Bilbao y las tierras vascas

HACE unos días leí unas declaraciones del alcalde Odón Elorza en las que, para justificar el que no se invirtiese en el Guggenheim Urdaibai y sí en los proyectos de su ciudad, apelaba al «sentido de país» de los demás, que deberían renunciar a sus proyectos, alimentando una especie de agravio provincialista sin especial sentido en los tiempos que corren. Sin embargo, está demostrado que si a Bilbao le va bien, también le va bien a Donostia y a lo que Dana Facaros y Michael Pauls, autores de la guía Cadogan, llaman «tierras vascas». Parece claro, además, que en los tiempos que corren resulta más rentable concentrar la inversión en grandes proyectos que fragmentarlos en iniciativas de interés local. Y, guste o no a don Odón, donde a pesar de todo hay más recursos económicos y financieros es precisamente en Bilbao.

Desde el punto de vista económico, las sugerencias de Elorza presentan cuestiones matizables. Por ejemplo, no hay que olvidar que Bizkaia aporta al Producto Interior Bruto (PIB) de la Comunidad Autónoma del País Vasco más del 50% (50,8) frente al 32,3 % de Gipuzkoa. Gipuzkoa -y, sobre todo, la capital de este último territorio- recibe cantidades importantes de recursos públicos (autonómicos) para actividades y recursos culturales diversos: desde el Festival de Cine, la Orquesta Sinfónica de Euskadi, la Quincena, la Filmoteca, el Festival de Jazz, Tabacalera, San Telmo, Biblioteca Nacional… Sería interesante conocer, por un lado, la aportación de todos estos elementos al PIB vasco (sí se conoce lo que aportan el Guggenheim o el Euskalduna) y cuánto dinero vizcaino se va a la financiación de actividades e infraestructuras culturales en Donostia. Sin embargo, ésta no es la cuestión.

Yo, que no tengo antepasados bilbainos y sí un bisabuelo donostiarra que solía cantar aquello de «No somos de Bilbao, ni puta falta que hace…», estoy convencido que el futuro de las tierras vascas pasa por convertir a Bilbao, su río y su hinterland en el eje y referencia cultural, social y económicos (ya lo es desde el punto de vista urbanístico) del Arco Atlántico entre Brest y Oporto. Para ello, no sólo es vital la ampliación del Guggenheim a Urdabai, sino que, en el medio plazo (una década), hay que ampliar el excepcional Museo de Bellas Artes y comenzar a pensar en el tercer museo (¿por qué no la franquicia del Hermitage de San Petersburgo en Zorrotzaurre?). Esto habría que vincularlo a ocho bienales (cuatro más cuatro) de tirón internacional. Todo lo anterior debería complementarse con un Jardín Botánico en la Margen Izquierda (¿Sestao?) siguiendo el modelo de la Glass House de Norman Foster.

Bilbao debe convertirse en ciudad universitaria (ya no del estilo de Santiago, Salamanca o Valladolid, sino de grandes capitales europeas). Sería muy importante crear un entorno atractivo, con residencias, apartamentos asequibles, … que lo conviertan en un punto de referencia y encuentro. No sólo para estudiantes, también para visitantes. Todo es rentabilizable. La industria, la innovación y la investigación son elementos esenciales: el impulso de sinergias entre los parques tecnológicos, el nuevo Campus de San Mamés (que debería ampliar sus especialidades, por ejemplo a Ingeniería Naval), el Automotive Intelligence Center,… invitando a centros e investigadores de Bretaña, Aquitania, Norte de Portugal,… ayudaría a lanzar al conjunto del Arco Atlántico.

A uno le molesta bastante que el primer edil donostiarra afirme sin despeinarse que «el país no puede permitirse tantos lujos», refiriéndose al proyecto de Bizkaia, cuando en la misma información habla del Museo San Telmo y de la Casa de la Paz en el Palacio de Ayete (es cierto que esta última, parece, se financiará única y exclusivamente con recursos donostiarras) que no son «lujos» (esto se parece mucho al chiste, esta vez sí, de la moto del comunista: todo es de todos menos la moto que «es mía»). Bilbao, su ría y su hinterland no pueden detenerse ahora (mucho menos, ahora). De que siga adelante dependen el futuro de las tierras vascas (incluida Donostia) y, seguramente, del Eje Atlántico. Uno no puede detenerse por localismo trasnochado con gotas de resentimiento. Estaríamos perdidos. A uno, que ni siquiera vive en Bilbao, no le importaría escuchar de los regidores de la ciudad (incluido a algún correligionario) en que nació el bisabuelo Domingo (San Sebastián, por supuesto) todo lo que ha les ha beneficiado la regeneración de Bilbao.

 

Publicado por Deia-k argitaratua