Ilustración: Guillermo Zubiaga.
En 2021 conmemoramos el 700 aniversario del encuentro de la banda de ladrones de Gil Lopez de Oñaz y los hombres del merino de Navarra en Beotibar.
En 1200 las tropas de Alfonso VIII de Castilla penetraron en el reino de Navarra y conquistaron un territorio que comprende aproximadamente lo que hoy es Araba y Gipuzkoa. Dicha operación generó una frontera artificial, una divisoria que no había existido antes y que durante trescientos años favoreció una activa red de bandidaje. Los cuatreros aprovecharon la muga para robar el ganado en una vertiente y comercializarlo en la otra, más allá del alcance de las autoridades del reino navarro. Actuaban fundamentalmente en Larraun y Aralar pero sus operaciones también afectaron a los ganaderos de Arriba-Atallu, Araitz, Areso, Leitza y Basaburua, entre otros lugares.
Tal como se registra en la documentación que se conserva en el archivo de Navarra, y que ha sido cuidadosamente publicada y comentada por diversos autores, entre 1290 y 1321 se produjeron al menos 67 operaciones de robo de ganado en esta zona. El merino era el encargado de perseguir a los delincuentes y durante estos años destacó en esta labor Johan Lopez de Urrotz que, acompañado por una fuerza armada de unos cincuenta hombres de promedio, atrapó y ajustició a un nutrido número de bandoleros y recuperó gran cantidad de ganado robado, fundamentalmente vacuno y porcino.
Esta actividad delictiva dio lugar a la expresión «frontera de malhechores» que no tiene eco en la tradición vasca transmitida en euskara. Sin negar que el registro de 67 operaciones de robo de ganado en tres décadas no es algo desdeñable, es preciso estudiar este hecho en relación con el resto de las mugas navarras. Tras la conquista de 1200, el reino creó cuatro merindades como parte del sistema defensivo del territorio frente a Castilla y Aragón. Durante el reinado de Teobaldo II se delimitaron las merindades de Pamplona (o de las montañas), Sangüesa, Estella y Tudela. La muga de Aralar-Larraun pertenecía a la merindad de Pamplona y, a la luz de la documentación, es obvio que el número de hombres armados, castillos, casas torre y ciudades amuralladas y, por tanto, también el presupuesto destinado al mantenimiento del orden público en las mugas de las merindades de Estella y Tudela era inmensamente superior que el del destinado a la muga de Aralar. Son precisamente las fronteras noroeste y noreste las que menor actividad militar y criminal presentan. De todo ello se deduce que la referencia a esta zona como «frontera de malhechores» no es ni exacta ni correcta. Muy al contrario, ésta ha sido y sigue siendo una zona de encuentro socioeconómico y cultural en torno a Aralar, una zona donde 700 años después se sigue hablando una misma lengua, compartiendo las mismas tradiciones y practicando un mismo modo de vida.
La tradición historiográfica ha incidido en el hecho de que tanto el de Beotibar como el resto de los choques armados que se produjeron en dicha muga lo fueron entre «navarros» y «guipuzcoanos». Esto dista mucho de ser cierto. Al margen de la acepción que el término «guipuzcoano» pudiera tener en las décadas inmediatamente posteriores a la conquista de 1200, las fuentes históricas mencionan 28 bandoleros entre 1290 y 1320: 8 navarros (28,6%), 8 guipuzcoanos (28,6%) y otros 12 de origen desconocido (42,8%). Está claro que no se trataba de bandidos «de Gipuzkoa», sino originarios de las localidades de la muga. Esto es lógico si consideramos que los ladrones de ganado necesitaban informadores y guías navarros que conocieran la localización exacta del ganado y las rutas de acceso al mismo.
Las crónicas mencionan a Johan Lopez de Urrotz por vez primera en 1309 cuando marchó con tres jinetes y 40 infantes en busca del «deplorable ladrón y bandido» Juan Martinez de Oñaz, al que dio muerte en algún lugar entre Leitza y Ezkurra. Y ese mismo año mencionan las crónicas a Egidio [Gil] Lopez de Oñaz, hermano de Johan Periz de Oñaz e hijo de Johan Periz, ascendiente en quinto grado de Ignacio de Loiola. El de Urrotz marchó al frente de cinco jinetes, 160 infantes y un contingente de gentes de la tierra contra esta banda de bandoleros que había penetrado en el valle de Larraun y se habían apoderado de una enorme piara de 600 cerdos de las localidades de Etxabe y Agiregi, en Aralar. El merino los persiguió, logró recuperar la piara y la devolvió a sus dueños.
La intensa actividad de la banda de Gil Lopez de Oñaz provocó la campaña de 1321. El gobernador de Navarra, Ponz de Mortagne, organizó una «huest» de unos 500 hombres y, bajo la falsa excusa de que los hombres de Oñaz habían atacado y tomado el castillo de Gorriti, ordenó perseguir a este maleante. Las tropas del merino no pretendían quemar Berastegi o Tolosa ni «castigar a los de Gipuzkoa». En su persecución llegaron al valle de Beotibar el 19 de septiembre y, en algún lugar entre Berrobi e Ibarra, la banda de criminales emboscó a la vanguardia de las tropas del reino, lo que provocó unas treinta bajas entre muertos y heridos. Allí perdieron la vida, entre otros, Joahn Lopez de Urrotz y Martin de Oibar, alférez del reino. Ante este súbito ataque, el gobernador ordenó el repliegue del resto del contingente hacia Leitza y Lekunberri a fin de contraatacar al día siguiente, pero esto nunca ocurrió.
Y la épica convirtió un choque entre guardianes del orden público y una banda de salteadores de caminos en una batalla épica que enfrentó a 60.000 «franceses» contra 800 «guipuzcoanos» con un saldo de 10.000 muertos y un tesoro de más de 100.000 libras… Fernán Sánchez de Valladolid fue la primera persona en poner esta versión de los hechos por escrito en el capítulo 34 de la Crónica de Alfonso XI (Cómo los navarros con grandes poderes se ayuntaron por entrar e fazer mal e daño en los reynos de Castilla) fechada en 1344. No se volvió a escribir sobre Beotibar hasta que el bachiller Juan Martínez de Zaldibia firmó la obra titulada Suma de las cosas cantábricas y guipuzcoanas en 1564. Zaldibia, de linaje de hidalgos oñacinos, desvirtuó aún más los hechos históricos al convertir la «la façienda de Ipuzcoa» en una batalla campal en la que las tropas de la «provincia de Gipuzkoa» encabezada por un oñacino se enfrentaron a los «franceses» que pretendían «invadir Castilla». Las Juntas Generales de Gipuzkoa se negaron a publicar su obra pero, con algunas variaciones, esta versión sería recogida por historiadores como Jerónimo Zurita (1585), Esteban Garibai (1571), Juan de Mariana (1592), Baltasar Etxabe (1607), Lope Martinez de Isasti (1625), Andrés Lucas (1633), Francisco García (1685) o Gabriel Henao (1689). Lamentablemente, ciertos autores contemporáneos aún se hacen eco de ello.
Con motivo de este 700 aniversario, el Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada, Reno, ha organizado una serie de conferencias en colaboración con los ayuntamientos de Tolosa, Berastegi, Larraun y Leitza. La charla en Tolosa tuvo lugar el 27 de julio y el acto en Berastegi, con intervención del grupo musical Beltxaren Bikotea, tendrá lugar el 5 de agosto a las 6 de la tarde en el ayuntamiento de la localidad. Larraun conmemorará el hecho el 13 de agosto, a las 7 de la tarde. Y recordaremos que ésta no es tierra de malhechores, sino el solar de un pueblo que comparte una misma lengua, un mismo modo de vida, un mismo pasado y un mismo futuro, una nación que se abraza a sí misma compartiendo todo lo que es, también las cicatrices provocadas por guerras ajenas.
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