Alemania mira al Este

Alemania mira al Este. Es una intuición que tengo hace tiempo, quizá desde que leí El Danubio, de Claudio Magris, en el que se levanta acta de como la cultura y los intereses alemanes se proyectan dominantes río abajo, cubriendo aquella amplia zona de Europa que vierte sus aguas al gran río. Más tarde he ido consolidando esta idea. Bismarck no quiso nunca un imperio fuera de Europa: consumada en Versalles la unidad de la nación alemana, solo concebía su expansión hacia el Este. Sostuvo que el II Reich sería la potencia continental hegemónica si lograba conjugar sus intereses con los de Austria y Rusia, aislar a Francia y dejar a Gran Bretaña el dominio de los mares. Y en 1917, escribe Sebastian Haffner (en El pacto con el diablo) que “Alemania quiso y apoyó la transformación de Rusia a través de la revolución bolchevique. (…) Con esta alianza de Alemania con la revolución bolchevique –que fue un pacto con el diablo para ambas partes– empezó todo”.

En esta línea, el domingo de Pascua de 1922, en Rapallo, pueblo de veraneo cercano a Génova, Alemania y Rusia firmaron un acuerdo. Lo hicieron en medio de una conferencia europea –la de Génova– que tenía un objetivo distinto (un nuevo sistema monetario), y a espaldas de las potencias occidentales. La sorpresa fue mayúscula por dos razones: 1. Que una Rusia comunista y una Alemania anticomunista concertasen una alianza contra Occidente; 2. Que lo hiciesen de repente. Fue una alianza entre la derecha alemana y la izquierda rusa basada en una auténtica comunidad de intereses, e impulsada por el odio hacia Occidente. Los primeros alemanes que viraron hacia Rusia fueron los militares. Los políticos estaban divididos: los había “prooccidentales” (los socialdemócratas y los burgueses de izquierdas) y “proorientales” (la derecha). Alemania y Rusia firmaron en Rapallo su auténtico tratado de paz tras la Primera Guerra Mundial: cada parte reconoció los territorios de la otra, entablaron relaciones diplomáticas, se obligaron a pagar indemnizaciones, se declararon nación más favorecida y pactaron cooperación y asesoramiento económico. El mercado ruso era entonces primordial para la industria pesada alemana. En una Historia de la diplomacia aparecida en Moscú en 1947 se dice: “El tratado de Rapallo frustró el intento de Occidente de establecer un frente único capitalista contra la Rusia soviética. Los planes de restaurar Europa a costa de los países vencidos y la Rusia soviética fueron condenados al fracaso”.

Había quedado abierta la puerta a una cooperación militar secreta entre Rusia y Alemania, más estrecha que la que jamás hubo incluso entre aliados. Esta ha sido, hasta la fecha, la mayor paradoja de la historia germano-rusa: los elementos esenciales del ejército alemán, que en 1941 casi acabó con la Rusia soviética, se crearon a partir de 1922 en la Unión Soviética, bajo el más profundo secreto y con el pleno consentimiento y ayuda del gobierno soviético. El tratado de Versalles prohibía a Alemania que la Reichswehr superase los 100.000 hombres y dispusiese de tanques, bombarderos y gases tóxicos. Hasta 1927, Alemania estuvo bajo control de sus vencedores y, más adelante, los servicios de inteligencia aliados hubiesen impedido la creación de una flota de tanques y de una fuerza aérea si se hubiese intentado en la propia Alemania, pero lo que sucedía en la Rusia profunda era entonces inescrutable.

Así se hizo. Entre 1933 y 1939, bajo Hitler, se crearon las más potentes fuerzas aéreas y los tanques más combativos del mundo mediante un trabajo paciente e incesante… ¡en Rusia! La base de la Luftwaffe radicó en Lipeck, entre Moscú y Voronov. La de la artillería, en Kazán. En Oremburg se disponía de amplios territorios, cuyos pueblos fueron evacuados, para probar agentes químicos. Estas bases eran a su vez centros de fabricación y de instrucción. A cambio, entre otras contraprestaciones, los rusos lograron que oficiales suyos se entrenaran con los alemanes, recibiendo una formación germánica. Con lo que se consumó una doble paradoja: los rusos dejaron que los alemanes desarrollaran y aprendieran a dominar en su país las armas con las que después les invadieron, y los alemanes se convirtieron en los maestros de sus futuros vencedores. Y, por fin, Alemania y Rusia se aliaron contra Polonia.

¿A qué viene todo esto? Ayuda a entender algunas decisiones de los últimos años.

LA VANGUARDIA