En junio de 2020 la editorial Arcadia publicó una recopilación de textos de la filósofa húngara Ágnes Heller (1929-2019) que llevaba por título ‘El mundo, nuestro mundo’, traducido por Joan Vergés y M. Vicenta Lucas. En relación con nuestro presente inmediato, en la actualidad, hay un capítulo que me parece especialmente relevante. Se llama «Los metarrelatos europeos sobre la libertad». Toda cultura reposa sobre un conjunto de narraciones fundacionales que, con el tiempo, acaban teniendo un valor casi axiomático. Por lo general hacen referencia a la forma en que ordenamos nuestras jerarquías de valores. Debido a que esto nos llevaría a un ‘ex cursus’ interminable lo reduciré a un ejemplo. La mayoría de colectivos y personas concretas suelen valorar positivamente cosas como la libertad y la seguridad, pero no todos interpretan que primero va la libertad y después la seguridad, o al revés. Es sólo un ejemplo. Heller tiene presentes los dos pilares de la tradición occidental, la herencia judeocristiana y la grecolatina, e identifica algunos de estos metarrelatos en relación con la libertad. Lo más remoto, y también lo más decisivo a la hora de configurar una mentalidad, es el relato del Génesis bíblico: Dios nos hace libres porque, de lo contrario, la moralidad resultaría inconcebible. En cuanto a la tradición grecolatina, sobre nosotros gravitan las peripecias de la democracia griega o de la República romana, entre otros. Todo esto nos ha hecho ser como somos. Y ahora hay que añadir de inmediato: para bien y para mal…
Sea como fuere, el metarrelato más vivo, el que más influye en la política europea, sigue estando relacionado, en apariencia, con la Segunda Guerra Mundial, y de manera especial con sus causas. El objetivo real de los primeros intentos de una Europa unida no fue otro que neutralizar una nueva confrontación entre Francia y Alemania, reforzando las relaciones económicas entre ambos países y sus respectivas áreas de influencia. Se trataba de que los intereses de ambas potencias llegaran a ser comunes, porque esto alejaba la posibilidad de un nuevo conflicto, como así fue. Todo un éxito. La segunda parte consistió en integrar el resto de países de Europa occidental en una estructura común para crear un espacio diferenciado en el mundo polarizado de la Guerra Fría. También funcionó. La tercera parte consolidaba la situación: era la Europa del euro, nacida en enero del 2002. Todo indica que plantear un conflicto bélico entre Francia y Alemania no tiene hoy mucho sentido, y que el euro ha creado un nuevo ámbito económico de dimensiones más que considerables. Algunos de los objetivos programados se han consumado, pues, de forma más que satisfactoria. Otros no, sin embargo: la salida del Reino Unido, o las disonancias cada vez más acusadas que generan países como Hungría o Polonia, podrían descarrilar el proyecto de la Unión a medio plazo. Cosas tan diversas como la relación con Estados Unidos o con Rusia, la gestión de los grandes flujos migratorios, la demografía, la política de defensa o la ausencia de una alternativa energética real, también.
¿Eso es todo? No: por desgracia existen otros cambios más profundos, subterráneos, que pueden generar turbulencias importantes a largo plazo. Uno de ellos tiene que ver justamente con el metarrelato de la Segunda Guerra Mundial. Para mi generación (tengo 60 años) o la de mis padres (van hacia los noventa) hay varios episodios que no se pueden relativizar alegremente, ni mucho menos ignorar. El Auschwitz nazi o el Gulag soviético son algo más que un gran error histórico: representan un límite moral, una aberración inasumible en cualquier circunstancia. Puede ser de derechas, de izquierdas, de centro o de lo que sea, pero las aventuras malignas a las que acabamos de aludir no deben poder repetirse, y punto. He aquí un metarrelato en estado puro, porque actúa como un axioma que es a la vez político y moral. Es evidente que los alemanes que han contribuido a duplicar los resultados de la extremísima derecha ya no lo comparten. Parece obvio igualmente que entre las generaciones más jóvenes la Segunda Guerra Mundial resulta ya tan lejana y ajena como las peleas medievales. Ya no es un referente de nada. La idea de libertad comienza a parecer también una abstracción desvinculada de la vida cotidiana de las personas. Los nuevos metarrelatos tienen que ver con ideas muy infantiles sobre la seguridad, entendida como un tipo de dispositivo mágico: si expulsamos a los inmigrantes tendremos trabajo, un buen piso, etc. Si sustituimos inmigrantes por judíos ya tenemos la década de 1930. Es la misma historia, el mismo esquema, las mismas expectativas absurdas, la misma desmemoria.
ARA