Antes de su actual subordinación, en la Navarra entera, como en el resto del continente europeo, también llegó a soplar con fuerza el viento de la libertad que exigía el derecho a la igualdad. Los testimonios de ello fueron meticulosamente ocultados por las variadas formas de la reacción vencedora. No sólo fueron los embates de las armas del absolutismo, sino con tanta violencia, si cabe, las insidias de los sedicentes liberales plegados a los viejos intereses hegemonistas gran-nacionales, españoles o franceses.
La figura del Coronel pamplonés León Iriarte, fusilado por Espartero en nombre de la reina «liberal» española, Isabel II, por haber reclamado la independencia de Navarra, hay que situarla en el contexto de las mismas inquietudes de la generación de navarros que siguieron a Xabier Mina Larrea en la guerra contra Napoleón, que colaboraron después en la liberación de Méjico y a los que cantó Lord Byron en la emancipación de Grecia de las manos de los turcos. Así, Pablo Erdozain en Méjico y quizás León Iriarte en Grecia.
El desmantelamiento de las instituciones estatales de Navarra, su partición y reducción a provincias españolas y francesas, enervó las voluntades de numerosos navarros, reflejadas, entre otros, por Ángel Sagaseta de Ilurdoz y Francisco Javier Ozcariz. Ese es el ámbito donde cobra sentido el levantamiento independentista navarro de 1837.
Poco después, en el campo del rey carlista español, tienen lugar los sucesos también ahora recordados. El granadino José Manuel Arizaga, que fue auditor general del «ejército vasco-navarro», y autor del libro «Memoria militar y política sobre la guerra de Navarra» (Madrid 1840), nos cuenta que, antes de que el general español Maroto, nombrado para sustituirles, decidiera las ejecuciones de los generales navarros en el Puy (Estella), había tenido lugar en el campo carlista la sublevación de los batallones navarros, el fusilamiento del teniente coronel Urra y la ejecución del brigadier Cabañas por orden del general García. El citado Felipe Urra había sido «considerado promovedor de la insurrección y fue sacrificado para ejemplar castigo» sin instrucción de causa ni consejo de guerra.
A continuación Maroto que se hallaba en Durango, se puso en marcha para sofocar lo que llamaba el alzamiento contra él. Arizaga, después de las ejecuciones del Puy, señala que «era indispensable en el campo carlista combatir las sediciones con los golpes de Estado. Estas son dos cosas correlativas, y el que emplea las bedadas armas de las primeras no debe quejarse si sufre los severos efectos de la segunda». Según Arizaga «los cargos contra los fusilados, sin juicio ni causa previa, se reducían a que habían recibido los anónimos y leído a varias personas y jefes de cuerpos para demostrar que Maroto sostenía inteligencias secretas con los enemigos», es decir con Espartero, lo que era cierto como se comprobó bien pronto.
La conciencia de nacionalidad se halla vinculada a los conceptos de igualdad, libertad y soberanía, así lo debían sentir quienes proclamaron la independencia. El recuerdo de las numerosas personas que aquí han pagado con la vida su manifiesta voluntad de ser libres, puede constituir un respetuoso referente democrático en los tiempos que se avecinan.