HAY un pasaje en la célebre película La vida de Brian que, haciendo un pequeño ejercicio de comparación, podría aplicarse a Euskal Herria. En esa escena, un tanto adulterada aquí a propósito pero básicamente fiel a la misma, unas personas discuten acaloradamente sobre Judea, que estaba invadida y ocupada en esos momentos por los romanos. Un grupo de ellos forman el colectivo de Judea Libre. Otros son los componentes del Movimiento por la Liberación Nacional de Judea. Los hay también que son miembros del Partido Nacionalista de Judea .Todos ellos luchan por la liberación nacional del yugo de los romanos. Sin embargo, no se ponen de acuerdo en nada. Su desunión y desorientación es manifiesta, a pesar de que sus anhelos políticos sean los mismos.
En Euskal Herria pasa algo similar. También hay romanos y los partidos políticos que luchan por la liberación nacional son múltiples. Aunque parecen tener objetivos políticos básicos similares, están atomizados y dispersos. No es normal que en un país de escasa población haya tantos partidos políticos, de muy diferentes tamaños y con apoyos sociales diversos, que dicen defender la libertad, la soberanía y la autodeterminación del pueblo vasco. Todos ellos consideran que Euskal Herria es su patria y que son sus habitantes quienes tienen el derecho a decidir sobre su propio futuro. No obstante, tampoco se ponen de acuerdo en nada. Menos aún en cómo llevarlo a la práctica, ni en la periodicidad o los ritmos del proceso.
Cualquiera de los intentos de ponerse de acuerdo han sido y son duramente criticados una y otra vez desde el nacionalismo español, aduciendo que constituyen un frente nacionalista que divide a la sociedad vasca y que no son lo suficientemente plurales. Esto lo dicen partidos que actúan prácticamente al unísono en la política vasca a modo de frente autodenominado constitucionalista. Al parecer, su evidente pero siempre negado frentismo no divide a la sociedad vasca y representa las máximas esencias de la pluralidad y la democracia. Su unidad de acción es tan grande que se hace difícil distinguir claramente los límites de sus idearios políticos, especialmente en lo referente a todo lo que tiene que ver con lo que ellos denominan el «problema vasco».
En Euskal Herria, mientras tanto, seguimos discutiendo sobre el sexo de los ángeles. Parece que no hay elementos mínimos de cohesión. Entre otras razones, por un afán de liderazgo, ya que demasiados quieren tener su propio partido político, ser líderes de su particular y malamente diferenciada organización para la toma de decisiones, aunque ello no les permita, en muchos casos, ni siquiera tener un reflejo mínimamente decisivo en la política real. Existe demasiado personalismo y afán de protagonismo.
En el ejemplo de los diferentes partidos de Judea antes mencionado, lo único que parecen tener en común todos ellos y les une es Brian. Sin embargo, él les dice a todos una y otra vez que no le sigan, que él no es su líder, que es un hombre normal y corriente, no lo que ellos creen que es o quieren que sea.
Brian estaba en lo cierto. No hay que buscar un guía carismático, un líder populista que piense por nosotros. En la época actual, heredera todavía de los valores seculares de la Ilustración y de la Modernidad, es el propio pueblo quien debe decidir por sí mismo. Sólo él es el soberano. Cualquier delegación política ha de ser simplemente eso, una buena forma de gestionar el acontecer cotidiano. No necesitamos un Brian místico que nos lidere. Hemos de ser nosotros mismos, los propios vascos, dentro de nuestra pluralidad, pero en libertad, quienes nos pongamos de acuerdo sobre lo que somos, sobre lo que queremos ser en adelante y sobre cómo llevarlo a cabo de forma conjunta. Un pueblo, especialmente si no cuenta con la ventaja de tener su propio estado, ha de estar mínimamente cohesionado para sobrevivir y poder expresar su identidad nacional.
No obstante, aunque ese anhelo es patente en ámbitos sociales, sindicales, políticos y culturales de nuestro país, no logra cuajar en la práctica. Sin embargo, parece más cercano desde que se ha abierto una ventana por la que entran nuevos aires a partir de la declaración de alto el fuego permanente por parte de ETA y la deriva política que ello supone. En este sentido, sería interesante aglutinar fuerzas en torno a una única oferta abertzale y progresista que defienda los valores nacionales vascos frente a los continuos intentos de deslegitimación por parte del nacionalismo español. Es una cuestión de supervivencia política. Como en la Judea de Brian, no podemos limitarnos a ser grupúsculos en permanente tensión entre nosotros. Debemos configurar un espacio político vasco que, por encima de la pluralidad de la sociedad vasca, o precisamente por ello, unifique criterios y modos de actuación. Y esto ha de quedar reflejado en el mapa político.