), y a J.L. Ugarte, miembro de Burdinola Elkartea, por la revisión crítica del trabajo. Del mismo modo, quiero agradecer al Dr. I. García Camino, Técnico del Servicio de Patrimonio Histórico de la Diputación Foral de Bizkaia, por sus consejos y por las ayudas prestadas en determinados momentos. Por otra parte, es nuestra obligación mencionar a todos aquellos que con su contribución, tanto en lo que respecta a la información suministrada, como a la ayuda en el campo, han permitido que hayamos podido acumular tal cantidad de datos: J. Aiesta, J.M. Aiesta, J. Ajuriaguerra, M.A. Alvarado, S. Aranburu, V. Aranburu, Gemma Azpiri, A. Barrenetxea, B. Belausteguigoitia, G. Bernaola, A. Bernaola, I. Beitia, J. Bilbao, A. Bravo, I. Cardeño, F. Dehesa, J.A. Elezgarai, A. Elorrieta, J.L. Elorrieta, J.M. Etxebarria, A. Fagoaga, A. Gabiola, J. González de Durana, N. Jauregui (fallecido), J. Korta, P. Korta, T. Madina, R. Mentxakatorre, R. Olano, J.A. Salabarria, A. Santamaría, S. Sautua, J.M. Solana, I. Susperregui, G. Ugarte, J. Uriarte, J. Urigoitia, E. Urquiza, B. Villanueva, J. Zarandona, J. Zubiaga, E. Zuluaga. Por último, queremos hacer una mención especial para Felix Uriarte y Millar Marcelo, por todas las facilidades que nos han dado para llevar a cabo la excavación de una “haizeola” en terrenos de su propiedad.
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