Baltasar Porcel y el sol mediterráneo

Antes del mundo mágico de los escritores  latinoamericanos, Baltasar Porcel creó su propio  realismo mágico del Mediterráneo. Solo tenía  veintitrés años cuando publico su primera novela  “Solnegre” prologada por Pere Gimferrer. Con su primera frase “Feia un sol que cremava el cul de les  llebres” comenzó su magnífica y extensa obra  literaria catalana. Su acceso al Mediterráneo fue  simple y directo. En su espléndido ensayo, lírico, enciclopédico, arbitrario y veraz, “Mediterráneo, tumultos del oleaje” editado en 1996, veintidós años después de “Solnegre” traducido en varias lenguas, así lo describe. “Como no llegar al  Mediterráneo a través del camino de mi casa, de su jardín, y su paisaje, de mi familia de Andraitx”. Y  en otro párrafo precisa: “Escribo sobre el Mediterráneo como consecuencia natural de mi ser, de mi existir. El joven escritor supo recoger desde el principio, la tradición oral mallorquina, gracias a su familia, a las canciones, leyendas del mítico Andraitx, su “Solnegre” literario, su original Macondo insular. Si su primera novela es un estallido de poderoso ímpetu creativo, muy arraigado en su ambiente, su “Mediterráneo” de 422 páginas, es obra de experiencias, viajes, elaboradas meditaciones en torno a nuestro mar, en la que la fuerza lírica del escritor se impone al conocimiento de ensayista.

Porcel que había irrumpido con potencia en el  entonces “petit cementiri  de les lletres catalanes” en amarga descripción de Joaquim Moles, fue durante décadas uno de sus grandes creadores y provocadores que, como Josep Plá escribía sus  trabajos periodísticos en castellano “propanem  lucrando”. Gracias a sus viajes por el extranjero  para pergeñar reportajes y columnas en “La  Vanguardia” ensancho las fronteras del recinto  literario catalán, abriéndolo al  mundo, como antes  hiciese también Plá, en años de sórdida y ensimismada dictadura.

Tengo buena memoria. Su primer artículo en “La  Vanguardia” como colaborador allá por el año 1967, fue sobre la “defenestración de Eugenio d´Ors”, uno de los más eminentes intelectuales  contemporáneos catalanes, víctima de rencillas de unos y otros, al que en su libro califica de “barroco mediterráneo”. El éxito del arrollador hijo de Andaritx con sus textos de grandes entrevistas en “Destino” en “Serra d´or” al estilo de los  “homenots” de Plá, incluyendo a los que vivían en el exilio como el poeta Josep Carner, que había sido cónsul durante los años treinta en la ciudad mediterránea, árabe y occidentalizada de Beirut, le  ayudo a publicar en el gran diario situado, entonces, en la calle Pelai, dirigido por Horacio Saénz  Guerrero, muy amigo de Néstor Lujan que estaba al frente de “Destíno”, algunos de cuyos colaboradores como LLuis Permanyer y Sergio Vilar  se incorporaron también en aquella época a la antigua redacción de “La Vanguardia”. Años  después Porcel dirigió aquel prestigioso semanario.

Recuerdo que con Permanyer, sentados en la misma mesa, uno delate de otro, en la sección de  Internacional, comentábamos una de sus novelas   “La luna y el velero” también de temas mallorquines. No fue en Barcelona sino más allá de  nuestras fronteras donde le trate más veces. Recuerdo a Baltasar con la jovencísima María   Angels Roque, estudiante de antropología en París, en Saint Martin Le Beau donde iban a visitar al president Tarradellas. Entonces yo era  corresponsal en  París y seguía atentamente las negociaciones entre el gobierno de Alfonso Suarez y Tarradellas,  para el restablecimiento de la Generalitat y su  retorno del exilio a Catalunya. Viaje en aquella   histórica avioneta desde Tours a Madrid.

Fue el mundo del Mediterráneo que al final más   nos acerco. Alguna que otra vez le visite en su despacho de la alta torre del edificio del Atlántico en la Diagonal cuando era director del recién fundado “Institut del Mediterrani”. Pero fueron unos viajes a Ammán y Damasco donde se exhibía una exposición itinerante organizada por el Institut donde coincidí con él. En una excursión a los alrededores de Ammán visitando los castillos Omeyas decorados con frescos bizantinos, en uno de los que había residido el legendario Lawrence de Arabia, descubrí un Baltasar divertido, espontáneo, empeñado en abrir con fuerza una puerta de  piedra. Le sorprendí una vez al contarle que en el desahuciado Ministerio de información de Bagdad antes de la invasión estadounidense del 2003 encontré un ejemplar de su novela “Solnegre” traducida al castellano. Porcel, un isleño en cuya población vivían antiguos chuetas o judíos fue vitalmente mediterráneo. Cuántas columnas de su sección diaria en La Vanguardia escribió sobre los pueblos del Magreb y del Machrek, sobre la interminable “guerra de los intransigentes”-la guerra árabe israelí, en afortunada expresión de  Joan Roura- del Oriente  Medio. Su reportaje en torno de la contienda de los “Seis días de 1967” alcanzo un notable éxito periodístico.

Porcel habitado por la tentación del viaje, especialmente alrededor de los pueblos mediterráneos fue un gran escritor de periódicos  un espléndido enviado especial en muchos de  aquellos países, explicando su cultura, describiendo  sus paisajes, conversando con escritores y artistas, escudriñando su historia por encima de las  peripecias de la política del momento. Fue en el  buen sentido de la palabra, un cosmopolita. En un  volumen publicado tras su muerte se recogieron muchas de sus columnas, en gran parte sobre temas  mediterráneos. Su proyecto de visitar Beirut, antaño la “ciudad alegre y confiada del Mediterráneo oriental´´ con María Angels Roque, no pudo realizarlo.

Releyendo “Solnegre”, subrayo otra frase “un sol  de escorpins”- y me percato de que en esta novela están todos los gérmenes de un mundo ancestral, mágico y violento que el escritor hará fructificar en  posteriores novelas como “La luna y el velero”, “Los argonautas”, “Difuntos bajo los almendros en flor”, “Caballos hacia la noche”. Recuerdo algunas páginas de “La peste” de Albert Camus, cuya madre por cierto había nacido en Menorca, del Kazantzakis de “Alexis Zorba”, gran narrador de mundo de las islas griegas, de su belleza y crueldad, con episodios como el de la Bubulina que apenas expiro en su cama, sus  vecinas, como urracas, le arrancaban su sábanas y se apoderaban de su pobre ajuar. La manera de tratar algunas de sus obras evoca aquel estilo cinematográfico del realismo italiano de la  postguerra o la fuerza narrativa de destacados novelistas norteamericanos de la época.

Al titular su primera novela “Solnegre” tiene el  gran acierto de resaltar con el sol, uno de los elementos más característicos de los diversos pueblos del mundo del Mediterráneo. “Primero fue el sol “escribe en su gran ensayo. Escritores tan diferentes como Nietzsche y Camus coinciden en  resaltar este elemento solar, esta luminosidad que pueden ayudar a su conocimiento. “El Mediterráneo – escribe el autor de “La Peste” –tiene su propia tragedia sola que nada tiene que ver con la tragedia de las brumas”. Nietzsche había observado que “el sol se me ha aparecido hoy como el rey de la civilización. Sus riberas son hermosas y bellas. Es allí donde  ha  germinado  la  humanidad”.

Decía Proust que el escritor gira alrededor de un mismo tema. Tengo para mí que Baltasar Porcel es  uno de los grandes creadores que con el marroquí  Tahar Ben Jalloun, el turco Mehmet Yasin, el  griego  Stratis Tsircas, los italianos Leonardo Sciascia o Andrea Camilleri, se han inspirado en el diverso mundo mediterráneo.

Los laberintos de la identidad mediterránea son un tema inagotable. “Mis novelas- escribió Porcel – no son verdaderamente mediterráneas. Tratan de la esencia del hombre pero el estilo que busco, mi  forma de describir los paisajes, mi fe en la  humanidad, son radicalmente mediterráneos´´. Si en “Solnegre”, narró el calvario del cacique desalmado, su asesinato en un ambiente de delitos de masa tipificados en la zona mediterránea, en “La luna y el velero” describe la travesía de cabotaje entre Mallorca, Valencia y Barcelona y en “Los  argonautas” cuenta las peripecias de una lancha de contrabandistas en accidentado periplo entre Gibraltar y Mallorca con un estilo barroco, sensual, preciso. Es un ambiente de penurias y milagros en un tiempo negro y tremendista de España.

Años más tarde publicaba “El emperador y el ojo  del ciclón” sobre los prisioneros franceses deportados en la isla Cabrera después de la batalla de Bailén durante la guerra de Independencia española. En “Olimpia a medianoche” trazó una nueva descripción de la sociedad mallorquina, sacudida por estragos de la especulación  inmobiliaria y del salvaje  turismo de masas.

No quiero olvidar que en una de sus piezas de teatro “Regreso a  Andraitx” vuelve a tratar sus temas vitales como la “Fiesta de todos los santos”   o las apariciones de las almas de los difuntos, en su expresión de un mundo imaginario, lírico y  violento. Gran parte de su obra novelística gira en  torno a la recreación apasionada, aventurera y  trágica de su Mediterráneo. Es un mundo en el que predominaba la fatalidad y en el que el objetivo  primario era la supervivencia con la emigración a  Cuba, al pueblo de Batabano, o con la práctica del  contrabando.

Edgar Morin se preguntaba si era ilusorio buscar   hoy algún carácter común que no fuese tan solo geoclimático sobre las tres riberas africanas,  asiáticas y europeas, y respondía que sobre esta realidad  había otra  realidad poética  y  mitológica, porque mitos y poesía forman parte de nuestro  imaginario mediterráneo. Thierry Fabre escribe  que  más que hablar de raíces comunes, habría que   referirse a las fuentes de sus conocimientos: Atenas, Córdoba, el Andalus, Roma, Jerusalén… El Mediterráneo es conjunción de todas estas herencias griegas  latinas,  árabes, judías, la Odisea, las  Mil  y Una noches. Un mundo de lenguas, influencias diversas donde prevalece el elemento solar en un ambiente que oscila entre la medida y la desmesura. Para el historiador Henry Laurens las sociedades del Mediterráneo se formaron alrededor de la cultura del olivo “impuesta por el clima y por el sol”. El historiador libanes Georges Corm, muy crítico con la política de Occidente sobre esta región turbulenta ha titulado uno de sus libros “Mediterráneo, espacio de conflicto, espacio de sueño”. El premio Goncourt Tahar Ben Jelloun escribió que durante el pasado siglo no ha habido un lugar en el mundo con tantas guerras como en este “Mar blanco de en medio” como le llaman los árabes, que no ha sido ni mucho menos un lago de paz. Los mediterráneos orientales apenas escriben sobre el Mediterráneo. No hay institutos, ni centros de  estudios, ni  revistas importantes que se ocupen de sus cuestiones políticas, económicas, culturales. A partir de sus orillas se percibe como un asunto tratado desde la ribera europea.

La novelista Najat el Hachemi de  origen  marroquí, autora de premiadas novelas de la literatura catalana, ha escrito que el Mediterráneo no existe. Esta es la conclusión  a la que llegamos en seguida si intentamos definir en qué consiste el hecho del Mediterráneo. Pensar que el área geográfica que  hay alrededor  de esta  vasta  agua   es algo más que yuxtaposición de las distintas regiones que la componen, es arriesgado. Esta imagen, si existe, forma parte de un imaginario de percepciones intangibles muy cotidianas”.

“Primero fue el sol”, repite  Porcel en sus páginas  de su gran ensayo. Si en “Solnegre” escribe una bella novela de fecunda iniciación creativa, un  diario nihilista y casi adolescente, en “Mediterráneo” expresa su apego a la tierra natal con una suerte de panteísmo.”

“Abro una botella de vino blanco. Tengo un pan  crujiente. Estoy cerca de momentos felices. Soy parte de todo lo que es y será. Soy del Mediterráneo.” Es la vitalidad lírica de un gran escritor del mundo.

LA VANGUARDIA