No conocí a Jaime del Burgo Torres y nunca me hubiera interesado por su persona y su obra si los empellones de la vida no nos hubieran llevado, por distintas razones, a caminar por algunas sendas comunes. Y es en esos lugares comunes y públicos donde descubrí nuestras profundas diferencias, que hoy, en la hora triste de los recuentos, quisiera recordar. No me gusta callar ni en los entierros; suenen loas y alabanzas si alguien las merece, pero también las denuncias, sobre todo si de lo que se trata no es de juzgar un finado, sino un referente público. Y como todos nos llevamos apenas unos instantes de diferencia en nuestro viaje cósmico hacia el polvo, invito a mis adversarios a que hagan lo mismo conmigo cuando me llame la parca. Así quedaremos todos en paz.
El golpista: Faceta de Del Burgo que descubre inmediatamente cualquiera que indague los pródromos de la guerra civil. Su nombre evoca inmediatamente la Navarra de 1936, agitada con un golpe militar del que fue uno de sus apologetas. Durante la República recibió entrenamiento en la Italia de Mussolini y fue detenido por enfrentamientos callejeros contra los republicanos que le acusaron en la prensa de «matón terrorista e incendiario». Fue detenido acusado de portar «una porra de alambre y una navaja cabritera», y sus palabras, escritas en 1934, no dejan ninguna duda de sus intenciones: «Seamos hombres y sepamos vengar al caído; aunque sea haciendo poner para todo el año a los socialistas crespones de luto en sus centros: Porque contra esos cualquier procedimiento que se utilice es bueno: la bomba, el puñal y el incendio».
El Historiador: Hace más de treinta años comenzamos el recuento de lo que supuso la masacre del 36, y de nuevo nos topamos con la figura de Del Burgo historiador, sosteniendo unas cifras de represaliados ridículas, que cayeron en el descrédito a la menor indagación. Según sus números sólo fueron 232 las ejecuciones judiciales y 446 las sumarias, esto es, casi cuatro veces menos de las cifras reales. El tema no sería tan grave si, a la luz de los nuevos estudios, las cifras reales hubieran sido admitidas, porque en toda indagación histórica, las nuevas fuentes siempre enriquecen los trabajos pioneros. Pero después de aparecer la obra «Navarra 1936» en la que Altaffaylla aportaba la ficha completa de más de 3200 asesinados, Del Burgo editó su «Historia de Navarra», en la que insistía en sus cifras y denostaba las de Altaffaylla por «politizadas». Hace falta ser un gran prestidigitador para hacer desaparecer casi 2500 navarros de un plumazo. Afortunadamente siempre aparecen, como vimos el otro día en Fustiñana.
El censor: Ya me había alejado algo de estas investigaciones macabras cuando me entretuve en temas más livianos de los archivos navarros. Y héte aquí que de nuevo surge la sombra de Del Burgo, como responsable de la censura franquista en Navarra, imponiendo sanciones a quienes sobrepasaban sus prejuicios morales. Era de ver su firma censurando la película El signo del Zorro, de Tyrone Power, porque en la propaganda de mano se leía: «El Zorro, amigo de los pobres, adorado por las mujeres, idolatrado por los hombres, temido por los tiranos!» Demasiado sugerente para aquellos años. Los archivos municipales están llenos de sus órdenes y prohibiciones sobre películas de cine, teatro, libros y canciones. El famoso son cubano «Se va el Caimán» fue prohibido por sus versos: «A la criada de mi casa / se le quemó el delantal / si no vienen los bomberos / arde el cuarto principal». La misma suerte corrió Mariquita la traviesa; Cómo te voy a querer; Bailando la Java… En 1948 informó a todos los pueblos que había sido prohibida la canción La del Roncal, del maestro Gracia. Y más tarde «queda prohibida la interpretación de la estrofa de la canción «Carita gitana» que dice «Cuando Dios acabó el cielo / se bebió un chato de Montilla…» La censura de los libros no provoca la misma hilaridad: Baroja, Alejandro Dumas, Pío Baroja, Benavente, Galdós, Pardo Bazán, Zorrilla, Tolstoy, Víctor Hugo, Tagore, Machado, Quevedo, Dostoyewski, Shakespeare… Tristes años.
El literato vasco: Y como editor, me interesé por la obra del que fue Premio Nacional de Literatura en 1967.
Así descubrí la faceta vascófila de Del Burgo, cuando las derechas navarras no decían las tonterías que dicen ahora sobre el tema. Ya es conocida su llamada «Vascos: la espada empuñad» hecha desde la cárcel de Pamplona, pero es en su libro «Conspiración y Guerra civil» donde más añora que todo Euskalherria se alce so el Árbol de Gernika : «A las brumas de mi mente sólo acudían los ecos de aquel hermoso himno del Tercio de Nuestra Señora de Begoña que cantábamos en nuestras marchas y con el que pensábamos desfilar en Bilbao. ¿Recordáis?: Euskalerri guztiko / mendietan biztu da / Gernikako Arbolapian / euskaldunen fusillak…» En su novela «El valle Perdido», editada en 1940, dos pilotos navarros aterrizan en un lugar desconocido, donde les reciben extraños espatadantzaris carlistas de boinas rojas, con danzas y «reminiscencias salvajes que flotan todavía en el corazón de los vascos…». Los jóvenes, «como todos los vascos auténticos» se integran en ese mundo perdido, porque tienen «esa innata inclinación a lo legendario que caracteriza a los individuos de su raza…» Los habitantes del valle se llaman Iru, Azti el brujo, Aritz, Miren… Todo en la novela son txistus, dantzaris, irrintzis, blandir de ezpatas… Sabino Arana no la hubiera escrito muy diferente: el valle perdido sería para Sabino el guardián de las esencias vascas-vascas como para Del Burgo vasco-españolas, pero para los dos sujeto, espacio e iconografía eran idénticos.
Agur Del Burgo, descansa en paz. Espero que tu obra y aquellos años que la hicieron posible, sean un mal recuerdo, ya superado. Pero no estoy nada seguro.