El progreso ha cambiado los hábitos y las palabras, pero la naturaleza sigue su ritmo inesperado e inexorable.
Un año en el que los precios han subido, las cosechas son más escasas. Los trigos, cebadas y otros cereales han sufrido sequía o bien les ha castigado severamente las heladas de los primeros días de abril. La siega será floja. Las frutas de hueso apenas están ahí. El frío también las ennegreció en su madurez. Almendras no hay y cerezas, poquísimas. Albaricoques, membrillos y manzanas quedaron marchitas en aquellos tres días bajas temperaturas matutinas.
No es la primera vez ni será la última. Quedan los higos, las nueces, los melones y las sandías que ya empiezan a apuntar. Vendrán las hortalizas y verduras del huerto que no están afectadas por el frío ni la sequía. Los viñedos se salvaron y se alinearon ufanos por las hondonadas y planos de la Vall del Corb. La rapa de los olivos señala una cosecha discreta, en espera de que los purguen adecuadamente. Las aguas del canal Segarra-Garrigues van verdeando lo que históricamente habían sido tierras de secano.
El día es largo y lleno de luz. La ventolera sopla con fuerza como suele hacerlo en los meses de junio. Los vientos, la marinada también, tienen sus ritmos e intensidades variables. La marinada del tiempo de siega suele ser más fría e impetuosa. La de agosto, tiempo de batir, es más suave y cálida. Bien lo sabían en las eras donde se ventaba a partir de media tarde, se distinguía el grano de la paja, el cascabillo se mezclaba con el trigo o la cebada, se pasaba por la erera y se hacía un montón piramidal de cereales que eran ensacados cuando el día declinaba.
Todos estos trabajos han desaparecido porque el progreso los ha hecho obsoletos. El gran perjudicado de estos cambios tan radicales fue el lenguaje que durante siglos había enriquecido el habla de los antepasados. Las palabras ya no se usan porque las herramientas han ido a descansar perpetuamente a museos locales o a escritores que han recogido y salvado un vocabulario riquísimo en estudios o libros artesanales.
No hay nada que hacer y es inútil querer recuperar un mundo que ya no está. Es bueno que así sea porque no habría brazos suficientes para hacer el trabajo que antes ocupaba a veinte personas y ahora puede hacerlo una sola. Han desaparecido oficios y nombres. Ya no hay podadores profesionales, ni injertos, ni vendimiadores, ni segadores… El significado del huso, la cerda, el bancal, los rastrillos, las borrazas, el empedrador, el yugo, la reja y tantas otras palabras han caído en desuso y sólo alguien de mi generación se acuerda y hace mención de vez en cuando.
Los pueblos se han vaciado pero también se han desprendido de un vocabulario de gran riqueza. Se hacen grandes esfuerzos para que esta cultura centenaria no caiga en el olvido. Es una tarea admirable que realizan muchos grupos que aguantan las palabras y su significado con un voluntarismo excepcional.
Contemplando el atardecer de unas nubes barrocas, con rayos de sol que agujereaban unas bromas huidizas, se ve cómo la naturaleza está por encima de todo, cambia sin cambiar, nos sorprende pero no nos defrauda. Cada día es igual y siempre es distinto. Es la vida.
DEL BLOG DE LLUÍS FOIX