Bob Fisk era el corresponsal británico más conocido y más controvertido. Ha muerto hoy a los 74 años en su casa de Dublín. Le conocí bastante. Sus crónicas eran piezas brillantes y bien escritas. Pero no siempre del todo contrastadas, sobre todo cuando se infiltraba en zonas de peligro y sus relatos eran difícilmente verificables. Era uno de los grandes de “esta tribu de miserables” que forman la nómina de los corresponsales de guerra.
En 1980 pasé dos meses en el hotel Intercontinental de Kabul hasta que fuimos invitados a abandonar el país a finales de febrero por las tropas soviéticas. Huimos en autobús hacia Pakistán. Fisk sacaba historias sin bajar del autocar, preguntando, tomando notas en cada parada, hablando con los pasajeros.
El Intercontinental ha tenido una vida azarosa, siempre arriesgada, lleno de espías y de periodistas aturdidos, ya fuera por la invasión soviética de 1979 o por la entrada de los norteamericanos para derrocar a los talibanes después de los atentados del 11 de setiembre de 2001 en Nueva York.
El New York Times lo describió como un periodista controvertido pero “probablemente el más famoso corresponsal británico”. Se estrenó en el Sunday Express de Londres pero pronto se trasladó a Belfast como corresponsal del Times cuando el conflicto del IRA estaba en su apogeo en los años setenta. Sus crónicas irlandesas tenían un gran impacto en Londres. Se dio a conocer en el ámbito de Fleet Street y pasó un tiempo en Portugal para trasladarse finalmente a Beirut donde establecería su cuartel general en Oriente Medio.
Cubrió todas las guerras, invasiones, caídas de regímenes, revoluciones y elecciones de todo tipo en Oriente Medio. Se reunía con Saddam Hussein o con Hosni Mubarak. Escribió crónicas de gran impacto de la guerra civil en Líbano. Cuando Rupert Murdoch compró el Times de Londres discutió con el nuevo propietario y se largó al Independent donde escribió crónicas y artículos hasta el resto de su carrera. No estaba quieto. Cuando los norteamericanos buscaban a Saddam Hussein para capturarlo, Fisk se paseaba por Bagdad con un coche que pertenecía a una institución gubernamental.
Era muy crítico con sus colegas occidentales a los que acusaba de servir los intereses de Estados Unidos escribiendo sus crónicas desde la habitación del hotel. Nunca se supo a quién servía él. Era el tipo de inglés que mira a los colegas de otros países con un poco de complejo de superioridad que es el que más molesta.
El hecho cierto es que Fisk es el único periodista occidental que entrevistó tres veces a Osama Bin Laden, antes de que fuera abatido por el ejército de Barack Obama que contemplaba desde la Casa Blanca la eliminación del que se declaraba enemigo a muerte de los Estados Unidos y supuesto autor intelectual de los atentados del 11 de septiembre.
Recibió todo tipo de premios culturales, periodísticos y académicos. Era un autoridad en Oriente porque reflejaba también el punto de vista de los árabes en todos los conflictos que cubrió. Escribió libros de referencia sobre Irlanda y Oriente Medio.
Tomàs Alcoverro lo conocía muy bien y le sufrió en muchas ocasiones. Tomàs era el más veterano corresponsal en Oriente y Fisk era el más lanzado que consideraba al resto de colegas muy por debajo de su autoproclamada superioridad. Alcoverro conoce mejor que nadie el fondo de todos los conflictos de lo que De Gaulle conocía como el Levante.
En 2004 recibió el premio Godó de Periodismo. Se presentó al restaurante Via Veneto de Barcelona en mangas de camisa y no abrió apenas la boca observando a los que compartíamos mesa con una cierta displicencia. A pesar de todo era un gran corresponsal, uno de los últimos que han vivido la profesión con una personalidad fuerte y segura. Eran los tiempos en los que los corresponsales eran la aristocracia del periodismo.
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