Ni los griegos nos dejan pasar, ni los turcos nos dejan volver. Nos hemos quedado en medio”. Esta frase desgarrada de un joven iraquí, que el periodista Andrés Mourenza recogió a orillas del río Evros, resume la desesperación de los miles de refugiados que sobreviven a lo largo de los 200 kilómetros de frontera terrestre entre Grecia y Turquía.
Turquía ha decidido enviarlos hacia Europa con falsas promesas y llamamientos masivos, y al llegar a la tierra prometida Grecia los ha recibido con botes de humo y disparos al aire, y cuando han intentado retornar a Estambul, la policía turca los ha obligado a volver a la frontera. No pueden ni salir de Turquía, ni entrar en Grecia, y los últimos datos sitúan en más de quince mil las personas atrapadas en esa tierra de nadie. Las crónicas de los periodistas son desgarradoras: familias enteras sin apenas comida durmiendo en el suelo, a temperaturas bajo cero; niños intoxicados por los gases de los policías griegos; estafadores de todo tipo intentando rascar los últimos recursos de los migrantes; policías griegos robando sus pertenencias después de retornarlos; y en la suma, una amalgama de migrantes iraquíes, afganos, sirios, iraníes, somalíes, abandonados por Turquía (que se comprometió con la UE a protegerlos), por Grecia (que vulnera el derecho internacional con los push back o devoluciones en caliente) y por la UE, que está permitiendo el incumplimiento turco y la vulneración de derechos griega, vergonzosamente decidida a mirar hacia otro lado. Si a ello sumamos que estos migrantes llevaban más de un año refugiados en Estambul, que no se les permite trabajar y para sobrevivir necesitaban hacerlo en negro cobrando sueldos esclavistas, y que sus vidas anteriores han desaparecido para siempre, el drama humano es de enormes proporciones. Un drama que no parece importar a nadie.
¿Qué está ocurriendo? Lo que era previsible, que Turquía usara al contingente de refugiados como chantaje para sus intereses en la región, de ahí que fuera tan temerario y tan indignante su acuerdo con la UE. Ahora, después del ataque sirio –con apoyo ruso– a los militares turcos que avanzaban en su masacre contra los kurdos, Erdogan ha decidido usar a los refugiados como misil geopolítico para consolidar su limpieza étnica. Por eso ha enviado a los migrantes a la frontera, sin importarle la crisis humanitaria que ha creado. Es la suma de un régimen turco cada vez más tiránico, de una Grecia desbordada e incapaz y de una UE desalmada: el triángulo de la miseria política.
LA VANGUARDIA