Cualquiera que haya atravesado en coche el Paso de las Dos Hermanas, camino de Irurtzun, tendrá aún en mente la bella estampa creada por las dos moles de piedra que se alzan a ambos lados de la carretera. Pero muy pocos sabrán que una de las escenas más singulares de la obra «Amaya o los vascos del siglo VIII» tiene lugar precisamente en este marco, aunque en una época en la que obviamente no existía tal carretera ni localidad alguna en las cercanías. En dicha escena, el joven Teodosio de Goñi dispara una flecha desde una de las moles que va a alcanzar y dar muerte al caballo que, montado por Amaya, corre desbocado hacia la cima de la otra torre pétrea, con peligro de caer al precipicio junto a su jinete.
«Amaya», obra de Francisco Navarro Villoslada, es hija del Romanticismo más tardío, aunque no por ello guarda las características propias de lo que sería un movimiento literario en decadencia. Al contrario, esta novela es, como lo fueron otros escritos de época romántica, una novela histórica que combina realidad con leyenda, amores dramáticos con sentimientos muchas veces incontrolables, combates cuerpo a cuerpo con luchas internas y personales. Es una obra que no admite punto intermedio para el lector. De gran complejidad y extensión, «Amaya» se venera o se aborrece, de lo que se deduce que no deja indiferente a quien lo ha leído.
Podría llegar a asegurarse que «Amaya» es una obra mítica, reconocida dentro del mundo literario y conocida, al menos de oídas, por el público en general, pero de cuyo autor poco o nada se sabe.
Navarro Villoslada nació en Viana el año 1818, estudió Filosofía, Teología y Derecho; colaboró en varios periódicos y cultivó el Romanticismo en sus obras, siendo «Amaya» un claro ejemplo de ello.
Sin embargo, es una novela con claroscuros en la que el autor deja patente su visión romántica de la misma a la vez que la utiliza como medio de expresión para sus ideales político-religiosos. Una lectura atenta de «Amaya o los vascos del siglo VIII» nos puede ofrecer mucho más de lo que esperamos, información sobre su autor, su época y sobre aquello que, inevitablemente, debió de influenciarle como escritor.
El propio titulo lo indica, los vascos del siglo VIII. Romanticismo va unido al concepto de historia antigua, historia medieval. En este caso fue grande la osadía del autor al enfrentarse a un periodo de la historia del pueblo vasco del que poco se conoce en la actualidad. Y la mejor manera de ubicar la trama de la obra, de diseñar un marco histórico tan desconocido, es la de recurrir a la imaginación. Se combinan pues datos históricos reales con algo de imaginación, leyendas y mitología, haciendo de «Amaya» una novela un tanto peculiar.
Históricamente acierta en la presencia de vascones, godos y, posteriormente, musulmanes; acierta cuando deja entrever la necesidad del pueblo vasco por organizarse y elegir un rey; cuando, tras la llegada de los musulmanes a la península comienza a desmembrarse el reino visigodo. Pero en ningún momento se intuye al pueblo franco, a pesar de que éste llegó a tierras vascas en torno al siglo VI y su grado de influencia fue mayor. También corona rey a uno de sus personajes, que no es precisamente el que en realidad fue y, sin embargo (sin ser cierto este dato), lo cita como progenitor del primer y verdadero rey de los vascos, Eneko Aritza.
Pero como bien se ha indicado, «Amaya» es una obra romántica para la que el autor debió recurrir a la imaginación, no solo para crear la trama en sí, si no para cubrir algunos huecos históricos, tal vez fruto de la falta de información sobre aquella época.
La novela es compleja, al igual que debió de serlo la vida en aquel siglo: batallas, intrigas, supervivencia. Los personajes son los que sustentan tal complejidad, quienes dan movimiento a una historia basada en los sentimientos encontrados, en las pasiones, en las dudas de sus protagonistas. Sin embargo, desde los primeros capítulos es posible adivinar el destino de algunos de ellos, por el tratamiento que el autor les otorga, por sus características y por su comportamiento. Y es este precisamente uno de los aspectos por los que el lector llegará a adorar la obra o, por el contrario, a condenarla. La división entre buenos y malos es bastante evidente, incluso en alguna ocasión se roza el racismo para con los judíos. El autor hace uso de un filtro para separar a sus personajes y todo aquel que pase a través de él quedará de alguna manera salvado, saldrá bien parado a pesar de las desgracias personales o las circunstancias histórico-sociales del momento. Tal filtro no es otra cosa más que la religión, el cristianismo, la creencia en un dios que borra diferencias entre pueblos y los une haciéndoles olvidar siglos de luchas y ataques. Es así como los vascones creyentes coinciden con personajes fuertes moralmente, nobles y bondadosos, y los paganos, los vascones originarios, se agotan, van desapareciendo, pierden fuerza e incluso, como en la figura de Amagoya, pagana vascona por excelencia, rozan el patetismo.
Amagoya se aferra a la leyenda de Aitor, no pierde la esperanza porque el pueblo vascón se mantenga pagano, vivo en sus tradiciones ancestrales. Pero el autor nos va descubriendo que las ilusiones y esperanzas de Amagoya no tienen ningún fundamento, que ha sido manipulada y engañada, y que el codiciado secreto de Aitor, patriarca de los vascos, no es lo que ella (y tal vez más de un lector) esperaba.
La religión cristiana se convierte así en hilo conductor de esta novela, lo que da vida a sus personajes, ya sea para bien o para mal, y por la que en más de una ocasión Navarro Villoslada exagera en sus principios religiosos como lo demuestra al incluir en los diálogos pasajes de la Biblia. Incluso en su aparente afán por hacer desaparecer el paganismo de la tierra de los vascos parece querer infravalorar aspectos de la mitología de estos al desbaratar a algunas de sus figuras más características.
Por el contrario, sí que recurre a la leyenda de Teodosio de Goñi, introduciendo a ésta y al personaje en la trama de la obra como si se tratara de algo proveniente de la imaginación del autor. Como bien es sabido, según la leyenda, Teodosio cumplía condena en Aralar por haber cometido un parricidio de forma involuntaria, pero se le presenta la oportunidad de salvar una vida de las garras del dragón Herensuge, finalizando así su penitencia. Pues bien, con algunos retoques imprescindibles para poder acoplar tal leyenda a la novela, pero así aparece ésta en «Amaya».
Navarro Villoslada nació en 1818 y falleció en 1895, es decir, fue contemporáneo del zuberotarra Augustin Chaho. En más de una ocasión es posible intuir la influencia de éste sobre el escritor navarro, como el hecho de que ponga en boca de vascos de la zona de Nafarroa el término «eskualdunak» cuando deberían decir «euskaldunak». Ambas palabras significan lo mismo, solo que la primera es propia del euskara hablado en Iparralde y la segunda de Hegoalde. ¿Y por qué Chaho y no cualquier otro escritor de la zona norte de Euskal Herria? La respuesta está en Aitor.
En su ansia por encontrar el origen de los vascos, Chaho creó la leyenda de Aitor, punto de inicio de la raza vasca, cuyos hijos se distribuyeron a ambos lados de los Pirineos, dando lugar a lo que hoy conocemos como Euskal Herria. Navarro Villoslada recurre a dicha leyenda y la convierte, no a ésta si no al supuesto secreto que Aitor debió dejar a sus descendientes, en algo que atrae la atención del lector, lo mantiene en vilo durante toda la novela y, finalmente al descubrirlo, le sorprende, aunque la sorpresa en este caso no será de carácter neutral y puede que agrade o no al lector.
Son varios los críticos literarios que han resumido esta obra como un simple enfrentamiento entre cristianismo y paganismo, siendo siempre el primero ganador desde los primeros capítulos y característica llevada por el autor hasta límites extremos (sobre todo teniendo en cuenta que «Amaya» es básicamente una novela histórica y romántica). El culto pagano, por su parte, tiene los días contados y por ello Navarro Villoslada parece tratarlo, a través de unos personajes que ven perdiendo fuerza según avanza la historia, con la misma lástima que alguien pudiera sentir ante un sentenciado a muerte. Sin embargo ese choque entre las dos vertientes esconde tras de sí algo que podría calificarse de racismo o al menos de intolerancia. Este dato probablemente no sea más que el resultado de la ferviente devoción católica del autor que acaba definiendo a los judíos, una vez más a través de sus personajes, con los tópicos racistas más populares, incluso hoy en día. Así, resulta sorprendente el buen trato que reciben los vascones paganos con respecto a los judíos. Siempre quedará la duda de si los primeros son mejor tratados que lo segundos por ser vascones o por el mero hecho de no ser judíos.
Ya hemos descubierto, al analizar diferentes aspectos de la obra, algunas características personales del autor de «Amaya», pero ¿sería también posible definir cuál era la postura política de Navarro Villoslada tras leer su obra? Sabemos por su biografía que fue de tendencia carlista, de hecho en la novela hace mención en un par de ocasiones a los Fueros y su importancia para los vascos, aunque no va más allá de eso, de un simple recordatorio. Es evidente la presencia a lo largo de toda la obra del catolicismo, sobre lo cual ya no es necesario extenderse más. Habla de Vasconia como patria de los vascos, y habla de un rey. Sin embargo, y aunque les esté otorgando una monarquía propia, el concepto de una tierra vasca independiente no acaba de verse del todo claro. Cualquiera que lea el escrito que Aitor deja a sus descendientes puede llegar a entender entre líneas que el patriarca vasco llama a la sumisión, a la aceptación del poder establecido en el momento en que se descubre tal texto. Si bien éste no hace referencia a un poder político en concreto si no a otro tipo de presencia, esa sugerencia a la sumisión de los vascos no puede estar relacionada con un pueblo que desea continuar su camino de forma independiente, con un rey propio y unas estructuras políticas autóctonas. Con respecto a esto, basta leer los últimos párrafos de «Amaya» en los que el autor catapulta al pueblo vasco de manera definitiva dentro de la nación española, de nuevo bajo el pretexto unificador del catolicismo.
Estamos, sin lugar a dudas, ante una obra peculiar por sus características, por la complejidad de su historia y de sus personajes; por su mensaje (tanto el que se lee de primera mano como el que solo se descubre entre líneas), por todo lo que nos ofrece sobre su autor y la época en la que éste vivió. Y si, como bien decíamos al principio del artículo, «Amaya» puede convertirse para el lector en una novela de culto, también puede acabar decepcionándole, sin que esto último le reste ni un ápice de ese halo de obra mítica que llevan sobre sí algunas novelas de la categoría de «Amaya o los vascos del siglo VIII».