Autonomismo o revolución

El grueso de la clase política que participa en el juego institucional y que supuestamente defendía un proyecto para la independencia de Cataluña ha renunciado a este ideal. El motivo es ciertamente lamentable: la aplicación del 155 de la Constitución Española a partir del 27 de octubre de 2017 hizo ver a muchos cuadros que era incompatible avanzar hacia la plena soberanía desde el sistema de la autonomía española, de forma que si pretendían hacer carrera política era necesario abandonar el proyecto de emancipación nacional.

La historia posterior que confirma esta trayectoria ha sido suficientemente conocida: si los aparatos de los partidos querían una colocación en los escaños de un parlamento o en los despachos de la administración había que acatar el orden español y pasar de aventuras. Incluso quienes antes del otoño de 2017 pasaban por aparecer como los más radicales, algunos miembros de la CUP, han entendido esta deriva y no han tardado en cambiar sus supuestos principios irrenunciables por otros. Por otra parte, por ejemplo, no se puede explicar que la desafiante Eulàlia Reguant acabe pagando la multa que le había sido impuesta por negarse a responder a la extrema derecha en el juicio del proceso o que Mireia Boya pasara de exigir en el Parlamento la firma de declaraciones que resaltaban la falta de legitimidad del Tribunal Constitucional español a integrarse en un govern de ERC que se ha comprometido con los representantes del gobierno del Estado a respetar el marco constitucional que ese tribunal interpreta y defiende.

Solo la decisión de los afiliados de Junts de irse de un govern cuyo presidente, Pere Aragonès, había incumplido todos los puntos en la cuestión independentista que habían permitido su investidura sugiere alguna alternativa al callejón sin salida que supone desafiar la integridad territorial española desde el sistema político diseñado por la Constitución de 1978. Pero tampoco parece que Junts haya capitalizado este gesto y esto no ha sucedido porque ni siquiera esta formación ofrece un horizonte de cambio fuera de las instituciones existentes.

Sin embargo, la pregunta es si las bases independentistas, esos centenares de miles de personas que salían a la calle desde la Diada de 2012, que votaron el 1-O y que estaban movilizados en los primeros años de la represión y que no dependen de la autonomía española para subsistir estarán dispuestas a aceptar el retroceso de una clase política que sólo se explica por su afán de profesionalización. En otras palabras, si en algún momento habrá alguien que tenga un apoyo democrático determinante que admita sin tapujos que sólo habrá independencia con ruptura y con revolución y que si conviene habrá que convivir provisionalmente en un régimen de ocupación nacional explícito como es insinuó durante la vigencia del 155 de la constitución. En una situación, pues, en la que los liderazgos políticos, precisamente por su condición independentista, se encuentran expulsados de una gobernabilidad fundamentada en la sujeción a España: un panorama, en esencia, en el que la lucha por la libertad te lleva a la ilegalización, a la clandestinidad, a la cárcel o al exilio.

En algún momento el hecho de que no hubiera ingresos en prisión por la causa independentista llevó al espejismo de que, como pretendía la actual dirección política catalana, el autonomismo era compatible con la reivindicación por la soberanía plena. Pero esta ilusión ya se ha resquebrajado cuando se han mantenido las inhabilitaciones de algunos de los políticos indultados y cuando se reanudan los procesos contra aquellas decenas de altos cargos que en 2017 constituían el llamado ‘sottogoverno’, una regresión que no puede hacer más que acentuarse si en los próximos años la derecha y la ultraderecha españolas acceden a la mayoría a las Cortes Generales y al ejecutivo del Estado.

El movimiento independentista se reavivará y lo hará con una nueva hornada de dirigentes que tenga clara la necesidad de atravesar una fase de confrontación y sacrificio lejos del sistema institucional español para alcanzar el objetivo final. Por eso los que ahora están, aunque se llamen independentistas, combatirán todo lo que puedan esta opción.

EL PUNT-AVUI