Acuerdo de claridad o cómo fabricar una no-noticia sobre una nada

El president Pere Aragonès volvió a desempolvar ayer el espectro del acuerdo de claridad, ese proyecto irreal que el parlamento ya le tumbó hace semanas. Y lo hizo anunciando a bombo y platillo… nada.

Lo escenificó como si fuera una gran ocasión, pero ni un grano de trigo. Primero el govern convocó un ‘off’ –una reunión en la que los periodistas se comprometen a no hablar de lo que se dice, a cambio de tener información de contexto–, que todo el mundo sabe que es una de las cosas que más excita a los periodistas, porque les hace sentirse especiales. Y acto seguido el president Aragonés compareció en la conferencia de prensa del govern, una reunión en la que su presencia siempre es extraordinaria. Sin embargo, todo ello para no explicarnos nada, porque no tenía nada que explicar.

La virtualización mediática de la política es una tendencia peligrosa que desgraciadamente se ha hecho cada vez más habitual. La cosa consiste en no hacer ninguna propuesta concreta ni tangible en el lugar donde hacerlo –es decir, en el parlament o en la mesa del consejo– y sustituir la acción política por titulares de diarios. Titulares que, lógicamente, no dan pie a ningún compromiso formal ni legal y pueden ser fácilmente negados o matizados, incluso enterrados, si conviene.

Desgraciadamente, nos hemos acostumbrado demasiado a este tipo de política. Y de periodismo, cabe decir también. Pero el caso es que la gestualización hecha ayer por el govern de Catalunya supera de largo todo lo que se había visto hasta ahora. Porque dentro de la “noticia” no había nada. Ningún señuelo. Ninguna cosa a la que agarrarse. Ninguna novedad. Ni un nombre, ni un calendario concreto, ni una propuesta tangible y comprobable, ni un miserable redactado, ni un triste PowerPoint. Nada de nada. Había un gráfico que parecía hecho en tres minutos con el Canva (https://www.canva.com/es_es/) y que proponía una especie de fases vaporosas, absolutamente vagas, y nada más. Tres minutos de trabajo, quizás cinco, y vale.

Vale, pero todo el mundo enseguida a escribir titulares hablando del acuerdo de claridad, las tertulias dedicadas a llenar minutos y más minutos y todos a dar vueltas a la noria. Inútilmente. Perdiendo el tiempo. Que podemos sospechar que es de eso que lo que se trata. En VilaWeb incluso discutimos si teníamos que hacer noticia de una no-noticia hecha de una nada. Al final decidimos que sí, básicamente porque si no hablamos nosotros partiendo de una posición crítica dejamos el campo a quienes hacen propaganda. De modo que san volvamos a ello:

1. El acuerdo de claridad en Canadá, que es el que reivindica ahora el govern de Cataluña, fue una maniobra contra el movimiento independentista quebequés. Rechazada en bloque por el parlamento quebequés, incluidos unionistas, como una intromisión intolerable en la soberanía del país y contraatacada con la famosa ley 99 –que si el govern de Catalunya tuviera que copiar ninguna ley debería ser ésta.

2. Entre las pocas cosas que ya sabemos que nos van a proponer, la idea del govern es que el voto de los unionistas valdría más que el de los independentistas. Esto porque se copiaría de forma acrítica, y muy ignorante, el referéndum de Montenegro, con unas condiciones rigurosísimas impuestas de fuera. Condiciones que los independentistas montenegrinos consideraron un ataque gravísimo a los derechos democráticos y se negaron a aceptar.

3. Ojalá hubiera un referéndum acordado, pero todos sabemos que el Estado español nunca, nunca, nunca, nunca, nunca aceptará un referéndum en el que Cataluña pueda decidir sobre la independencia, porque la clase dirigente del Estado español tiene una alergia absoluta al ejercicio de la democracia. (Palabras de Oriol Junqueras que comparto de arriba abajo).

4. Resulta que el Parlament de Cataluña ya ha rechazado de forma contundente la propuesta de impulsar este acuerdo de claridad. De modo que insistir en el mismo, pasando por encima del legislativo, es un menosprecio tan evidente y tan claro del papel del parlament en el sistema democrático que llega a ser preocupante. Porque lo que se asoma por la puerta es el autoritarismo y la imposición. Tan de izquierdas y progre como quieran, pero autoritarismo e imposición al fin y al cabo.

5. Como muy bien recordó ayer el president Puigdemont, la propuesta de este acuerdo llamado de claridad la defiende una minoría del parlament que no puede suscitar consenso. Por el contrario, las leyes del referéndum de autodeterminación y la ley de transitoriedad jurídica y fundacional de la República han sido aprobadas con mayoría absoluta, incluido el voto del president Aragonés. Y, por tanto, se sigue impulsando lo rechazado y se sigue despreciando lo aprobado.

6. Es demasiado evidente que todo esto, como denunciaba ayer con precisión la CUP, consiste en alimentar “el relato falaz” de la mesa de diálogo entre el gobierno español y el govern catalán. Aquella mesa que debía reconocer la existencia de un problema nacional y conducir ella sola hacia la desjudicialización y hacia un referéndum de autodeterminación –sin necesidad, decían entonces, de ningún acuerdo de claridad. No llegó nada.

y 7. Para defender este proyecto vacío, el president Aragonés, casi como único argumento, dice que no hay otra vía para hacer la independencia. Y esto no es verdad. La independencia la hizo la gente en la calle el Primero de Octubre y la hizo el parlamento el 27 de octubre de 2017. Quien no la hizo fue el govern. Por tanto, todo es cuestión de no frenar en el último momento. Pero desde luego sabemos cómo se hace la independencia; por supuesto que es evidente que hay una alternativa a esta parálisis que vivimos.

VILAWEB

 

Lo oscuro del acuerdo de claridad

Lo oscuro del acuerdo de claridad propuesto por el president Pere Aragonès no es la voluntad de hacer claras las condiciones para la celebración de un referéndum de autodeterminación. Lo absolutamente oscuro es el hecho de prever que pueda ser resultado de un acuerdo. De modo que, por mucho que los expertos y toda esta muestra aleatoria de ciudadanos a los que se va a consultar sean capaces de establecer criterios de claridad, lo que no tiene ningún futuro es que la otra parte acuerde algo voluntariamente.

Tiene razón el president Pere Aragonès cuando, ante el rechazo a su propuesta, pregunta al resto de partidos qué alternativa tienen para resolver el conflicto político entre España y Cataluña. Bien sabemos que la petición del president no tiene recorrido alguna por la banda unionista, particularmente del PSC, que ni siquiera reconoce que haya conflicto alguno a resolver, y que asegura –pensando en sus intereses, claro– que volver a hablar de referendos de soberanía sí reabriría un conflicto del que se atribuye la resolución.

Por el contrario, preguntar a los partidos independentistas cuál es la alternativa que tienen pensada para llegar a la independencia tiene todo el sentido. Y lo tiene sobre todo porque el acuerdo de claridad no es la alternativa. El retorno actual al autonomismo para, desde ahí, volver a especular sobre futuros acuerdos con el Estado no es una alternativa mínimamente razonable. El acuerdo de claridad es, más bien, un chute de pelota adelante a la espera de un milagro que ya sabemos que no se va a producir. Pero la propuesta tiene esta virtud y quizá sea lo que realmente busca: forzar al resto del independentismo a concretar una estrategia, y no sólo dar vueltas y más vueltas sobre el objetivo final.

Y es que el problema que en estos momentos tiene el independentismo no es técnico, no es sobre la ‘claridad’ de los mecanismos necesarios para el ejercicio de la autodeterminación. El problema es político, en el sentido de dónde saca la fuerza para proponer una solución que pueda ser considerada legítima en el orden internacional. Porque, seamos claros: estudios e informes sobre las razones históricas, económicas, culturales, sociales y políticas que justifican la voluntad de emancipación nacional hay más que las que cualquier fuego podría quemar. Antiguos y recientes, públicos y secretos, frívolos y rigurosos, iluminados y de los que tienen los pies en el suelo. Estoy seguro de que, en proporción a nuestra dimensión, somos el país mejor –y mal– autorreflexionado del mundo. ¿Se necesitan más informes?

Si algo aprendí como miembro del Consejo Asesor para la Transición Nacional –y de haber colaborado, aún antes, en el documento ‘Estatuir Catalunya’– es que reflexión técnica y jurídica hay para dar y vender. Pero que del hecho de tener razón, o como mínimo de ser razonable en lo que quieres, no se deriva ni que te la den, aunque tengas la fuerza para imponerla. A pesar de todos los que insisten en hablar de engaños, todos los enviados de las cancillerías más importantes del mundo para conocer de cerca los trabajos de aquel Consejo Asesor se marchaban afirmando que estaban ante la independencia técnicamente mejor preparada de la historia. Y así era. Pero todas esas buenas razones no fueron suficientes.

Hay millares de informes, estudios, análisis, propuestas, debates, congresos, jornadas, simposios… Y es absurdo creer que por tener un par de razones más el adversario se rendirá a la evidencia. No hacer memoria de todos los esfuerzos de análisis y reflexión previos –como decía Jordi Carbonell de la prudencia– también puede hacernos traidores. No querer entender –o querer ensombrecer– la naturaleza del conflicto enmascarándolo con hipotéticos acuerdos sólo puede ser útil para ir tirando. O para alargar aquella ‘conllevancia’ de Ortega que Carod-Rovira ya había equiparado a la frustración.

ARA