Por un frente intelectual

Publicado en La Veu de Poble Lliure (número 21) el 28 de diciembre de 2024

El setenta y quinto aniversario del fallecimiento del periodista político Antoni Rovira i Virgili puede ser una excusa para realizar un balance de su aportación teórica y su adecuación al momento presente del país. Pero la efeméride también puede servir para ponderar cuál debe ser la función del intelectual en la coyuntura actual. Las lineas que siguen –sin pretender nunca hacer una síntesis de historia política contemporánea– son un esbozo en el que se intenta tratar el doble objetivo mencionado y el esbozo de un hipotético frente intelectual.

BALANCE DE LA APORTACIÓN TEÓRICA DE ROVIRA I VIRGILI

Escenario

Rovira i Virgili, intelectual-político identificado con un liberalismo de izquierdas de la época en la que vivió, provenía de la juventud republicana federal de Tarragona (ciudad donde nació en 1882). Articuló, esencialmente, un programa ideológico fundamentado en el binomio conciencia histórica–conciencia política. Ambos factores ligados impulsaron un modelo de periodismo político, una obra historiográfica y una concepción ideológica estructurada esencialmente entre su militánica en la Unión Federal Nacionalista Republicana –entre el año de su fundación, 1910, y su marcha del partido, en 1914, a raíz del pacto electoral de los nacionalistas republicanos con los lerrouxistas y en Acció Catalana, plataforma patriòtica fundada en 1922 a raíz de la crisis de estrategia de la Lliga Regionalista.

En el período aproximado de doce años 1912-1924, Rovira construyó su modelo de análisis teórico y catalizó la relación entre conocimiento histórico y conciencia política nacional a través de la prensa –El Poble Català, La Nació, Iberia, La Veu de Catalunya o La Publicidad/La Publicitat. Elaboró, en consecuencia, textos populares de apoyo al tejido asociativo y a sectores menestrales, obreros y profesionales, empezó la redacción de su obra magna, la ‘Historia Nacional de Cataluña’ (1922-1934) y fundó, en 1924, la ‘Revista de Catalunya’, de la que fue director hasta 1929.

Esta parte de la obra roviriana tenía como finalidad difundir elementos ideológicos que debían ser proyectados a través de un proyecto político. El periodismo político roviriano se dirigía a comentar las coyunturas políticas del momento y le permitía expresar la dinámica de los movimientos nacionales que existían en Europa antes de la primera gran guerra (1914-1918), que eclosionaron a raíz de la aplicación del principio de las nacionalidades, es decir del principio de autodeterminación.

Sin embargo, la empresa editorial que trataba de reunir la orientación nacional y el trabajo profesional y político de Rovira –elaborado hasta los primeros años veinte– fue la ‘Revista de Catalunya’, fundada en 1924 como órgano intelectual de concentración nacional-repubicana. En el momento de la aparición constituyó un salto cualitativo en cuanto a publicaciones que tenían en cuenta corrientes de pensamiento europeas (1). En la misma Rovira incorporó cuadros intelectuales universitarios, académicos –filósofos, historiadores, economistas, científicos, políticos. Quería consolidar desde la literatura de ideas un ámbito de alta cultura. La concepción cultural roviriana proponía un modelo de cultura estandarizada de alcance social interclasista y fundamentada en una proporcionalidad del nivel de lenguaje.

Pero la definición de un ideario político debía regir el trabajo intelectual. Rovira, en este sentido, aportó una concepción en torno al hecho nacional, que podría ser esquematizada así: ‘los factores configuradores de una nación, naturales u objetivos, no son suficientes si no son incorporados a través de la subjetivación. Esta subjetivación se alcanza a través de la concienciación cultural-nacional de la realidad nacional y culmina con la aplicación de la voluntad política, es decir, del derecho de los pueblos’. El planteamiento roviriano no se limita al convencimiento del reconocimiento de un país, sino que la comunidad nacional sólo tiene sentido si la nacionalización cultural (Rovira redactó un programa de catalanización en ‘La nacionalización de Cataluña’ [1914]) apoya en el ‘querer ser’.

El proyecto nacional del periodista tarraconense fue profundizado entre los años 1912 y 1917 con cuatro trabajos: ‘Renovación de la doctrina del nacionalismo’ (1912), ‘Historia de los movimientos nacionalistas’ (1912-1914), ‘El nacionalismo’ (1916) y ‘Nacionalismo y federalismo’ (1917). En síntesis, se trataba de situar el enfoque federalista de Pi i Margall, referente de cabecera de Rovira i Virgili, en el marco de un conflicto nacional (catalán) y aplicar la doctrina del libre pacto propia del autor de ‘Las nacionalidades’ (1876). Conjuntamente a la voluntaria alianza entre pueblos, Rovira proponía la federación interna (‘federalismo regional’) entre regiones históricas de un mismo ámbito nacional (en caso de que nos ocupa la confederación entre el Principado-País Valenciano-Islas y Cataluña Norte).

Rovira

Los nacionalistas republicanos ‘nacionalizaron’, pues, la estrategia republicana de Pi i Margall y evitaron una lectura restrictiva: el federalismo de Estado construido de arriba abajo. Se trataba, por el contrario, de construir un ‘pacto’ (voluntario) de abajo a arriba. La propuesta de Rovira, y del espacio confederal republicano, venía a superar el planteamiento naturalista del hecho nacional basado tan sólo en la lectura objetiva de la nación sin apelar a la voluntad política. La adopción de la teoría natural de los pueblos se insertaba en el posicionamiento regionalista conservador, es decir, el formulado por Enric Prat de la Riba en ‘La nacionalidad catalana’ (aunque Rovira reconoció que hacia 1916-1917 Prat evolucionó hacia la valoración de la voluntad política en la dinámica nacional de los pueblos).

Bajo del esquema roviriano había un planteamiento liberal (expresado por la voluntad humana) derivado de la vindicación de la libertad proclamada en la Revolución francesa y de la aplicación del principio de la libertad de las colectividades nacionales. Es decir, del principio derivado del movimiento político romántico irradiado en la etapa de la primera mitad del siglo decimonono llamado ‘primavera de los pueblos’. Rovira, que sintetizó el espíritu revolucionario antimonárquico francés y la tendencia progresiva del movimiento ronánico, acopló el principio de libertad y franternidad revolucionarios a través del principio de las nacionalidades.

Sin embargo, hay que añadir que la intervención política de Rovira no acabó en las filas de Acción Catalana, sino que la evolución orgánica roviriana vino marcada por la incorporación (fue fundador) a Acció Republicana (1930-1931) en el Partit Catalanista Republicà (1931-1932. Sin embargo, en una veintena de años la ideología nacional fundamental del historiador no sufrió alteraciones. Rovira modulaba aspectos de su teoría según el contexto político. Tanto la cabecera que fundó, ‘La Nau’ (1927), y que dirigió entre 1927 y 1933, como la trayectoria en Esquerra potenció el mensaje liberal de izquierdas y la vinculación a una política socializante.

Su intervención en cabeceras españolas como ‘El Sol’ y ‘Crisol’ sirvieron para cuestionar la doctrina federal unitarista de los intelectuales republicanos españoles en el marco del debate del Estatuto de Núria, sustancialmente desnaturalizado por las Cortes republicanas españolas, y aprobado en septiembre de 1932 (2). Los años republicanos de Rovira alternaron la intervención en la prensa de partido –en el órgano de Esquerra Republicana ‘La Humanitat’– y el análisis de coyuntura, que contó con dos ensayos: ‘Defensa de la democracia y Cataluña’ y la ‘República’.

La reedición del texto ‘El nacionalismo’ titulado de nuevo ‘Principio de las nacionalidades’ (1932) –con el título readaptado porque, a juicio de Rovira, la palabra ‘nacionalismo’ no debía ser identificada con el entonces fascismo rampante– tomaba sentido en la etapa del debate nacional del republicano nacional reforzado. Por otra parte, el compromiso antifascista de Rovira en el marco del trienio bélico de 1936-1939 se manifestó en el interior y en el exilio (3).

Un balance de la obra

Intelectuales-políticos como Rovira (todo intelectual contiene una dimensión política, consciente o inconscientemente) (4) formaban parte de una etapa (primer tercio del siglo XX) caracterizada, entre otros factores, por la recomposición de la división del trabajo (aplicación de la denominación ‘organización científica del trabajo’ o trabajo en serie) una nueva etapa de lucha de clases, la emergencia de la organización sindical de los campesinos (Unió de Rabassaires), la sindicación de los trabajadores técnicos, la propuesta de modelos urbanos y el desarrollo de políticas de organización territorial (debate en torno a la comarcalización). Esta serie de cambios sociales y de luchas comportó, especialmente en los novecientos, la unidad entre la lucha social y la lucha cultural. El modelo soviético catalizaba el obrerismo y convergía con espacios intelectuales de vanguardia (creadores que empezaron a identificarse con el surrealismo acabaron en los partidos comunistas). Este contexto –en parte materializado en el Principado entre la crisis de la Restauración borbónica y la transición de la Dictadura de Primo y proclamación de la Repúblicana por Francesc Macià– traslucía las contradicciones del Estado español en cuanto al modelo de organización territorial. Se trataba de un contexto que contó con la renovación del nacionalismo español en manos de intelectuales republicanos, la formación de un naciente falangismo y la persistencia del españolismo africanista, el cual concebía las naciones peninsulares como «colonias interiores».

Ante una concepción política y militar española expansionista en un Estado en crisis de legitimación, fue como se fue formando en el Principado un movimiento cultural e intelectual poliédrico: del modernismo al novecentismo (novecentismo republicano bajo la Cataluña republicana de entre 1931 y 1939), y de éste al bloque intelectual revolucionario socialista, comunista, anarquista e intendependentista. La guerra llamada «civil» (1936-1939), originada de forma primordial por los militares españoles africanistas, en sintonía con las élites aristocráticas e inmovilistas castellanoespañolas, se transformó en el Principado en una guerra de liberación nacional. Una situación que requería la implicación de un frente institucional de lucha cultural extendido en el frente de guerra. Rovira formaba parte del mismo.

Teniendo presente el conjunto de elementos esbozados, el balance general de la obra roviriana no separaba la nacionalización cultural de la nacionalización política, en la que unidad de trabajo incluía el estudio de la historia de los catalanes. La sintonía entre ambos tipos de nacionalización diseñaba la politización del hecho nacional. Rovira separaba nítidamente, en ese marco metodológico, el nacionalismo liberador de los pueblos del nacionalismo de Estado o colonialismo de imperio. Delimitaba las áreas nacionales y las áreas proclives de ser naciones. La labor de síntesis analítica del confederalista tarraconense no era percibida como obra de partido, sino como obra nacional. La trayectoria intelectual del periodista polítco no concebía el nacionalismo del Principado «aislado» de las corrientes nacionalistas internacionales.

Rovira i Virgili no era un hombre político entendido como «hombre de partido», pero esta particularidad no comportaba un posicionamiento «neutral» ante cuestiones pendientes. Desde la intervención civil, se adscribía a la tipología general del intelectual de entreguerras de izquierda no marxista, actitud que no le impedía identificarse con socialistas como Jean Jaurès de quien hizo traducción del legado escrito. Rovira integraba su obra en la corriente de cambios sociales que implicaban transformaciones políticas. La doctrinal nacionalista republicana de matriz autodeterderminista jugaba a su favor.

PERSPECTIVA DE PRESENTE

Sería un error de presentismo descontextualizar la trayectoria de Rovira y evaluarla con conceptos del presente. Ni esa traslación ni la adaptación mecánica del pasado al presente tienen ningún sentido. Ahora bien, una valoración de la obra ideológica roviriana a la que hemos aludido puede plantear la vigencia de algunos elementos de su obra. De ellos destaco:

1) la utilidad del concepto ‘nacionalización’ de los connacionales y la aplicación de la voluntad política, ambas posiciones dirigidas a la oposición hacia las modalidades del españolismo (españolismo convencional conservador y de derecha radical y españolismo republicano de izquierda);

2) la propagación del hecho nacional como hecho esencialmente político (no es congruente defender el hecho del «somos y seremos» por ahistórico);

3) y, en consecuencia, la defensa del derecho a la autodeterminación, que puede tener dos caminos: la independencia lisa y llanamente o el Estado independiente previo vinculado al pacto libre confederal.

Por lo que se refiere a la lucha por la lengua y a la difusión de la conciencia de país permanecería vigente la colaboración del tejido asociativo en el impulso de acciones y campañas extensas de socialización nacional.

Haciendo una extrapolación: este aspecto debería ser recuperado, bajo la forma de diversas modalidades de trabajo, por entidades como Òmnium Cultural. En ese caso, no se trataría de poner en marcha manifestaciones simbólicas, sino iniciativas con consecuencias políticas. Campañas que apoyen en trabajos con proyección social tomando de modelo, y como ejemplo, el texto de apoyo ‘La nacionalización de Catalunya’ (5). En resumidas cuentas, la teoría roviriana de la nación tiene un grado de vigencia al expresar reiteradamente que la causa de las naciones oprimidas es política, y que, por tanto, las consecuencias estructurales económicas, territoriales, culturales que se derivan tienen igualmente una dimensión política (6). Las propuestas de Rovira, y de otros sectores del republicanismo nacional a tener presentes (7), pueden ser susceptibles de «apropiación» por plataformas como la Assemblea Nacional Catalana (ANC). En un tiempo de reorganización y de reagrupación independentistas referentes históricos como Rovira, que apostaron por la denuncia del regionalismo político y de la subordinación cultural (¿cultura nacional, o, por el contrario, cultura satélite/cultura dependiente?) no deberían ocupar un lugar secundario. La intensificación del trabajo político (el trabajo cultural como trabajo político) en tanto de la cuestión nacional como contradicción principal es una aportación de la intelectualidad republicana histórica de país en la presente coyuntura.

El modelo de intelectual-político comprometido se fue definiendo de nuevo en términos de relevo generacional de posguerra establecido entre los años cuarenta y sesenta, y consolidado en la década de los sesenta y setenta. Este relevo no prescindió de la conexión entre nuevos activistas y exponentes culturales de preguerra que habían regresado del exilio. La reanudación de la política editorial difundió, en caso de que nos ocupa, obras de Rovira i Virgili porque se entendía que había que proyectar un modelo ideológico autodeterminista y una opción de catalanidad nacional, resorte a la base de lucha contra la españolización franquista (8).

En el contexto de relieve de generacional mencionado, y en el marco de referentes para construir un frente intelectual, es donde tomó sentido la organización del Primer Congreso de Cultura Catalana (diciembre de 1964), al que habría que dar mayor relevancia dadas las condiciones en las que realizó y por la capacidad de convocatoria y debate que mostró (9). Hay que valorarlo como área de confluencia intergeneracional (de posguerra y de los años cincuenta y sesenta), y en términos de la renovación ideológica, en la que habría que situar entre otros ámbitos: renovación del movimiento cristiano a través del Concilio Vaticano II, recepción de nuevas corrientes de pensamiento (marxismo, marxismo y humanismo y existencialismo), desarrollo de áreas de análisis (geografía del subdesarrollo y revueltas de la «periferia» contra el centro de dominio colonial), formación de grupos de trabajo de economistas, renovación doctrinal del nacionalismo valenciano, nor-catalán e isleño. El I Congreso –que contó con apoyo organizativo y de cobertura de instituciones religiosas y de país arraigadas social y culturalmente (Escolapios de San Antonio y Centro de Influencia Católica Femenina)– significó un escalón importante hacia el reagrupamiento intelectual que tuvo la función de debatir cuestiones que afectaban a dinámicas nacionales de los Países Catalanes en un contexto internacional de guerra fría. Este Congreso estaba en la base del II Congreso de Cultura Catalana, entre enero de 1975 y noviembre de 1977.

La realización del Congreso iniciado en 1975 materializó un despliegue territorial que posibilitó la implantación en toda la nación catalana. Esta implantación aglutinó a intelectuales de diversas procedencias políticas, lo que permitió ampliar temáticas de trabajo. El II Congreso constituyó una plataforma de prospección de políticas a realizar en el futuro inmediato en una concepción de ruptura democrática cultural. Sin embargo, una concepción que no fue acompañada de la ruptura política. El panorama continuista bajo el posfranquismo estaba en la base de la mecánica partidista que irrumpió en junio de 1977. Contaba, este contexto, con la constitución de la Asamblea de Parlamentarios y la liquidación de la Assemblea de Catalunya (10). El frente intelectual (republicano) que consiguió organizar el Congreso de Cultura Catalana acabó mayoritariamente entre la dispersión y el corporativismo académico. Desde entonces, el compromiso intelectual rupturista de alcance nacional se nucleó, fundamentalmente, en torno al movimiento independentista; movimiento en el que se concretaba la unidad de lucha cultural y política, lo que constituía una experiencia de frente intelectual (11).

La dinámica favorecida por el pacto autonómico de los años ochenta no hizo más que expresar colonialmente la acción institucional a fin de diluir ese frente intelectual iniciado en los años sesenta y proyectado en los años setenta. Así, la «memoria» histórica oficial se propuso que el legado moral de ese bloque de pensamiento nacional propagado en la primera treintena de años del siglo pasado fue «reconducido» a la dimensión de referente culturalista, despolitizado.

El discurso de la «buena voluntad» autonomista, propio del conjunto de los partidos del arco autonómico (de derecha y de izquierda), formó parte, por ejemplo, de la mistificación de la trayectoria de Josep Tarradellas a raíz de su regreso «permitido» en octubre de 1977 (vía pacto previo con el estamento militar español). (Vale decir que no es casual la recuperación de Tarradellas como símbolo político a seguir por parte del actual gobierno regional).

POR UN FRENTE INTELECTUAL

El discurso político del régimen automómico fundamentado en hacer del Principado una «balsa de aceite» fue contestado por el independentismo, lo que influyó en la crisis de legitimidad terminal del autonomismo a principios del siglo XXI. Fue contra este clima claudicante y conformista que sectores culturales y políticos sensibilizados para establecer un Estado de la nación catalana pusieron en marcha el III Congreso de Cultura Catalana. Las primeras reuniones preparatorias tuvieron lugar a principios de los años noventa, mientras que la culminación de las jornadas congresuales fue la exposición de las ponencias durante el curso 1999-2000. La finalidad del Congreso fue profundizar en cuestiones materiales, históricas y simbólicas que incidían en la articulación de los Països Catalans. Fue una iniciativa acumulativa de experiencias que articuló un espacio de debate nacional que intentaba recuperar el testimonio dejado por el I y II Congresos. Los eslabones que se contaba para el proceso de formación de un frente intelectual de liberación nacional tenían una gradación en el tiempo (cultural y político) con objetivos bastante coincidentes: sensibilización nacional y debate y propuestas de trabajo que debían desarrollar acciones culturales de amplio espectro. Era una dinámica que debía contar con foros civiles, tejido asociativo e institucionales (locales, comarcales y regionales). El III Congreso de Cultura Catalana contribuyó decisivamente al frente intelectual que puede situarse en la base del nuevo escenario político establecido en el siglo XXI.

A principios del siglo presente, la crisis económica, la voraz privatización de los servicios públicos y la espiral de saciedad infinita del turbocapitalismo llevó al cuestionamiento de la democracia burguesa. Un cuestionamiento que fue profundizado por la articulación de una narrativa alternativa al orden establecido. Este nuevo relato era consecuencia, en los Países Catalanes, de la movilización independentista y, por otra parte, de la presencia de un marco de revuelta convertido en transestatal. La movilización social y el llamamiento político-intelectual supuso un impulso al derecho a la autodeterminación de los pueblos. La progresiva irradiación social (policlasita) de este llamamiento tuvo, como consecuencia, múltiples niveles de respuesta represiva por parte del Estado (desde la impugnación de un nuevo Estatuto plebiscitado por el Parlamento en septiembre de 2005 hasta la represión militar el 1 de octubre de 2017 y la intervención de la entonces Generalitat independentista). Entre ambos extremos, la organización bien trabada de la parte más activa del país expresó un compromiso intelectual identificado con la causa independentista. Podemos decir que se dio una convergencia entre represión institucional del Estado español y recomposición de un frente civil, convertido en frente político, factor de una respuesta nacional-popular consensuada ante la represión. Lo que ahora interesa destacar en ese contexto fue la producción de criterios y de orientaciones, de reflexiones y debates en torno a la liberación nacional. Es así como podemos subrayar que la movilización popular sostenida y la acción parlamentaria que llevó a las leyes de transición nacional y al referéndum de octubre de 2017, impulsaron una concienciación política de espacios de opinión hasta entonces dispersos. La lucha política impulsó el trabajo cultural y un frente intelectual parecía que se acababa cohesionando. Se trataba de un frente que debía poner en marcha un trabajo de crítica y de nuevas propuestas sociales que no debía cerrarse en el mundo erudito, sino como tarea abierta a desenmascarar las contradicciones del sistema. Se organizaba una lucha por la revolución democrática.

Con todo, la falta de sintonía suficiente (en gradaciones distintas) entre la acción institucional de las tres organizaciones independentistas parlamentarias (Junts, ERC y CUP) y el movimiento social de país, ha llevado a la pérdida de control parlamentario y ha generado una desmovilización mayoritaria del espacio civil independentista, y de ámbitos proclives a la independencia (12). Este doble retroceso social y político ha hecho emerger, por el contrario, la ofensiva españolista cultural y política de derecha y de izquierda. Una ofensiva que abarca notables espectros sociales con el objetivo de influir en los engranajes de comunicación pública. El estado presente de cosas pide apelar a los intelectuales (republicanos) que habían llegado hasta entonces (2005-2017) a un nivel de organización. Y pide un posicionamiento activo de la academia (esencialmente la universidad pública). Es necesario articular el frente de intelectuales por la independencia. Un frente aglutinador de agentes culturales que supere las tretas del bloque españolista.

Por todo ello, el testimonio de la intelectualidad nacionalrepublicana debería ser útil para apelar a la base cultural que se identifica con la autodeterminación y la independencia a fin de emprender un posicionamiento activo que incida en la recomposición del movimiento independentista necesariamente de carácter amplio. Un frente organizado donde el debate, la investigación y las propuestas contrarresten la despolización de las políticas culturales, frene su banalización, y se oponga a la aristocratización de la cultura. Un frente, al fin y al cabo, contrapuesto a los «círculos familiares» de los que hablaba el pensador y activista L.V. Aracil. Y, en cambio, un frente que se convierta en firmemente propulsor de la democracia deliberativa en el ámbito de las ideas, y que sea impulsor de la democratización de lo que se considera «alta cultura» producida en el país. Una «alta cultura», cuya difusión debería ser «horizontal» y no «vertical». Un frente que pudiera contar, de nuevo, con plataformas generalistas que quieran reanudar una tradición de combate cultural anterior (13).

El Frente intelectual, pues, quizá debería ser impulsado por el próximo Nuevo Congreso de Cultura Catalana previsto para el año 2025. Este Nuevo Congreso no debería convertirse en un eslabón perdido, ni un patrimonio pasivo, cuyo contenido se irá arnando a lo largo del tiempo. El proyecto de la iniciativa congresual debería poder efectuar una revisión de los resortes presentes y ausentes que condicionan la movilización de espacios de opinión y reflexión (14).

El frente intelectual sugerido debe contar con la frontera política que supone el antes y el después de «2017». Sus propuestas y líneas de trabajo deberían tener en cuenta la separación de dos mundos: el antes autonomista –que quiere volver a ser impuesto en la actualidad con la organización del olvido del pasado reciente– y el después independentista, que quiere culminar la República Catalana. En este sentido: el Nuevo Congreso de Cultura Catalana, la ANC y espacios políticos del movimiento independentista podrían ser plataformas que, bajo diversas estrategias, favorecieran el impulso de un frente intelectual por la ruptura democrática.

Por todo ello, sugerimos algunos objetivos a alcanzar:

1. La concreción del frente cultural en frente intelectual no debe estar fundamentada estrictamente en la cultura humanista. Este frente debe ser capaz de relacionar la cultura humanista y la cultura técnica. Un frente –fundamentado en la unidad del trabajo intelectual y el trabajo político– que participe de la idea de que la cultura es un todo. Se cuenta como referente, en este sentido, con las intervenciones y ponencias del III Congreso de Cultura Catalana.

2. Construir un relato de país que incorpore los déficits estructurales de la sociedad a raíz de la ocupación secular francoespañola. Empleo que ha conformado una mentalidad de sucursal acomodada a una organización territorial que profundiza el carácter de ser «periferia». Habrá que impulsar la necesidad de un relato autocentrado.

3. Elaborar, en consecuencia, un programa que active una memoria nacional ‘real’, no despolitizada (despolitización como quiere el modelo español de memoria, definido como con el eufemismo “memoria democrática” (15). Es el Estado quien controla la memoria de los pueblos (quien controla el relato del presente controla el relato del pasado) quien determina su significado y la orientación a darle. El relato resultante debería recuperar la politización concreta, no la demagógica ni cosmopolita al uso.

4. Profundizar en la intervención en foros asociativos, locales y de alcance de país. Intervención que debería ser sensible a cuestiones territoriales, sociales y culturales (p.ej: mecanismos de incorporación sociolingüísticos dirigidos a nuevas migraciones).

5. Intervenir en publicaciones locales, de distrito de barrio a fin de socializar el trabajo intelectual, a fin de divulgar los objetivos del frente intelectual. Intervención, por tanto, en espacios de “alta cultura” y en plataformas populares.

6. Activar líneas de trabajo para convertir el tejido asociativo en una primera etapa de constitución del país real. Alcanzar, pues, la primera fase de este nuevo país.

7. Elaboración de un ‘Libro Blanco’ que recoja las aportaciones de la política social, cultural y proyección internacional del independentismo contemporáneo.

8. El trabajo (no cerrado en la erudición) de acción cultural del frente intelectual debe insertarse en la política nacional que lleve a la República Catalana. Este frente debe articular una plataforma amplia que elabore ideas nacionalizadoras y políticas que cuenten con materiales y experiencias previos y con propuestas propias dirigidas a cada coyuntura. Se trata de articular pasado y presente de cara a dortar el frente de perspectiva histórica frente a las necesidades civiles presentes.

NOTAS

(1) La revista fundada por Antoni Rovira había que situarla en la tradición de la editorial modernista «L’Avenç», de la editora Sociedad Catalana de Ediciones, en la órbita de los nacionalistas republicanos y de ‘La Revista’, órgano de matriz noucentista fundada en el contexto de la acción de gobierno de la Mancomunidad. La ‘Revista de Catalunya’, que contaba, parcialmente, con el modelo francés de la ‘Nouvelle Revue Française’, representaba el funcionamiento de un frente intelectual de síntesis entre diversas corrientes culturales, ideológicas.

(2) Podríamos afirmar que el Estatuto de Núria, plebiscitado multitudinariamente en agosto de 1931, fue resultado de la aplicación del derecho de autodeterminación. Cabe decir que el Estatuto plebiscitado fue menoscabado en las sesiones de debate de las Cortes republicanas españolas. Con el fin de constatar la sustancial alteración del texto de Núria, la historiadora Eva Serra elaboró ​​en 1972, sin firma, una oportuna comparación entre ambos estatutos. El trabajo fue publicado sin autoría, y sin autorización de la autora, por ediciones de La Magrana en 1977 con el título «Volem l’Estatut».

Blanca Serra constata que el texto formaba parte “de los textos de formación del Psan-p, y no iba firmado aunque los estamentos directivos del Psan-p sabían –que era un trabajo de Eva Serra. Posteriormente, ya fallecido el dictador, el militante Carles Jordi Guardiola, el dueño de la editorial La Magrana, decidió convertirlo en una publicación sin identificar al autor ni pedirle el consentimiento. Y evidentemente sin ningún tipo de pago. Ni a Eva ni a mí nos pareció bien esta decisión de aprovechamiento empresarial de un trabajo político colectivo, pero no quisimos hacer un pleito que perjudicara al independentismo del momento”. (Correo electrónico dirigido al autor, 12 de octubre de 2024). Agradezco a Blanca Serra esta información.

(3) La diáspora llevó a Rovira i Virgili a la participación en el único govern de la Generalitat republicana en el exilio (el Govern presidido por Josep Irla en 1945). Participó con la redacción de informes de prospectiva de política general. En otro orden de cosas, redactó estudios histórico-políticos (‘El Estado catalán’ escrito en 1947), elaboró ​​capítulos de su inacabada ‘Historia Nacional de Cataluña’, colaboró ​​en la ‘Revista de Cataluña’ (Tolosa de Languedoc y Montpellier) de los años cuarenta y participó en publicaciones culturales. Falleció en Perpinyà en diciembre de 1949.

(4) Aquellos pensadores que creen estar “au dessus de la mêlée” también ejercen de políticos. Aquellos intelectuales, o trabajadores de la cultura, que creen operar desde la «pureza» cosmopolita, desde el fraccionamiento del discurso y desde el ‘complejo de superioridad’ ‘apolítico’ hacen política. Por lo general, los intelectuales que creen estar por encima de los discursos y praxis liberadores, los pensadores posmodernos, se convierten en activos agentes políticos del orden establecido.

(5) Me refiero a concursos populares que formulen propuestas contra la sustitución lingüística y, de forma confluente, campañas generales de catalanización y de concienciación en el seno de las nuevas capas de migración. Estas campañas de sensibilización cobran aún más sentido en el contexto presente de ofensiva desnacionalizadora a través de la política ejercida por la nueva administración españolista autonómica y por sectores afines.

(6) Extremo quizás no suficientemente asumido en cuestiones como el expolio económico basado en el ‘déficit fiscal’ –ahora querido “contrarrestar” bajo la forma posibilista edulcorada de ‘fiscalidad singular’. Si se elaboraba una comparación entre informes técnicos realizados e informes políticos podríamos concluir que no sólo los informes técnicos (necesarios pero no suficientes) son más numerosos que los informes políticos, sino que estos no inciden, o no lo hacen suficientemente, en la causa de la ‘razón económica’ del Estado español: la causa nacional española fundamentada en conceptos falaces (“igualdad” y “solidaridad) con consecuencias coloniales como es la política de infraestructuras y la consderación de un estado-ciudad (Madrid) como agente político decisorio dentro del Estado.

(7) La adopción mecánica de concepciones ideológicas genéricas ha llevado a marginar las aportaciones de los cuadros republicanos nacionalistas. Aportaciones en torno al modelo de sociedad que por ahora todavía pueden suscitar reflexiones constructivas. Haría falta, pues, que el hipotético frente intelectual tuviera en cuenta la obra teórica y práctica de la intelectualidad noucentista republicana. Podemos poner como ejemplo las aportaciones del ingeniero Carles Pi i Sunyer o las del científico Leandre Cervera.

(8) Aunque no deberíamos identificar mecánicamente lucha contra la dictadura franquista con adscripción al país. Cuando la contradicción nacional reciente con el Estado español irrumpió en la superficie (la fundación del PSAN [1969] sería un buen punto de partida), un amplio sector significativo de intelectuales que había militado en la izquierda o en la extrema izquierda explicitó reiteradamente su sentimiento nacionalista, la aversión a la lengua y a cualquier iniciativa nacionalizadora. Esta oposición al combate nacional fue tomando fuerza y ​​organización de todo tipo (política y militar) a principios de los años setenta. Sin embargo, dio un salto cualitativo en torno al Referéndum del Primero de octubre de 2017. Hay que retener el abanico sociológico de la manifestación españolista del ocho de octubre del mismo año, y subrayar la actitud firme de expansionismo español de participantes comunistas, o con pasado comunista, de socialistas y de sindicalistas. La catalanofobia, la más incisiva e «inteligente», no es propiedad de la derecha o derecha extrema. Proviene de una izquierda convertida en izquierda burguesa.

(9) Jordi Carbonell aportaba una descripción de la organización y de la realidad y esbozaba su ambiente de debate. Véase: «Llamamiento a la participación en el Nuevo Congreso de Cultura Catalana» dentro de ‘Països Catalans siglo XXI. Identidad, sociedad cultura’, Ediciones El Jonc, Países Catalanes, 2000, pp. 189-190.

(10) La derivación terminal de la Asamblea de Cataluña en la Asamblea de Parlamentarios en Carles Castellanos: “Los precedentes más recientes en la lucha nacional” dentro de “Cultura y nación en el camino de la República”, ‘La Veu de Poble Lliure’, 20, 4 de mayo de 2024 (en línea). Consulte, además, la nota número ocho.

(11) Nos referimos a la trayectoria de las organizaciones con concepciones estratégicas diferenciadas en el caso del PSAN y del PSAN-P. La nueva organización IPC (1979), resultante de la evolución del PSAN-P, hizo una aportación primordial al tener arraigo en Catalunya Nord donde fundó la revista (de la que habría que hacer un análisis) ‘La Nova Falç’. Intelectualmente militantes de las tres organizaciones hicieron aportaciones subtanciales en el ámbito de la historiografía, del ecologismo político, de la lucha por la lengua y del conocimiento y adaptación al catalán del materialismo histórico.

(12) No deja de ser relevante la pérdida de la dirección de la Cámara de Comercio de la capital hasta ahora en manos independentistas.

(13) El decalaje entre, por ejemplo, la actual revista «Serra d’Or» y la del pasado reciente de los años sesenta y setenta (y ochenta) es elocuente.

(14) Este año, dado el centenario de la ‘Revista de Cataluña’ (RC), todavía puede ser una buena ocasión para trabajar en torno a cuál debería ser la función de los intelectuales en una sociedad nacional. Lo que más sabe es que este centenario evolucione en forma de actos conmemorativos fraccionados de tendencia historicista y dirigidos casi exclusivamente a la erudición de investigadores con poca incidencia social. El centenario de esta institución de cultura nacional debería ser motivo para poder conectar con el debate en torno a cuestiones estratégicas –y las infraestructuras de base colonial, todavía– y políticas– entre las cuales: lucha por la lengua, movimientos independentistas internacionales, acceso a los recursos básicos, ecologismo político, turistificación y gentrificación. Cuestiones que acaban incidiendo en el estado de nacionalización social de los Països Catalans. Una conmemoración, al fin y al cabo, que no debería permanecer lastrada por un decidido criterio de alcance minoritario.

(15) Basta con ver lo que el Estado español entiende por dignificación de las víctimas de la represión bajo el primer franquismo y tardofranquismo. Todo queda reducido a una especie de convención administrativa (entrega de galardones de anulación de procedimientos judiciales), pero nunca procedimientos fundamentados en el reconocimiento y en el perdón. El caso reciente de la anulación del juicio a Salvador Puig Antich, con la consiguiente entrega de una credencial, y la reiterada ausencia de reconocimiento y entrega de una credencial así como la reiterada ausencia de perdón para el President de La Generalitat Republicana Lluís Companys, son sus últimos ejemplos

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