La esperanza no es prima hermana del optimismo ingenuo, sino que nace del fracaso. Emerge en la intemperie. En medio de grandes turbulencias, es lo último que se pierde. No niega el desastre, lo constata, lo asume y mira adelante. La esperanza es una fe que empuja a la acción, a la ilusión, que nos da resiliencia. No es el convencimiento profundo de que todo irá bien, sino la certeza de que hay un sentido profundo. El refrán dice: «Mientras hay vida, hay esperanza». Pero sería más adecuado al revés: «Mientras hay esperanza, hay vida». Vida que vale la pena ser vivida, vida con un horizonte transformador. (También existe la versión humorística, más próxima al universo mental de Trump: «Mientras hay Visa hay esperanza»). Éste es ‘El espíritu de la esperanza’ tal y como lo describe Byung-Chul Han. Ahora mismo nos conviene una esperanza así. La versión catalana del libro la ha publicado Herder con traducción de David Torres.
Según el filósofo coreano afincado en Alemania, Trump correspondería al perfil de un optimista. El optimismo suele ser un asunto individual. La esperanza, en cambio, es colectiva, no remite al ‘yo’ sino al ‘nosotros’. No es narcisista: es social. Trump, sin embargo, es un optimista que da esperanza a sus seguidores: les ha prometido y les ha convencido de que hará de nuevo de Estados Unidos la nación más rica y poderosa del mundo. Su optimismo no es el del progreso, sino el de la magia: retrata al presente como un caos, como un tiempo de declive y de miedo, ante el que anuncia el advenimiento inmediato del paraíso, una «era dorada».
A los que no somos estadounidenses y a los que lo son pero no comulgan con el trumpismo, es decir, a los que a partir de ahora deberemos estar a merced de los delirios de grandeza de un delincuente convicto y fanfarrón, la única esperanza que nos queda es creer que hay alternativa a la fiebre de los tecnomilionarios mesiánicos; que habrá una reacción mundial para salvar el planeta de la crisis climática y para que cada palabra recupere su verdadero significado. Que la libertad nos haga libres y ahuyente el miedo, que la democracia vuelva a ser un terreno de diálogo y reconciliación, que la igualdad nos lleve a reconocernos como iguales y que la fraternidad lo sea no sólo entre nacionales, sino también entre seres humanos, al margen de creencias, identidades y estatus económico. Ésta es la esperanza.
No estamos en las puertas del infierno de Dante, del «Lasciate ogni speranza». Muertos en vida. Así no se puede vivir. Ante la esperanza ‘fake’ hija del optimismo brutalista de Trump, debe haber otra que viene de lejos y que mire más allá. Que desenmascare el espejismo tecnológico que nos debe llevar a Marte mientras nos cargamos la Tierra. Que se haga ver cómo el reino del algoritmo está enterrando la democracia y sepultando la razón, la que nace de un sentimiento profundo, no de una excitación emocional. Pascal ya lo había dicho: «Amor y razón son una misma cosa». Y san Agustín: «Solo conocemos lo que amamos». Citando a Goethe, también Max Scheler afirmaba: «Solo se puede conocer lo que se ama».
¿Qué ama Trump? Se ama a sí mismo y a su éxito como medida de todas las cosas, el éxito entendido como poder, dinero, fuerza. Envuelve este trío con la bandera y la religión, la bandera de una patria purista y maniquea (cohesionada con enemigos internos y externos) y la religión de una fe sin atributos (reducida a mencionar el nombre de Dios en vano a cada paso). Con este cóctel de consumo adictivo electriza a la gente. En su verdad no existe conocimiento ni razón, no hay ciencia ni humanidad, no hay cordialidad. Su «sentido común» es un sentido vulgar y primario, visceral y frentista. Es tan atractivo como falso.
El optimismo de Trump es, siguiendo a Byul-Chul Han, un «culto a la positividad» que aísla a las personas, las hace egoístas y les suprime la empatía. Es la atrofia de la experiencia reducida al «me gusta» de las redes de sus amigos superricos, el «me gusta» como fórmula básica de consumo. El consumidor carece de esperanza, sólo tiene deseos. Y lo que está ofreciendo Trump no es esperanza, sino un futuro producto muy bien empaquetado. Una ganga. Una estafa.
ARA