Amenazas y oportunidades

Más exasperante que la misma crisis económica es la incapacidad que muestra la política española para contribuir a salir de la misma. El último debate en las Cortes ha sido una verdadera prueba de hasta qué punto los intereses de partido pueden quedar por encima de los intereses generales, incluso ante una situación gravísima. Ni gobierno ni oposición han estado a la altura de las circunstancias para poder conseguir el gran pacto de Estado, el Pacto de la Moncloa 2.0, que los momentos reclaman. No es que PSOE y PP no sean capaces de pactar: incluso tuvieron el coraje de ponerse de acuerdo para gobernar el País Vasco para echar del gobierno al PNV, justo en las elecciones que Juan José Ibarretxe había obtenido uno de los mejores resultados electorales de la historia de su partido. Y, en una estrategia muy calculada, previamente, PSOE y PP ya habían pactado también una ley de partidos para hacer posible este acuerdo infame. Es decir, que PSOE y PP, en contra de los sermoncillos que los tenemos que aguantar, sólo identifican el interés general con el combate de identidades y la unidad de España. En cambio, cuando lo que está en juego es el bienestar de la gente, los puestos de trabajo, la reactivación económica, en definitiva, “lo que importa a la gente”, entonces hacen prevalecer el interés de partido.

En este contexto de irresponsabilidad de Estado, por decirlo de alguna manera, no es extraño que una voz como la de Durán i Lleida (“no es el momento de pensar en las próximas elecciones, sino en las próximas generaciones”) sea vista y entendida como un llamamiento sensato a la auténtica defensa del interés general. Y es lógico que obtenga la mejor valoración en medio de un debate entre hooligans. Se puede pensar, está claro, que la serenidad de Durán i Lleida es más cómoda por el hecho de no participar en las expectativas de competir por la presidencia del gobierno español ni de ganar nunca las elecciones. En este sentido, mantenerse au-dessus de la mêlée tiene el mérito que tiene, pero en el contexto de insensatez política española es muy de agradecer. Otra cosa, está claro, es la lectura catalana que hay que hacer de la tradicional actitud del nacionalismo moderado catalán en los momentos de crisis económica y política española, en el sentido de actuar siempre a favor de los intereses generales de España, y del poco reconocimiento posterior de esta contribución a la estabilidad general del Estado. Tal como están las cosas, no hay que decirlo, el interés de España nos arrastra a todos, y en este sentido, un papel como el de Durán i Lleida, a falta de otro horizonte inmediato, es el que también más identifica el interés de Cataluña. Cosa, por cierto, que no se puede decir de los veinticinco votos catalanes derrochados del PSC en las Cortes, que no tan sólo no tienen voz propia –cómo ha repetido Ernest Maragall estos días–, sino que cuando hablan –mirad a Francesc Vallès, coordinador de los diputados y senadores del PSC en AVUI de 17 de febrero– lo hacen para decir cosas tan inverosímiles como por ejemplo que Zapatero está “en forma”, que no improvisa y que tiene una hoja de ruta clara. Son este tipo de discursos los que demuestran un desprecio absoluto por la inteligencia política del ciudadano y, en este caso particular, cómo la defensa del partido se sitúa por encima de la defensa del país que los ha votado

Todo ello pone nuevamente en evidencia, por si todavía no se tenía bastante claro, que España es un lastre insostenible para Cataluña. Y ahora no para el futuro del catalán o por la dificultad de conservar nuestro patrimonio cultural. No: es un lastre para la recuperación económica. Reíos de la importancia económica de la reducción de ventas de cava catalán por culpa de las veleidades independentistas de determinadas declaraciones inútiles o por las consecuencias de un hipotético etiquetado en catalán. El hecho de pertenecer a España no tan sólo no ha permitido hacer la transformación económica que deberíamos haber hecho en estos años de bonanza, sino que ahora que van mal los datos, tampoco nos permite avanzar en la línea adecuada a pesar de tener las mejores condiciones para hacerlo. Es difícil hacer números exactos, pero sería bueno que alguien calculara cuánto nos costará de más y cuánto nos durará de más esta crisis a los catalanes por el hecho de ser españoles.

Puede quedar la duda, está claro, de si en otras circunstancias, sabríamos hacerlo mejor. No son pocos quienes creen que es mejor ser cola de león que no cabeza de ratón. O que es mejor loco conocido que sabio para conocer. Dicho claro, que dentro de España ya sabemos de qué mal tenemos que morir, pero que el gobierno de una Cataluña independiente, a la vista de la actual experiencia, quizás tampoco sabría responder mejor a los desafíos del momento. Particularmente, tengo la convicción que esta desconfianza endémica en el propio país de algunos catalanes no es otra cosa que una manera de justificar su falta de coraje nacional y de ambición patriótica. Ya sabemos que la independencia no es jauja y que no garantiza la posibilidad de un mal gobierno. Pero también pienso que algunas de las debilidades actuales de nuestros gobiernos no son tanto resultado de su incompetencia sino de un marco que estructuralmente les debilita, que no les permite tomar grandes decisiones, que están sujetas a gestionar las decisiones –ahora mismo, erráticas– que se toman desde el gobierno central.

Y es que en una Cataluña independiente no sólo habría la posibilidad de un gobierno excelente –la oportunidad de inventar y construir un país casi desde cero atraería los mejores profesionales hacia la política–, sino que sobre todo me hace imaginar la existencia de un gran consejo, al estilo finlandés, que desde la sociedad civil más comprometida y avanzada contribuyera a definir las grandes prioridades de país. ¿Sabríamos gobernarnos, pues? La pregunta es relativamente fácil de responder: si la política fuera capaz de captar a los mejores que ahora mismo ya tenemos en el país, sí.

Paradójicamente, para los catalanes, donde ahora se concentra la máxima incertidumbre no es en la posibilidad de una Cataluña independiente, sino en una Cataluña española. El mayor riesgo –económico, financiero, fiscal, pero también cultural y social–, por ahora, lo tenemos por el hecho de ser españoles. España no nos da estabilidad ni nos proyecta con confianza hacia el futuro. Los pocos años que lo ha hecho, ahora ya lo sabe todo el mundo, eran resultado de un espejismo. La novedad, pues, es que por primera vez todo hace pensar en la independencia como en una oportunidad más que como en una amenaza. Ahora bien: las oportunidades no son una rifa que te toca. Hay que saberlas aprovechar.

Publicado por Avui-k argitaratua