Amin Maalouf (Beirut, 1949) ha vuelto a Barcelona este lunes para recoger el Premi Internacional Catalunya, dotado con 80.000 euros, con un doble sentimiento inscrito en el rostro: el de la felicidad de recibir el galardón y el de la inquietud por el estado actual del mundo. «La obra de Maalouf construye un espacio que abarca desde los derechos individuales y colectivos hasta una idea de la identidad arraigada en la diversidad más radical y humana», afirmaba el jurado del premio, integrado por una quincena de expertos entre los cuales están Andreu Mas-Colell, Bel Olid, Edgar Morin y Carme Pigem. Desde que debutó con el ensayo ‘Las cruzadas vistas por los árabes’ en 1983, Maalouf ha combinado la escritura de novelas atravesadas por la historia y la interculturalidad como ‘León el Africano’ (1986) con interesantes reflexiones para analizar la complejidad del presente, entre las que destacan ‘El desajuste del mundo’ (2009) y el reciente ‘El laberinto de los extraviados’ (2023).
-La primera vez que hablamos, hace ya más de una década, me decía que el mayor enemigo del mundo era la ignorancia. ¿Ahora me respondería lo mismo?
— Probablemente, no. Hoy por hoy, los enemigos, si es que podemos utilizar esta palabra, son numerosos. Existe, por ejemplo, la mala utilización del conocimiento. La incapacidad de vivir juntos. La imposibilidad de ver el mundo y la humanidad como una entidad que comparte un destino. A todo esto se sumaría la ignorancia…
-¿Y algo más?
— Sí. Lo que más me preocupa ahora es la falta de solidaridad. El egoísmo crece, tanto a nivel individual como grupal.
-En su último ensayo, ‘El laberinto de los extraviados’, explora la decadencia actual de Occidente.
— Una de las paradojas de nuestro presente es que Occidente ya no puede jugar el papel preponderante que hasta hace poco tenía en el mundo, pero las demás potencias tampoco son capaces de desempeñarlo. Pese a los problemas que presenta, Occidente sigue siendo el sistema más democrático, aunque pase por una crisis profunda.
-Estados Unidos acaba de votar la reelección de Donald Trump.
— Vuelven los poderes autoritarios en muchas partes del mundo.
-Esto le preocupa.
— Llevo años teniendo la sensación de que avanzamos sin brújula. Pasan demasiadas cosas a la vez, y muchas de ellas tienen gran complejidad. Cuesta encontrar una visión o dirección claras.
-Sin embargo, sus libros no caen en el pesimismo.
— Intento mantener un cierto optimismo. Hay soluciones a los problemas, pero ahora no sé si estamos avanzando hacia ellas. Tampoco estoy seguro que vayamos hacia el abismo.
-Usted empezó explicando, en francés, las cruzadas vistas por los árabes.
— No existe una única manera de representar unos hechos históricos como las cruzadas. Se ve de forma muy diferente en función del punto de vista que se adopte. Mi padre fue periodista durante muchos años, como yo. Llegó a dirigir un diario en el Líbano. En casa recibíamos la prensa de todo el país, y yo la leía con gran interés. Un día le pregunté a raíz de unos hechos que según la cabecera se contaban de manera muy distinta: «Padre, ¿qué periódico dice la verdad?». Él me miró y respondió: «Ningún periódico dice la verdad, pero si los lees todos quizá te acerques a ella». Nunca he olvidado sus palabras.
-¿Aún le sirven ahora, si analiza conflictos como el de Gaza e Israel?
— Intento comprender qué ocurre por todas partes. Cada uno tiene una lógica diferente. Lo que ha pasado en Siria en los últimos días, por ejemplo, me ha sorprendido mucho. Hace años que el conflicto está activo, y habíamos llegado a pensar que se encontraba en un punto muerto. De repente hemos visto cómo nos equivocábamos: la guerra se ha reactivado y han entrado en juego actores de los que hasta ahora desconocíamos.
-Imagino que en el interior de su cabeza tiene un inmenso mapa del mundo con todas las problemáticas abiertas ahora mismo. Será complicado estar al día de todo.
— Desde que era pequeño que, por un lado, intento comprender el mundo, y por otro, trato de explicarlo. El intento de comprenderlo termina dando lugar a ensayos. El intento de contarlo, en novelas.
-La primera novela fue ‘León el Africano’.
— Explicaba la caída de Granada a finales del siglo XV desde la perspectiva de una familia que vivía en la ciudad.
-Antes mencionaba a su padre. Usted nació en Beirut en 1949, en una familia donde abundaban los intelectuales.
— Había periodistas, poetas y profesores, y todos ellos me acercaron de forma natural hacia la escritura. Mi madre venía de una familia de emprendedores egipcios.
-Eran católicos melquitas en un país donde predominaban los musulmanes.
— El Líbano en el que crecí era un país que ofrecía un modelo interesante de coexistencia entre gente muy diversa. Me doy cuenta de que buena parte de las esperanzas que tenía de joven no se han cumplido. Me hubiera gustado que la región en la que vivía prosperara económicamente pero también en materia de libertades de los ciudadanos.
-No fue así, ¿no?
— Ahora mismo existe una exacerbación de las afirmaciones identitarias. La idea de universalismo se encuentra en una crisis total.
-¿La familia fue una influencia positiva, para usted?
— Sí. Me dieron la pasión por tratar de averiguar cómo funcionaba el mundo.
-Estudió en una escuela jesuita, y más adelante se licenció en sociología y economía. Aun así, acabó dedicándose al periodismo durante años.
— Es un trabajo apasionante. Durante un tiempo viajé mucho. Estuve en Vietnam al final de la guerra en 1975…
-Ese mismo año empezó una guerra civil en su país.
— Sí. Con la mujer y los tres hijos nos tuvimos que ir moviendo: primero nos instalamos en casa los padres, después nos escondemos en las montañas… Hasta que en junio de 1976 decidimos que marcharíamos a Francia.
-¿Los primeros años de exilio fueron difíciles?
— En teoría lo fueron, pero no los recuerdo como difíciles ni tristes. En el exilio empezamos a reconstruir nuestras vidas, y lo hacíamos con entusiasmo. Tengo el recuerdo de haber trabajado mucho, pero no me arrepiento. He trabajado mucho…
-¿Y Francia les trató bien?
— No teníamos tiempo de pensar en ello. Éramos felices de vivir en un país en el que nuestros hijos, cuando cumplieran catorce años, no tomarían las armas.
ARA