Afirma Maragall

Como corresponde a un ciudadano interesado en la política, pero también como patriota con alguna idea acerca de cómo desearía que fuera mi país, sigo con sumo interés las palabras y los gestos del actual presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall. No puede ser de otra manera. Se trata, lo reconozco, de una atención acentuada por las dificultades de comprensión de un pensamiento político que considero heterodoxo, por no decir confuso. Aunque, también acepto que podría tratarse de mi confusión, resultado del uso por parte del presidente Maragall de un sistema conceptual que, o bien no forma parte de mi elemental tradición política y de la que no llego a entender en todos sus matices, o bien que se encuentra aún en construcción y avanza según se ve el terreno, sin un plan bien establecido. El cambio de cultura política que supone pasar del discurso de Pujol al de Maragall no es fácil de asumir. Pujol tenía un pensamiento político fuerte en Catalunya, clásico en Europa y provocador en España, pero su práctica tactista acababa poniendo en cuestión la coherencia entre discurso y acción.

El segundo parece tener un pensamiento débil -en el sentido filosófico de la palabra- cuya mayor virtud es su capacidad de acomodación a las circunstancias, moldeando los conceptos habituales a su antojo como si fueran de plastilina, pero guiado por lo que podría ser -el tiempo lo dirá- una cierta intuición estratégica. Es decir, no es que Pujol y Maragall se encuentren en los extremos opuestos de un eje plano, sino que están uno en las antípodas del otro. Pujol supo durar en Catalunya pero no pudo avanzar ni un paso en España, mientras Maragall quizá consiga algún cambio allí, aun a costa de una presidencia que podría ser perecedera.

Fruto del interés antes mencionado ha sido la lectura atenta del discurso de Pasqual Maragall en el Foro Nueva Economía celebrado en Madrid el pasado 26 de enero y que seguía el hilo de las declaraciones efectuadas en Bruselas unos días antes. Y a propósito de éste voy a apuntar tres comentarios. En primer lugar, Maragall se presentó en Madrid para contar cuáles son «las aspiraciones de Catalunya». Como es lógico, Maragall hace ahora lo propio de Pujol -tan criticado en su momento por el PSC- atribuyéndose, como líder político del actual Gobierno, la representación de la voluntad del conjunto del país. Maragall no contó su propuesta, ni la de su partido ni la de su Gobierno, sino lo que con la apropiación de la voluntad general, a no ser sugerir que quizá debería también explicar a los propios catalanes cuáles son nuestras aspiraciones. Aunque sólo fuera para saberlo… Dicho de otro modo: Maragall sigue más empeñado en convencer a los españoles de lo que debería ser España -y Catalunya en ella- que interesado en cuajar una voluntad mayoritaria de los catalanes a favor de su proyecto. Y podría ocurrir que después de conseguir que España aceptara un cierto reajuste en el modelo, los catalanes no le siguieran. Hasta ahora, la máxima dificultad que se vislumbra en la reforma del Estatut es su aprobación en Madrid, pero se da demasiado fácilmente por sentado que sea cual sea la reforma, va a merecer el apoyo final de los catalanes. Y eso está por ver.

En resumen: no sé si Maragall convence en Madrid, pero ¿seduce en Catalunya? En segundo lugar, el proyecto político de Maragall para Catalunya aparece bien definido en sus grandes rasgos en la conferencia del Foro Nueva Economía. Quizá no sea nada nuevo, pero el modelo aparece mejor trabado que en otras ocasiones. Los objetivos de la reforma estatutaria son claros, la vía catalana está bien marcada y se consideran adecuadamente las consecuencias que puede tener para el conjunto del Estado. Incluso la crítica al centralismo político y mediático que actualmente reduce la complejidad de un modelo que Maragall querría plurinacional, pluricultural y plurilingüístico es clara. Pero todo ello se enfrenta a una dificultad elemental: el éxito de la propuesta no depende de lo que desee Catalunya, ni tan siquiera del reconocimiento que consiga Catalunya en España, sino que de cómo se conciba España a sí misma. Y la vía catalana de Maragall, ante este reto, tiene una debilidad consustancial: evita poner el acento en el «sujeto» -como dice el propio Maragall- para centrarse en el «verbo». Es decir: lo importante no es quiénes seamos unos y otros, sino cómo nos relacionamos. Pero la pregunta es: cuando se busca, precisamente, un cambio en tales relaciones ¿no debe acentuarse el papel de los sujetos y de su voluntad de cambio? Y ¿tiene Maragall algo pensado por si, como en el anuncio, las Cortes responden «pues va a ser que no»?

Finalmente, Pasqual Maragall sigue conceptualmente bloqueado ante la cuestión del nacionalismo. Algo que resulta tan elemental en todo el mundo y él sigue reprimiendo el concepto, para luego vivirlo como un fantasma que le persigue. Empieza dudando de la utilidad de las categorías nacionales, resta importancia al sujeto político, para pasar luego a pedir un cambio constitucional donde se mencione que Catalunya, País Vasco y Galicia son «comunidades nacionales». En eso, Maragall es de un antiguo desesperante, de cuando se creía en el final de los nacionalismos y en los futuros posnacionales. Maragall está todavía en aquello de «los nacionalistas son los otros». Y es justamente esta censura -casi en el sentido freudiano- lo que le obliga a disminuir al sujeto al cual representa. Desde mi punto de vista, ahí está la principal debilidad de todo su proyecto. Y no me refiero a una debilidad meramente conceptual, sino política. Seguiremos, pues, atentos a lo que afirme Maragall.

17.01.2005

Publicado por La Vanguardia-k argitaratua