El 1 de mayo, fiesta reivindicativa, se celebra sin embargo en Larraitz (Abaltzisketa) con una doble ceremonia. Por un lado, con la llegada de la primavera, se abren los caminos y se procede a la suelta de ganado a los pastos de verano de Aralar. Y por otro, sube la marcha al castillo de Ausa Gaztelu, en memoria de una de las fortalezas que, como Beloaga en Oiartzun, defendieron el reino de Navarra. Son dos actividades distintas, simbólicas, que coinciden con una feria multitudinaria en la que se reúnen miles de personas, pastores, familias, baserritarras, vecinos de Goierri. Desde hace años Nabarralde Fundazioa organiza la marcha y abre un stand en la feria.
Como otros símbolos colectivos, los lugares de memoria transmiten su historia, su significado, y en ello contribuyen a construir el relato de la colectividad que los reconoce. No somos conscientes de este efecto cuando observamos o visitamos los lugares de la estatalidad, institucionales, porque de tan omnipresentes nos resultan cotidianos: la capitalidad, las catedrales (lugares de religión), los monumentos históricos, los símbolos del poder… Pero nos son imprescindibles a quienes no tenemos un Estado de facto que asegure la supervivencia.
A efectos de memoria, el significado del castillo de Ausa Gaztelu tiene mucho que ver con su pasado, y un paralelismo evidente con el de Beloaga. De ser una torre interior, sin más, levantada para controlar los caminos de ganado y los pasos de montaña, con la invasión castellana de 1200 quedó en primera línea de fuego. Hasta allí llegó el ejército invasor, y el castillo fue durante años baluarte de frontera. A partir de entonces fue frente de batalla. Hasta que, en 1335, cayó en poder del señor de Lazkano, lacayo del rey castellano, y como su función defensiva para la Navarra independiente no servía para quienes lo ocuparon, lo destruyeron para que no volviera a ser utilizado de fortaleza resistente.
En esa historia, el castillo de Ausa cuenta un relato que nos afecta; nos narra, a quienes casi hemos perdido esa memoria, las vicisitudes de la conquista de 1200, la que desgajó estos territorios occidentales del núcleo central, del resto del país. Nos explica cómo se abrió, a sangre y fuego, una frontera donde no la había; una herida en nuestro pueblo que llega hasta nuestros días, y nos habla de supuestas identidades distintas: la misma lengua, modos de vida, familias, la misma nación, pero fracturada en dos entidades que se irán alejando en la historia: hoy Euskadi y Comunidad Foral de Navarra. Vascos y navarros. Nos habla de aquellas violencias, de los parientes mayores al servicio de Castilla, de la frontera de malhechores que urdieron con saña para forzar y justificar esa herida interna, de crímenes y guerras.
Así se han trazado las fronteras administrativas que hoy nos cuartean; siete provincias, varias autonomías, dos Estados… Es importante que lo sepamos, que lo contemos cada año, que mantengamos la memoria y la conciencia de aquellas violencias que, no lo olvidemos, constituyen el origen de las instituciones que hoy nos gobiernan.