Ciertamente, sería muy difícil que nos hiciéramos una idea de la trascendencia del legado intelectual de Lukács. Para Michael Löwy se trata del más importante filósofo vinculado al socialismo después de Marx, en tanta que para Lucien Goldman se trata simplemente del principal filósofo de la primera mitad del siglo veinte-, si nos fijamos unilateralmente del apagado eco que el centenario de su nacimiento ha tenido entre nosotros. El balance es triste: algún artículo, unos pocos actos y debates minoritarios y como trasfondo la caída en picado de obras de y sobre Lukács en las librerías (una editorial como Grijalbo que se ha enriquecido con obras marxistas cortó drásticamente la edición de sus Obras Completas e incluso ha quitado de sus catálogos las que ya habían sido publicadas, traducidas en su mayor parte por Manuel Sacristán).
Naturalmente esta oscuridad no apunta contra el valor, ambivalente, desigual pero indiscutible, del autor de Historia y conciencia de clase, sino que nos dibuja un amargo retrato sobre la situación de declive al que nos ha arrastrado la política desmovilizadora e institucional del reformismo, y nos da una idea sobre las enormes palancas que ha de mover la izquierda que lucha para reconstruir las condiciones de una nueva iniciativa en la recuperación de la hegemonía político-cultural del movimiento obrero y alternativo. También nos revela la superficialidad del arraigo cultural del pensamiento socialista en la recomposición de la izquierda bajo el franquismo, cuando Lukács se convirtió en uno de los clásicos revolucionarios más apreciados por una izquierda que todavía no soñaba con despachos ni con «desencantos».
Hay que recordar que Lukács fue un pensador de categoría enciclopédica, con una obra tan extensa (sus primeros escritos datan de1908 y los últimos de 1971, fecha de su fallecimiento) como controvertida. Extraña es la obra de Lukács que no causa un debate: aunque su extremo más discutido ha sido sin duda su adaptación al estalinismo. Adaptación que ha servido a muchos para descalificar sumariamente su obra en la que no faltan miserias pero sobre cuya grandeza no se puede discutir.
Hay en esta negación de Lukács un ejemplo del refrán francés en el que se tira al niño con el agua sucia, deporte éste muy extendido últimamente entre la nueva derecha compuesta en muchos casos por ex-comunistas como la discípula del propio Lukács, Agnes Heller. También hay una notable ignorancia ya que se hace con su período estalinista una especie de ojo de pez con el que se cubre una obra que precede al ascenso de Stalin y que revive con renovado vigor tras la tras la oportuna muerte de éste. Se desconoce que incluso en su época más negativa Lukács fue entre otras cosas un importante investigador de los escritos de Marx, un audaz renovador en la crítica literaria y un crítico de la política oficial en textos como ¿Tribuno del pueblo o burócrata?, en el que -según los que lo conocen- hizo la crítica más acerba al estalinismo que se haya hecho en la URSS desde la expulsión de Trotsky.
Reconocer la existencia de una ambivalencia en la obra de Lukács, no significa pasar la esponja sobre alguno de los capítulos más siniestros de su trayectoria, precisamente aquellos en que -quizás para hacerse perdonar su heterodoxia- se convirtió en el «martillo de herejes» y trató despiadadamente a los que como Trotsky habían osado oponerse al estalinismo, mostrando una vinculación con las idead marxistas y con la clase obrera que él había carecido. La tragedia de Lukács fue que mientras hacía esto aceptaba «a su manera» la definición del carácter termidoriano y bonapartista que había avanzado Trotsky. Pero partiendo de esta premisa, Lukács llega a una conclusión opuesta: efectúa una comparación abusiva entre la Francia jacobina y bonapartista y la Rusia que conoció para deducir un balance globalmente positivo y una actitud de reformista pasivo. En este sentido se expresa en sus escritos de los años treinta sobre la literatura y el pensamiento clásico alemán y pondera, a pesar de todas sus reservas, el hecho positivo que dos grandes cerebros de la cultura clásica alemana como Goethe y Hegel se reconciliaron con el devenir «realista» de la revolución francesa (en el caso del segundo hasta con el Estado prusiano), y Lukács llega a sugerir que fue por esta actitud de «Real-politik» por lo que ambos alcanzan la cima intelectual. Esta interpretación subyace todavía en una de sus obras más importantes, El joven Hegel (1948).
Que existía en Lukács en antiestalinista reprimido se muestra claramente en su compromiso con la revolución húngara de 1956, participando con evidente riesgo de su vida en el gobierno disidente de Imre Nagy y negándose ulteriormente a ninguna genuflexión más ante la arbitrariedad burocrática. El reencuentro de Lukács con la democracia de los consejos obreros y con la pasión crítica se trasluce claramente en sus últimos escritos, especialmente. en lo que se ha considerado como su ‘testamento político» sus Conversaciones con Abendroth, Kofler y Holz (1).
Nos hemos acostumbrado a la aberración de considerar a los clásicos como personajes de una sola pieza cuando, como es notorio en el caso de Lukács, concurren en su evolución numerosas facetas intelectuales, que atraviesa momentos históricos tremendamente complejos. Hay un Lukács lleno de contradicciones y rectificaciones, un Lukács ambivalente como nos explicaba Sacristán en una lejana conferencia en Barcelona (2). Hay un primer Lukács, el discípulo de Georg Simmel y el neokantiano o neoficthetiano que ha estudiado concienzudamente Michael Löwy (3). Durante este período, Lukács publica dos obras que juegan un papel determinante en el pensamiento europeo: El alma y las formas y Teoría de la novela. En la primera ha visto Lucien Goldman el nacimiento del existencialismo, amén del primer restablecimiento de la verdadera significación trágica del pensamiento desde el punto de vista del neokantismo apologético que tanta influencia tuvo en el pensamiento filosófico de primero de siglo (recuérdese su influencia en la socialdemocracia a través del revisionismo y en la Rusia ulterior a 1905). En la segunda sienta las bases de una metodología nueva en la crítica literaria. Este primer Lukács es un anticapitalista romántico, idealista, desconfiado ante un movimiento obrero que ve interesado en un capitalismo que está imponiendo el mercantilismo entre las formas de vida tradicionales y en las artes.
El segundo Lukács comienza adhiriéndose a la revolución rusa como expresión del mesianismo proletario y concluye con las Tesis de Blum de 1928. En 1918 se adhiere al partido comunista recién construido y, desde marzo a agosto de 1919, es comisario del pueblo de cultura en el gobierno de los consejos obreros húngaros. Perseguido con saña por la dictadura de Horty, Lukács se convierte desde la tribuna de «Kommunismus» en el teórico izquierdista más vigoroso y audaz de la Internacional Comunista. Su obra desemboca en Historia y ciencia de clase(1923) que opera una importante renovación del pensamiento marxista por la cual se desprende las dos categorías primordiales de la dialéctica revolucionaria: de la totalidad y de la identidad del sujeto y el objeto (4). Todavía no se han publicado los Cuadernos filosóficos de Lenin -decisivos para comprender la rectificación permanente que opera el bolchevismo vivo desde 1914 a 1923-, y el libro provoca una auténtica conmoción tanto en la cúspide entonces zinovievista del Komintern como en la socialdemocracia -Kautsky escribe una dura diatriba contra él-, aunque hay que distinguir entre la crítica a sus aspectos más débiles -Ios que intentan justificar posiciones como la de la «teoría de la ofensiva» que había dado lugar al desastre de la «acción de marzo» en Alemania en 1921- y la descalificación de una aportación teórica cuyo valor es imposible de exagerar .
Con esta obra -cuya influencia intelectual es enorme y que trasciende al propio campo marxista llegando hasta Heideggard ya Sartre-, Lukács hace una de las primeras exposiciones globales de una filosofía marxista y dialéctica, incorpora a la adquisición de la tradición socialista un número muy importante de ideas nuevas, o que al menos hablan sido desechadas por las influencias positivas, neodarwinianas y kantianas en el marxismo. Aparte del estudio de la reificación «Historia y…» aporta quizás el primer análisis serio de las relaciones entre la concepción del mundo y las clases sociales, análisis que ha sido ampliamente utilizado para esclarecer ciertos capítulos de la historia de los métodos en ciencias humanas, así como para reestructurar la historia de la filosofía clásica alemana tan determinante en la conformación del pensamiento marxista…
El fracaso de la tendencia izquierdista hace que sus principales exponentes se escindan del movimiento comunista, para desaparecer al cabo de los años -no sin dejar una obra nada desdeñable y sobre cuya influencia queda mucho que decir todavía-, o adaptarse a las diferentes opciones del campo comunista. Lukács se adapta viéndose obligado a abjurar de su obra, curiosamente descalificada y excomulgada en un momento análogo en el que se hará lo propio con la teoría de la revolución permanente y en que hará sus primeras armas la «bolchevización» y el «socialismo en un sólo país». A finales de los años veinte, tras la muerte de Jeno Landler (el más coherente y antiburocrático de los dirigentes históricos del PC húngaro, y con el que Lukács estuvo siempre muy ligado en oposición a la tendencia de Bela Kun), Lukács lleva a cabo su última batalla interna en el partido. Se opone al esquema del «tercer período» y escribe las famosas Tesis de Blum (Blum era su seudónimo en la clandestinidad). Se ha dicho que estas representan un adelanto de las propuestas del Frente Popular, pero esto es muy discutible ya que invierten el punto cardinal de estas; para «Blum» no se trata de supeditar el bloque democrático a la hegemonía política de la burguesía «liberal» para una alternativa «democrática», por el contrario, lo que pretende es que la clase obrera asuma este papel en la lucha democrática contra el fascismo y las dictaduras de derechas pero para avanzar el socialismo mediante una línea de ruptura. Este planteamiento tiene a nuestro juicio más connotaciones con las posiciones del último Gramsci y con las de la Oposición de izquierda que con las que darán lugar a los desastres de Francia y España
Al ser derrotado por la fracción estalinista, Lukács abandona toda voluntad de representar una alternativa a la dirección. En un documento lleno de ironía otorga a Bela K un una capacidad de hacer política comunista que el reconoce no poseer. En Ios años siguientes, Lukács cae en el ostracismo y no publica más que algunos artículos breves hasta 1932.
Pero al contrario que la mayor parte de intelectuales comunistas -y de «compañeros de ruta»- que sirvieron bajo, las filas del estalinismo en los años más negro, Lukács había vivido intensamente el período leninista y fue durante muchos años un militante de primera fila que trabajó para revolución como ministro: como militar y como activista clandestino, hasta fue secretario general del partido en 1928. Fue el que redactó las tesis oficiales de entonces en las que se rechazaba implícitamente las perspectivas apocalípticas que sirvió al VI Congreso del Komintern para desarrollar su política de social fascismo.
¿Por qué no opta por el calvario de la Oposición como fue el caso de Korsch y Gramsci, con los que tuvo tanto en común? Hay poderosas razones objetivas en ello como el triunfo del nazismo que lo obliga a buscar refugio en la URSS donde permanecerá hasta el final de la Il Guerra Mundial, pero hay también, Como ya hemos subrayado más atrás, unas razones subjetivas. Hay en el mejor Lukács una fetichización del partido. En su obra sobre Lenin -tan sugerente por otros motivos, en particular el que se refiere a la actualidad de la revolución- nunca se habla del bolchevismo real sino del partido ideal. Esto se expresa mucho más claramente en escritos en que habla de que la Internacional Comunista no debería de existir más que como ideal -como lo que debe de ser- y no como lo que era. El Lukács de los años treinta derrotado, sumido en la desesperación ante el auge de la irracionalidad fascista y reaccionaria, trata de establecer su propio juego con el estalinismo cuyo significado más profundo está muy lejos de comprender.
No hay que olvidar que Lukács es siempre un extraño en su propio partido, carece de apoyos colectivos y trabaja siempre en el exilio, en muchos casos desvinculado de los centros intelectuales de la época. Sacristán ha subrayado muy certeramente esta situación como trasfondo de algunas de sus posiciones más aberrantes. En la URSS, Lukács posiblemente idea una fórmula de modus vivendis: por un lado aparece como un incondicional propagandista del estalinismo, en tanto que por otro elabora su propia producción teórica independiente de las directrices del aparato. Esto se manifiesta no solamente en trabajos ocasionales como ¿Tribuno del pueblo o burócrata?, sino también en una oposición sistemática al dogmatismo cínico de la política cultural de Zdanov-Stalin. De esta manera, el más alto» exponente de la crítica literaria en el movimiento comunista oficial jamás Ilegará a aceptar las premisas del «realismo socialista». Evidentemente, hay en este Lukács que va desde 1928 a 1956 -un tercer Lukács para seguir nuestro esquema un notable desvío de lo que tradicionalmente se ha entendido como un intelectual orgánico marxista. Lukács desarrolla su trabajo en la periferia de fa política, algo que otros intelectuales marxistas preocupados también por el arte y la literatura como Frank Merhing, George Plejanov, Gramsci o Trotsky, jamás hicieron y que Anderson ha visto como una de las características del marxismo occidental bajo el estalinismo.
Sin embargo, sin justificar esta actitud hay que reconocer que al escoger la adaptación, y ésta era la única salida posible para Lukács y que nunca abandonó su conexión con el ideal emancipador del marxismo. Para Lukács se trataba como del Galileo de Brecht, de doblegarse sin negar el eje de su pensamiento y de abordar una tarea de una indiscutible entidad revolucionaria: hacer un «puente» entre la mejor cultura clásica producida por la burguesía y el marxismo revolucionario. Por esta razón, Lukács nunca llegó a ser aceptado en los medios del aparato estalinista. Ya en 1940 salvó milagrosamente el pellejo gracias a la solidaridad de numerosos artistas e intelectuales como los hermanos Mann, y algo parecido ocurrirá al final de la década siguiente, en medio de las «purgas» contra los sospechosos de «titoismo» en los países del Este y que dará lugar al estallido de una «cuestión Lukács», levantada por un funcionario estalinista, Josef Revai y que habla sido, paradójicamente, discípulo suyo. Lukács será acusado de los peores desafueros -entre ellos el de «trotskista»-, y se salvó no menos milagrosamente por la solidaridad activa de la izquierda intelectual europea. En esta época, Lukács es ya figura internacional y sus obras se han traducido a multitud de idiomas, aunque no precisamente al ruso donde es un conocido sospechoso a pesar de su acendrado conservadurismo en el gusto literario, gusto que le llevará a rechazar a autores como Kafka, Joyce e incluso a alguien políticamente tan afín a él como Brecht. Pero no se puede olvidar que esto son momentos en los que la obra de un águila vuela a la altura de las gallinas.
La «cuestión Lukács» se plantea con mayor claridad desde 1956. la nueva izquierda discute sobre lo que hay de él de paja y de trigo -por ejemplo, en la Cuarta Internacional hay una interesante polémica entre George Novack y Michael Löwy y en y sus últimos escritos políticos se plantea con aguda lucidez algunos de los temas que más van a preocupar a los revolucionarios de nuestro tiempo. Por eso, hay que decir que incluso desde una posición de rechazo, la importancia de Lukács no puede ser discutida ni su legado puede ser subestimado.
(1) Editada en Alianza en 1969 (se puede encontrar en la Web de l´Espai Marx)
(2) En un acto organizado por el «colectivo Imprecor» en la Librería Leviatán (30-04-1985) del que los de la LCR nos sentimos orgullosos, y del que este trabajo fue algo así como el «borrador» de mi intervención.
(3) En Para una sociología de los intelectuales revolucionarios (la evolución política de Lukács 19091929), Ed, Siglo XXI, Madrid. 1978), Löwy se ocupa también de Lukács en dos obras más publicadas en castellano: Dialéctica y revolución (Ed, Siglo XXI) y El marxismo olvidado (Fontamara) Esta última editorial ha publicado uno de los mejores monografías sobre Lukács, la de István Mészáros: El pensamiento y la obra de Lukács.
(4) Este trabajo ha sido publicada por Grijalbo en edición Obras de Lukács y en la colección Instrumento por Manuel Sacristán.