Arratiko zekorra, (2010.1.14)
El fracaso de las “estrategias” electoral-parlamentaria y/o “la lucha armada” para avanzar en
la construcción nacional y el reforzamiento de nuestro estado deberían situarnos otra vez, de
una vez por todas, ante el inicio de un proceso estratégico merecedor de tal nombre. Pero no
hay señales de que esto vaya a suceder, más bien de lo contrario. La última palabra la tiene,
como siempre, el pueblo y al pueblo nos dirigimos.
Quizá la frase que mejor define esta ruptura entre el ayer y el hoy es la que pronunció el
máximo dirigente (al descubierto) de un “sindicato” nacionalista hace ya más de una década:
El Estatuto ha muerto. Pero no conviene que el desengañado ciudadano navarro se reanime
a sí mismo embaucado por uno de los posible contenidos semánticos de la expresión. Lo
que en concreto se quería decir era que El Estatuto había reventado de satisfacción tras
haber colmado su positiva aunque pasajera función. Había, por tanto que afirmarlo, negarlo y
trascenderlo -aufheben- para ir más allá todavía en el imparable proceso de autogobierno
que el propio estatuto (sin parangón en el mundo mundial) había ayudado a generar y
consolidar. Nada distinto de lo que con unas u otras palabras proclamaba también el
denominado Plan Ibarreche otrora puesto en las nubes por sus partidarios, luego denostado
y sepultado, ahora con visos de resucitar. En resumen esta sería la idea que de la situación
política en vigor tienen algunos mandarines políticos de este País a los que no sé como
denominar: si de climatéricos optimistas antropológicos o quizás, para entendernos antes y
mejor, de “pacíficos” reformistas defensores de la seducción y el “diálogo hasta el amanecer”
o, simplemente, de vendidos. Más de cien años de “continuos éxitos” los avalan.
Pero he aquí que portavoces de la autodenominada “izquierda por la independencia y el
socialismo” siguen repicando a fiesta con la misma o parecida campana. Se nos abre un
futuro esplendoroso -vienen a decir- merced al trabajo hasta ahora realizado. El mañana es
nuestro porque “la lucha armada, de masas e institucional” han funcionado en paralelo, pero
acompasadamente y casi a la perfección (siempre es de buen efecto un poco de autocrítica
en cuestiones de poca monta) en pro de “la liberación nacional y social” (sic). Las
credenciales que este “otro” sector del mandarinato aporta como prueba del “éxito” de su
actividad “militar y/o política” mejor no airearlas.
En suma, la actividad “conjunta de los dos sindicatos nacionalistas” y la actividad “separada”
de los partidos o grupos que “a diestra y siniestra” los apoyan, o viceversa, ha desgastado el
marco autonómico-foral1 y abierto la posibilidad de un fastuoso escenario para la nueva
representación política que se avecina en la imparable marcha hacia el estado propio (y el
socialismo).
La afirmación capitalista, nacional, pacífica y reformista del “pacto” autonómico (o, en su
caso y salvando las desemejanzas externas, del “amejorado pacto” foral) (tesis) y la
negación socialista, nacional, violenta y revolucionaria del mismo (antítesis), haciendo caso
omiso de las contradicciones y los conflictos que, de prestar oídos a los susodichos,
deberían constituirlas, suman en este caso aritméticamente su homogéneo componente
pseudo-nacional -único que está realmente en juego y sin el que, por cierto, ninguno de ellos
subsistiría- para generar una estirada síntesis de igual contenido colaboracionista que
aquellas, pero que nace ahora preñada -ni dios entiende cómo- de Soberanismo, Nuevo
Estatuto, Marco Democrático, Derecho a decidir y Todos los derechos para todos (y todas).
La manifestación, por ejemplo, que bajo este último slogan juntó -sin revolverlos- en
Donostia a miembros y simpatizantes de las diversas siglas evidencia en la práctica -donde
todos los misterios se desvelan- que medios y fines formalmente contradictorios pueden
acabar materialmente fusionados y homogeneizados en el fragor de una manifestación
donde cada participante de base, a nada que recobrase la inteligencia de los hechos
adecuada a sus deseos o intenciones manifiestos, podría observar sorprendido cómo a su
alrededor no hay sino clones estratégicos de sí mismo, variamente disfrazados,
empeñándose en permanecer esclavos al tiempo que proclaman sus ansias de
independencia. (Video meliora proboque, deteriora sequor2. Ovidio, Metamorfosis, Lib.VII).
La identidad y la contradicción se yuxtaponen, combinan, funden o anulan entre sí de tal
manera que abren un fantasmagórico ámbito donde para la razón, emancipada de la
experiencia y hasta de “sí misma”, todo es posible, todo puede ser demostrado y todo puede
ser dicho a discreción. No hay, pues, nada de qué hablar, disciplina. En el etéreo limbo
donde perviven los filósofos, el espíritu de Hegel, incapaz de absorber tanta sutileza
dialéctica, ha optado por amodorrarse para siempre tras comprobar con amargura que su
mente no había sido el techo de la evolución intelectual de la especie. Por más que creyera
que nadie -excepto uno… y mal- le había entendido, lo cierto es que por estos pagos algunos
lo han superado -“heredado y añadido”- con creces.
Después de treinta años de aparente pitorreo general que en opinión de la gran mayoría sólo
habían provocado sufrimiento, desencanto y escepticismo masivos, ahora resulta que, ante
la sorpresa general y como por arte de birlibirloque (la astucia de la razón), el pueblo vasco
en bloque, aunque dividido, va camino de algún paraíso al que, a partir de aquí, llegaremos
pasito a paso, participando “democráticamente” en las instituciones ”democráticas”
presentes y futuras “en ausencia de toda violencia venga de donde venga”. El “diálogo” y la
“guerra” en sus múltiples variedades, complementados siempre tanto el uno como la otra con
una frenética participación en cualquier género de auto-legitimados (táctica y/o moralmente)
comicios (otra vez el significativo elemento común), han alumbrado, tras algún que otro
“pacto” y/o “negociación” frustrantes y frustrados el anhelado desenlace. Ahora disciplina,
disciplina y disciplina. “Es tiempo de recoger el fruto de largos años de lucha”. Para ello sólo
hay que seguir dejándose llevar, desde el “gobierno” o desde la “oposición”, por los mismos
que nos han guiado hasta el presente con arte y efectividad sin par, oportunamente
renovados, bendecidos, legalizados y supervisados por los mandamases del imperio (en
compañía, si fuera preciso de “nuevas” derechas o izquierdas “alternativas”) en un nuevo
proceso constituyente que reconstituya lo que hace tiempo que fue constituido mediante una
segunda transición, la tercera república o el enésimo golpe militar. Si el escenario político en
el que el imperialismo, con la imprescindible colaboración de siglas vasco-navarras nos ha
circunscrito, no ofrece otra salida que nuestro progresivo debilitamiento hasta la aniquilación
total, los “nuevos” escenarios que ahora se nos ofrecen son más de lo mismo. Para este
viaje no se necesitaba tanta alforja. Jamás político alguno había hecho uso de tantas
palabras para describir la nada.
Hemos malgastado energía popular a raudales en enfrentamientos absurdos cuyo fatídico
final era evidente de antemano. Se reconoce que estamos perdiendo también la importante
batalla de la opinión: “El orden constitucional (enfatizado por mi) ha logrado justificar la
violencia utilizada en su defensa, mientras la utilizada en su contra tiene legitimidad
menguante”3. Como resultado lógico de una total carencia de nivel en materia estratégica
sufrimos una progresiva merma de poder social -económico, ideológico, político- que, por
mucho que se prolongue la mirada en esa dirección, no permite divisar otro horizonte que el
de la integración totalitaria del pueblo vasco. Sólo un brusco golpe de timón puede librarnos
del naufragio, enderezar la nave y ponerla por fin rumbo hacia la democracia y la libertad.
Todavía es posible4, pero, como se ha dicho, “la innovación es tan difícil como
imprescindible”.
Llegados a este punto la pregunta clásica es de obligado cumplimiento: ¿qué hacer? Antes
que nada pensar, pensar y pensar. Es lo que hizo Lenin -a quien nadie consideraría reo de
sacrificar “la práctica” en aras de “la teoría”, cuando tras el desastre de 1914, se aisló
durante una buena temporada para estudiar algo tan aparentemente abstruso como la lógica
hegeliana. Pero conviene también recordar que no se puede pensar y pensar bien más que
en común, difundiendo las propias ideas y confrontándolas con las de los demás. Sólo de
esta forma crearemos una sólida base teórica sobre la que diseñar y poner en marcha la
nueva e indispensable estrategia.
Las teorías se verifican (o falsifican) cotejándolas con hechos innegables, que todo el mundo
puede percibir. El saber popular expresa lo mismo cuando afirma que la experiencia es la
madre de la ciencia. Pero los genios teóricos a los que este escrito hace referencia no se
dejan impresionar por criterios de validez de proposiciones y razonamientos que, por
elementales, están al alcance de cualquiera. Además se niegan en redondo a discutir con los
que los mantienen. Al contrario eluden cualquier debate “liberando al argumento del control
del pasado y del presente y asegurando que sólo el futuro puede revelar sus méritos”. Si
alguien mantiene la patriótica osadía de proseguir el debate sacando a colación la
experiencia enarbolan contra él la fuerza del número y lo sepultan bajo una losa de silencio,
como si estuviera probado que “cien que mantienen determinada opinión tuvieran que tener
más razón que uno que sostiene la contraria”. Pura música antidemocrática que no por
longeva ha perdido, ni mucho menos, actualidad.
Aun a sabiendas de que “el silencio oprime al que a su propia edad increpa” no
permaneceremos callados. Aspiramos sólo a vivir mejor, no a figurar en libros de recuerdos.
Cumpliendo, pues, con nuestro primer deber (amour de soi), seguiremos colaborando -otros,
con más talento, ya se nos han adelantado- en las tareas de derribo de todos aquellos
obstáculos que niegan a la nación vasca el derecho a disponer de sí misma por obstruir
fraudulentamente las vías de acceso al grado de cualificación política que se corresponde
con su espontaneidad democrática.
Notas:
1 La simbólica defensa del Fuero para encubrir una efectiva voluntad abolitoria no es sino la posición
colaboracionista anterior practicada aquí con más descaro, sin apenas tapujos, a tenor de condiciones
particulares de lugar históricamente forjadas. Pese a todo se mantienen también en la Alta Nabarra el
tipo de siglas a los que este escrito se refiere directamente esperando que les llegue la hora de prestar
servicios más destacados.
Este artículo se basa en el análisis de la relación entre fuerzas democráticas y totalitarias en todo el
territorio vascón y debe ser leído desde esa perspectiva general. En su brevedad, tiene por fuerza que
dejar de lado aspectos de gran relevancia, pero aún así espero que pueda serles de utilidad a cuantos
siguen luchando por la libertad de todos nosotros en cualquier parte del territorio ocupado de Nabarra.
2 Veo lo mejor y lo apruebo, pero hago lo peor.
3 Mario Zubiaga, El ethos de ETA, Viento Sur nº106/noviembre 2009.
4 Prosiguiendo con la alegoría habría que comenzar arrojando por la borda (basta con no votar) a la
denominada cúpula política vasco-navarra y facilitarles luego el arribo a costas y playas con las que
sueñan en secreto. Puesto que hemos decidido “botarles” por mar, los sones del txistu y el tamboril
podrían acompañarles hasta el límite de nuestras aguas territoriales. Como dice la canción a partir de
ahí “solitos tendrán que ir”.